Reportaje:

Impulsor de los estudios vascos

Ander Manterola, director del Instituto Labayru, está detrás del renacimiento del euskera vizcaíno o de los grupos Etniker

ANDER MANTEROLA, principal impulsor del Instituto Labayru, parece vivir en un margen de la cultura vasca en su despacho en el Seminario de Derio, ajeno al tráfago de las grandes capitales, desde donde se mueven la mayoría de los hilos del mundo en los tiempos de la imagen. Sin embargo, él mismo ha demostrado que más necesario que una fachada, es un edificio bien amueblado, que soporte propuestas de largo recorrido, como la reivindicación del euskera vizcaíno, sin perder el respeto al batua, la consolidación de uno de los mejores archivos documentales de Euskadi o impulsar la l...

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ANDER MANTEROLA, principal impulsor del Instituto Labayru, parece vivir en un margen de la cultura vasca en su despacho en el Seminario de Derio, ajeno al tráfago de las grandes capitales, desde donde se mueven la mayoría de los hilos del mundo en los tiempos de la imagen. Sin embargo, él mismo ha demostrado que más necesario que una fachada, es un edificio bien amueblado, que soporte propuestas de largo recorrido, como la reivindicación del euskera vizcaíno, sin perder el respeto al batua, la consolidación de uno de los mejores archivos documentales de Euskadi o impulsar la labor etnográfica que, a él y otros discípulos, les dejó en herencia José Miguel de Barandiaran desde Etniker.

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Su amigo, el escritor y sacerdote vizcaíno Mikel Zárate le llegó a llamar emagina ("comadrona") por la capacidad que observaba en Ander Manterola (Zeanuri, 1934) para la conformación e impulso de proyectos de distinta clase. Ahí está para demostrarlo el Instituto Labayru, una institución que ha resultado clave en la alfabetización y, más tarde, en la investigación o en la traducción del euskera.

Lo que comenzó como una escuela de adultos donde se impartía gramática y nociones de literatura a ciudadanos euskaldunes, ha llegado a convertirse en una entidad de referencia imprescindible en el ámbito de los estudios vascos.

Manterola pertenece a la primera generación, tras la guerra civil, que comienza a tomar conciencia de que hay que trabajar por la recuperación del euskera. "El panorama, en aquellos años de posguerra, era desolador. No es un tópico: incluso en el Seminario de Vitoria, donde cursé estudios, el euskera había desaparecido por completo de los planes de estudio".

Son tiempos en los que se comienzan a pergeñar tímidos movimientos culturales que no van más allá de la adquisición de revistas y otras publicaciones.

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Visto el proceso con la perspectiva que da el tiempo, Manterola reconoce que nunca habrían imaginado una situación como la actual. "Encontrarnos, ahora, con el euskera en la Universidad, es todo un logro colectivo", explica en referencia a la labor del Labayru, pero poniendo el énfasis también en otras iniciativas, como las ikastolas.

"También hay que reconocer que tenemos una autonomía con una ley de bilingüismo que respalda estos logros", añade. Un panorama impensable en aquel momento en el que no había ni manuales. "Aprendíamos gramática vasca con libros prestados, casi clandestinos", recuerda.

La expansión de la lengua vasca en los medios académicos y cultos corre pareja a su estancamiento en el habla. Manterola es un buen observador del asunto; no en vano, desde que salió de su casa en Zeanuri para estudiar en el Seminario de Artea no ha hecho otra cosa que viajar y mantener contacto con unos y otros.

"El euskera tendrá que conseguir un soporte más urbano, al mismo tiempo que el castellano se hace más presente en el medio rural: asistiremos a un cambio en los ámbitos de expresión de una u otra lengua, pero creo que el euskera se va a mantener porque hay una conciencia vasca. La gente quiere aprenderlo", apunta. "Yo hablo con chicos de Sestao en euskera, cuando vienen a Zeanuri, algo que era impensable hace 50 años", apostilla. No le han faltado críticas por su trabajo a favor del dialecto vizcaíno, que ahora vive un renacimiento atribuible en buena medida al Instituto Labayru. "Nuestro lema es Dakigunetik ez dakigunera ["De lo que sabemos a lo que desconocemos"] del habla a la lengua culta. Es decir, que hemos procurado siempre trabajar desde el euskera vizcaíno hacia la unificación; es más, nunca hemos sido enemigos del batua".

Es difícil encontrar en Manterola una expresión de fuerte discrepancia, sea el asunto que sea, hasta cuando se habla de las relaciones entre el vizcaíno y el batua.

Lo suyo es el juego limpiro y por eso quizás haya logrado que una polémica que podía haber sido más agria no haya alcanzado el enfrentamiento con Euskaltzaindia. En el diccionario que han publicado han incluido todas las acepciones posibles, incluso la más aproximada al batua, "de tal manera que el que se escolariza en Vizcaya pueda hablar y escribir con euskaldunes de Guipúzcoa e Iparralde".

En paralelo, Ander Manterola ha trabajado en el ámbito de la etnografía. Tanto, que los grupos de trabajo Etniker, que fundó bajo la orientación de José Miguel de Barandiaran, están vinculados directamente al Instituto Labayru.

"Barandiaran entendió que la evolución de la sociedad llevaba un ritmo galopante y que él no podía recoger todo lo que se estaba perdiendo", recuerda el director del Labayru.

Entonces, el antropólogo de Ataun comenzó a impartir seminarios, a formar discípulos con el fin de crear los grupos Etniker, pero se trataba de que la difusión del trabajo fuera común. Y ahí vuelve Manterola, el organizador, para convocar una coordinación entre todos aquellos etnógrafos apasionados que recorrían los pueblos del País Vasco en busca de las últimas tradiciones. "Creo que el mejor reflejo de nuestra labor son los seis tomos del Atlas Etnográfico de Vasconia", apunta.

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