MANERAS DE VIVIR

Todos los tonos del gris

La vida siempre ha sido paradójica y ambigua, pero me parece que la sociedad actual es especialmente confusa. El blanco se emborrona a menudo con el negro y el bien se enmaraña con el mal, dando como resultado un sinfín de matices. Con esto no quiero decir que valga todo: creo que hay límites éticos muy claros. Y así, torturar es una perversión sin paliativos, lo mismo que asesinar, por mucho que haya terroristas que adornen sus matanzas con una palabrería altisonante y fanática. Cuando algo es claramente nefasto, como lo son las dictaduras, por ejemplo, uno no tiene ninguna dificultad para al...

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La vida siempre ha sido paradójica y ambigua, pero me parece que la sociedad actual es especialmente confusa. El blanco se emborrona a menudo con el negro y el bien se enmaraña con el mal, dando como resultado un sinfín de matices. Con esto no quiero decir que valga todo: creo que hay límites éticos muy claros. Y así, torturar es una perversión sin paliativos, lo mismo que asesinar, por mucho que haya terroristas que adornen sus matanzas con una palabrería altisonante y fanática. Cuando algo es claramente nefasto, como lo son las dictaduras, por ejemplo, uno no tiene ninguna dificultad para alinear su corazón en el lado correcto. La tópica y detestable frase "contra Franco vivíamos mejor" se refiere justamente a eso, a esa simplificación moral y mental que propician los malos evidentes. Sí, es muy cómodo saber con toda certeza dónde está el villano, porque basta con oponerte a él para ser de los buenos. De hecho es algo tan cómodo, y exige tan poco pensamiento, que muchas personas intentan seguir creyendo que las cosas son así de esquemáticas.

Pero el problema es que no lo son. No sólo los matices morales son a menudo escurridizos, sino que además vivimos enterrados hasta el cuello en toneladas de informaciones contradictorias. Nos llegan demasiados datos, y encima nos llegan demasiado deprisa. En los pasados meses, por ejemplo, han estallado una serie de escándalos relativos a oenegés. De hecho, el concepto mismo de ONG, que estaba investido de una aureola positiva probablemente demasiado simplona, ahora parece encontrarse bajo sospecha. Lo cual también es injusto: creo que la gran mayoría de las oenegés siguen siendo muy útiles. Pero es verdad que para tener la razón moral no basta con montar una asociación que aparentemente luche por algo hermoso. Los responsables de El Arca de Zoé (en la fotografía, su líder, Eric Breteau, detenido en Chad) se consagraron con ardiente entusiasmo a salvar niños huérfanos de guerra. Pero luego no eran huérfanos y, en realidad, los estaban poco menos que secuestrando. Es decir, no basta con dedicar tu vida a una causa justa, sino que además hay que dedicarla correctamente. Es como el maltratador que dice que pega a su mujer porque la ama mucho; la cuestión no es amar mucho, sino bien.

Y es que estos trabajos de índole altruista pueden atraer, en algunos casos, a una serie de individuos de carácter mercurial e inestable. El responsable español de una prestigiosa oenegé internacional me contó hace años que era un problema cribar bien a los numerosos voluntarios que se les ofrecían, porque algunos de ellos eran tipos poco equilibrados que intentaban solucionar de ese modo graves conflictos personales, lo cual, naturalmente, resultaba siempre catastrófico. Y así, es probable que los de El Arca de Zoé pensaran que estaban haciendo algo estupendo. Hasta ese punto te puede cegar tu propia necesidad y el mesianismo.

Hace unos meses me hice eco en un artículo de EL PAÍS de unas denuncias por maltrato animal contra la Protectora de Animales de Palencia. A raíz de aquello, el presidente de la protectora, Julián Villalba, me escribió varias cartas. Textos desesperados, elocuentes y educados en los que, además de facilitar numerosos datos del funcionamiento del lugar, dice que lleva quince años trabajando en la Protectora; que, hace dos, despidió a unos voluntarios conflictivos, y que a raíz de aquello le han estado haciendo la vida imposible, persiguiéndolo y poniéndole denuncias, aunque casi todas hayan sido archivadas. Yo leí esas denuncias cuando me las mandaron sus oponentes: una veintena de personas declaraban contra él. He aquí un conflicto de opiniones encontradas, aunque debo decir que la angustia de Villalba resulta muy creíble: incluso ha solicitado a la Junta de Castilla y León que controle su trabajo para demostrar que es ético.

De modo que sí, desde luego, sin duda hay perreras atroces y brutales, como se ha demostrado con la de Cádiz, que, gracias al esfuerzo conjunto de las estupendas asociaciones El Refugio y Prodean, fue cerrada judicialmente el pasado mes de noviembre por maltrato animal. Pero también es posible que, entre los defensores de los animales, como entre los protectores de los huérfanos de guerra, haya tipos dogmáticos, manipuladores y mesiánicos. Los humanos somos así de complicados. Y qué inquietante resulta moverse entre todos los tonos del gris, en la indefinición de la línea de las sombras.

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