Análisis:

¿Qué hay ahí dentro?

Los libros, reconozcámoslo, son especiales. No se trata sólo de leer, ¡qué va! La cosa va de hojearlos, comprarlos, exhibirlos, coleccionarlos, prestarlos, a veces recuperarlos y (sí) olerlos. Un especialista en aromas -¿recuerdan El perfume?- ha reconocido setenta componentes en el típico "olor a libro viejo".

Hasta tal extremo son especiales que mucha gente se autodefinirá como "amante de los libros", es decir, amante de ese determinado soporte de lectura, mientras que no abundan los "amantes de los CD", sino en todo caso de la música...

Pues bien: ¿por qué íbamos a pres...

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Los libros, reconozcámoslo, son especiales. No se trata sólo de leer, ¡qué va! La cosa va de hojearlos, comprarlos, exhibirlos, coleccionarlos, prestarlos, a veces recuperarlos y (sí) olerlos. Un especialista en aromas -¿recuerdan El perfume?- ha reconocido setenta componentes en el típico "olor a libro viejo".

Hasta tal extremo son especiales que mucha gente se autodefinirá como "amante de los libros", es decir, amante de ese determinado soporte de lectura, mientras que no abundan los "amantes de los CD", sino en todo caso de la música...

Pues bien: ¿por qué íbamos a prescindir de este objeto antiguo y acreditado? O mejor dicho, ¿a cambio de qué? Para abandonar ese "conjunto de muchas hojas de papel que, encuadernadas, forman un volumen" a favor de un artefacto electrónico puede haber razones económicas, físicas, ecológicas, de moda o existenciales. Por ejemplo: ¿quiere usted ir cargado con todos los libros que leerá en estas vacaciones, o prefiere que vayan en la memoria de un aparato que va a pesar lo mismo con o sin ellos? O bien: ¿quiere usted leer alguno de los siete mil libros que sirve su librería, o prefiere escoger entre el millón y medio que Google ofrece en Estados Unidos?

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Pero en realidad nos estamos alejando de nuestro propósito: un libro no es sólo algo que se lee, sino un artefacto que emite nuestras opiniones hacia el exterior (y por eso en la sociedad japonesa las cubiertas se velan sistemáticamente con forros).

Nuestros libros, alineados en casa o tras la mesa del despacho, transmiten mensajes a nuestros visitantes ocasionales o a nuestros clientes, y no hay político, al menos desde Hitler, que no se fotografíe delante de su biblioteca. ¿Qué vamos a hacer si triunfa el lector de libros electrónicos?, ¿imprimir y pegar el directorio en la pared?

Releo estas palabras en la pantalla de mi ordenador, y sé que muchos lectores las leerán allí también. ¿Estamos optando por abundancia en vez de selección, inmediatez en vez de comunicación, portabilidad a cambio de perduración? El indudable atractivo del gadget ¿ganará la partida al objeto en el que se anudan tantas prácticas de nuestra sociedad?

Ahí estamos...

José Antonio Millán es escritor y acaba de coordinar el informe La lectura en España.

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