El alma rusa
Posee Olga Borodina un registro vocal hondo y poderoso, una planta de cantante antigua -en el sentido más positivo- y un estilo interpretativo inequívocamente ruso. Tiene pellizco, que dirían los flamencos. Y si introduce en sus programas algo de "su tierra" hay que situarse en estado de plena concentración, pues probablemente se va a asistir a momentos de rara intensidad. Así fue el domingo en el Real. La mezzosoprano rusa centró la primera parte de su recital en el sobrecogedor ciclo Cantos y danzas de la muerte, de Mussorgski. El estremecimiento se empezaba a presentir....
Posee Olga Borodina un registro vocal hondo y poderoso, una planta de cantante antigua -en el sentido más positivo- y un estilo interpretativo inequívocamente ruso. Tiene pellizco, que dirían los flamencos. Y si introduce en sus programas algo de "su tierra" hay que situarse en estado de plena concentración, pues probablemente se va a asistir a momentos de rara intensidad. Así fue el domingo en el Real. La mezzosoprano rusa centró la primera parte de su recital en el sobrecogedor ciclo Cantos y danzas de la muerte, de Mussorgski. El estremecimiento se empezaba a presentir. La directora canadiense Keri-Lynn Wilson había preparado ambientalmente el terreno con una versión límpida de La gran pascua rusa, de Rimski-Korsakov. A Borodina le correspondía echar el resto con las canciones de Mussorgski en la orquestación de Shostakóvich. Jugó sus bazas a corazón abierto. Y un escalofrío recorrió la sala, y el recital alcanzó cotas artísticas -y humanistas- irresistibles.
La segunda parte fue más popular pero tuvo menos magia. De las arias de ópera a las que se enfrentó sobresalieron quizás la de Adriana Lecouvreur, de Cilea, y las de Samson et Dalila, de Saint Saëns, en especial Mon coeur s'ouvre à ta voix. La mezzosoprano triunfó. Como también lo hizo la directora de orquesta. La Sinfónica de Madrid respondió con flexibilidad y criterio. El concierto dejó buen sabor de boca.