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Que vienen las babas

La aparición de una nariz vendada en una calle o en una piscina de Beirut -una nariz con vendajes cada día más sofisticados, una nariz cuya propietaria alardea de las contusiones recibidas en la sala de operaciones del cirujano estético- se convierte rápidamente en ingrediente de la discusión habitual acerca de los hábitos locales tras las catástrofes bélicas. Es decir, ¿representa la nariz de la mujer una frivolidad insoportable en tiempos de crisis?, ¿no es, más bien, la alentadora respuesta implícita en el acto de retocarse y presumir de ello la prueba de que la vida sigue, algo que debería...

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La aparición de una nariz vendada en una calle o en una piscina de Beirut -una nariz con vendajes cada día más sofisticados, una nariz cuya propietaria alardea de las contusiones recibidas en la sala de operaciones del cirujano estético- se convierte rápidamente en ingrediente de la discusión habitual acerca de los hábitos locales tras las catástrofes bélicas. Es decir, ¿representa la nariz de la mujer una frivolidad insoportable en tiempos de crisis?, ¿no es, más bien, la alentadora respuesta implícita en el acto de retocarse y presumir de ello la prueba de que la vida sigue, algo que debería llenarnos de contento? Una tercera pregunta, a la que nadie contesta -o lo hace cabeceando, lo que no significa nada: se cabecea mucho, últimamente, aquí-, es, de forma inevitable: bien, ¿y qué clase de vida ha vuelto, la de la falsificación, la de la apariencia como valor más importante?

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Ocurre en todas partes, esta carrera que muchas mujeres han emprendido para competir con las jóvenes que se llevan a sus hombres: tarea inútil, porque si algún talento masculino existe es el que poseen los hombres para distinguir a una joven de verdad, y lo tienen precisamente en la entrepierna. Bien, a lo que iba. Maureen Dowd, la gran columnista de The New York Times -cronista de Washington desde los tiempos de Reagan y atractiva mujer sin operar de 54 años-, se refiere al fenómeno de las apariencias, y de cómo las mujeres hemos caído en las trampas más asquerosas relacionadas con el narcisismo, en su libro ¿Son necesarios los hombres?, que me atrevo a recomendar que lo adquieran directamente en inglés y en donde puedan porque no sólo la traducción al español es insufrible y está llena de erratas, sino que se pierde casi totalmente el lenguaje ágil e inventivo de Dowd, tan agudo como su mirada.

Uno de los capítulos más hilarantes del libro es aquel que cuenta los temores de la autora de que las mujeres se conviertan en seres quiméricos, mitad mujer, mitad vaca, debido a que la mayoría de los productos que se inyectan en la cara están hechos con babas de vaca. También denuncia la existencia de un ácido hialurónico aviar extraído de crestas de gallo machacadas, y otros hechos con bacterias, y otros potingues obtenidos con prepucios de bebés recién circuncidados. Y hay actrices que reciben su inyección de lo que sea horas antes de aparecer en una velada de Hollywood, o que se someten a una liposucción de urgencia portátil en el vestuario de la tienda de modas donde se están probando el traje que lucirán esa noche en la ceremonia de los Oscar. Y las hay que mandan congelar la grasa de sus liposucciones en frasquitos, para utilizarlas el día de mañana en relleno de arrugas, alisamiento de manos o vete tú a saber.

Estas cosas les parecerán a ustedes exageraciones de periodistas, o quizá que semejante plaga sólo se da en países árabes donde la adicción por la misma nariz y los mismos labios es cosa común, a pesar de la extraordinaria belleza media y natural de sus mujeres. O creerán que nos encontramos ante costumbres de Hollywood propias de un culebrón al estilo de Dinastía.

Podía haberlo pensado incluso yo: paparruchas, babas de vaca, crestas de gallo, hay que ver, si no fuera… Si no fuera porque cierta noche, esperando en mi cama del hotel de Beirut a que llegara el sueño, e incapaz de conciliarlo, recurrí a la última de las estratagemas posibles: conecté con TVE Internacional, a la espera de que me cayera en gracia un apasionante reportaje acerca de cómo se afilan el pico las cigüeñas. Pues no. Tuve la desgracia de conectarme cuando estaban dando lo único que podía desvelarme del todo. Un anuncio de diez minutos -que me parecieron eternos- de un producto para estirarnos la piel y quedarnos como niñas púberes. El producto, ojo al tema, tiene como origen las babas de caracol. Ni más, ni menos.

Por suerte no me dormí, de lo contrario habría soñado toda la noche que me arrastraba babeando por encima de mi propia piel.

Pero el mercado de la apariencia es imparable, ni los bombardeos pueden con él.

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