Crítica:ÓPERA

Bordeando el naufragio

El director del Teatro Lliure, Àlex Rigola, siempre traslada a la época contemporánea las obras que dirige. Desde una sensibilidad y estética más próximas y reconocibles, busca en las historias del pasado elementos cercanos al espectador actual. Así le han ido muy bien las cosas en el mundo teatral. Y así lo ha hecho en su debut operístico, El holandés errante, de Wagner, en un montaje coproducido por el Liceo de Barcelona y el Real de Madrid. Aflora ya en este primer gran Wagner uno de sus temas obsesivos, la redención por amor, sobre el que Rigola pasa de puntillas en su tímido y supe...

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El director del Teatro Lliure, Àlex Rigola, siempre traslada a la época contemporánea las obras que dirige. Desde una sensibilidad y estética más próximas y reconocibles, busca en las historias del pasado elementos cercanos al espectador actual. Así le han ido muy bien las cosas en el mundo teatral. Y así lo ha hecho en su debut operístico, El holandés errante, de Wagner, en un montaje coproducido por el Liceo de Barcelona y el Real de Madrid. Aflora ya en este primer gran Wagner uno de sus temas obsesivos, la redención por amor, sobre el que Rigola pasa de puntillas en su tímido y superficial montaje, disfrazado con aires de modernidad. Ni rastro del ingenio y el humor corrosivo demostrado en teatro: quizá por temor ante su bautismo operístico se torna demasiado previsible y su montaje, soso y aburrido, bordea el naufragio.

El holandés errante

De Wagner. Intérpretes: Tómas Tómasson, Susan Anthony, Kurt Streit, Eric Halfvarson, Julia Juon y Norbert Ernst. Cor de Cambra del Palau de la Música Catalana. Coro y Orquesta del Liceo. Director musical: Sebastian Weigle. Director de escena: Àlex Rigola. Nueva coproducción del Liceo y el Teatro Real de Madrid. Teatro del Liceo, Barcelona, 4 de abril.

Rigola ambienta el drama en un pueblo de la costa de Noruega, como indica el libreto, adonde llega el torturado holandés, condenado a vagar eternamente hasta hallar un amor puro que lo redima. Traslada la acción a la época contemporánea, situándola en la cantina de una fábrica de conservas donde mueve unos personajes obsesionados por conseguir algo que jamás tendrán. Lo moderniza, pero sólo en apariencia, pues en el fondo firma una puesta en escena gris y convencional que los cantantes resuelven con profesionalidad, pero sin implicarse. Convertir la fiesta de los marineros en un botellón, sacar de refilón dos desnudos femeninos sin venir a cuento y abusar de las proyecciones para evocar el mar y la tormenta son solo trucos. Lo raro, tratándose de un brillante director teatral, es que falla en su punto fuerte, la dirección de actores, a los que deja casi a la deriva. Sólo Erik parece tener alma, el resto no resulta creíble.

En el foso

En el timón Sebastian Weigle mostró su afinidad con Wagner buscando en la orquesta ese sonido denso que tan bien le va a la partitura, pero el resultado en el foso no fue óptimo. Hubo detalles de gran belleza, pero faltó tensión dramática y abundaron las pifias, especialmente en los metales. El reparto de este Holandés cumplió sin entusiasmar. Tómas Tómasson salvó la papeleta con suficiencia vocal, pero cumplir no basta en un personaje del calibre del holandés. Tampoco se cubrió de gloria la soprano Susan Anthony, tensa en lo vocal y sosa como actriz. El bajo Eric Halfvarson sacó brillo a un papel, el de Daland, que se ajusta como un guante a sus medios. Estupendo también el tenor Kurt Streit, Erik creíble, justo de medios vocales, pero de exquisita línea y único capaz de dar vida teatral a su personaje. Cumplieron bien el también tenor Norbert Ernst como timonel y la mezzosoprano Julia Juon como Mary.

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