Tribuna:

La fuerza de unos pocos

Hay quienes prefieren leer libros de autoayuda y quienes nos decidimos por autoayudarnos leyendo libros. Aquellos que se encuentren en el último caso no deben dudar ni un instante en meter en su maleta de vacaciones la última obra de Andrés Ortega, La fuerza de los pocos, editada por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. ¿De qué va?, se preguntarán ustedes. ¿Es lo bastante absorbente para leerlo en una playa o debajo de un pino? ¿Termina bien?

Sea. Por partes. Va de lo que nos ocurre. Al mundo y a nosotros. De lo que sabemos que nos ocurre, pero carecemos de instrumentos para definir...

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Hay quienes prefieren leer libros de autoayuda y quienes nos decidimos por autoayudarnos leyendo libros. Aquellos que se encuentren en el último caso no deben dudar ni un instante en meter en su maleta de vacaciones la última obra de Andrés Ortega, La fuerza de los pocos, editada por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. ¿De qué va?, se preguntarán ustedes. ¿Es lo bastante absorbente para leerlo en una playa o debajo de un pino? ¿Termina bien?

Sea. Por partes. Va de lo que nos ocurre. Al mundo y a nosotros. De lo que sabemos que nos ocurre, pero carecemos de instrumentos para definirlo, e incluso de aquello que ignoramos que nos ocurre y cualquier día nos golpeará entre las cejas. Va del atroz -pero en muchos aspectos fascinante- cambio que las nuevas tecnologías han aportado a nuestras vidas, a nuestro concepto de la identidad, a nuestras seguridades, a nuestras vivencias y nuestras convivencias. A nosotros y al otro. Al otro, que es nosotros. Va de Europa y de Asia, de Oriente y Occidente, del islam y el cristianismo, de la Red y de Bin Laden, de Londondistán y de locutorios en nuestras esquinas.

Y puede resultar tan absorbente para leerlo en una playa o debajo de un pino como grande sea nuestro interés por amarrar los cabos de este inmenso, inabarcable tapiz que se hace y deshace a diario, y con rapidez y simultáneamente, y a veces dolorosa o brutalmente; esta alfombra sin bordes -pero con mucho hijo de su madre dentro, añado yo- llamada Humanidad y abocada al tercer milenio teniendo a su alcance todo para reconstruirse y todo para destruirse.

Habla Andrés Ortega de la "globalización de las diferencias", de esa "fuerza de los pocos", de miríadas de pocos cuya fuerza aumenta precisamente gracias a los nuevos medios de comunicación..., medios cuyo factor multiplicador resulta tan eficaz para la creación de nuevas identidades. Piénsenlo: esconder la cabeza bajo la arena de la playa o bajo el pino puede resultar tranquilizador, pero será poco útil frente a la que se avecina. Mejor lean el libro; les conducirá a muchas preguntas, y las respuestas que recibirán serán puestas en cuestión por otras preguntas que generarán sus propias dudas. Es como meterse en un gran almacén de ideas heredadas, de culturas fragmentadas, de modernidades que parecen arcaicas y arcaísmos que pasan por modernos, de hipótesis y análisis. Meterse en ese gran almacén, pues, en ese depósito sin fondo, es lo que ha hecho Ortega. Y ha ordenado el caos, y extraído el sentido, y ha avanzado o retrocedido agarrado a la frase de un filósofo, o la cita de un sociólogo, o hasta al sentido de una película (cita Matrix en varias ocasiones: no en vano, lo virtual forma hoy parte de nuestro mundo).

El consumo y su infelicidad resultan-te, el vacío ante el exceso de objetos y también ante el temor de no poseer objetos suficientes; las diferencias sociales y la arrabalización de nuestras ciudades, el malestar del gueto y la pérdida del pasado, el riesgo de la convivencia -quizá cuanto más nos conocemos, menos podemos querernos-, la desaparición de las fronteras, la inclusión de los excluidos y cómo nos excluimos de quienes nos incluyen...

Tal vez no sea una lectura fácil. No, desde luego, como el libro de autoayuda de Teri Hatcher (Mujeres desesperadas), que versa sobre cómo sobrevivió a convertirse en una tostada quemada. Ahora bien, me parece a mí que La fuerza de los pocos posee la fuerza de muchos argumentos, el deslumbrante efecto de abrir horizontes más allá del mar y de los árboles, y quizá también de la verja de la urbanización y de la francachela sabatina por las grandes superficies en donde, sin saberlo, nos buscamos. O nos perdemos.

Pero sí es una lectura fácil y que debería hacerse colectivamente. Pongamos en familia. Podrían repartirse ejemplares entre los miembros más adultos y empezar a plantearse en voz alta las cuestiones que el libro provoca. Una, y otra. Y tú, ¿qué crees? Porque alguna opinión tendrás de esto otro, ¿no te parece? De esto y de esto otro que ya somos.

Una lectura así siempre termina bien.

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