COLUMNISTAS

Una del corazón

A veces hay noticias nimias que dan mejor idea del estado mental y ético de una sociedad que las de mayor resonancia y trascendencia. Todos nos congratulamos, por ejemplo, de la excelente reacción de los madrileños y los españoles tras los atentados del 11-M (bueno, de la mayoría: Aznar, Acebes y unos cuantos columnistas, también de este periódico, fueron caso aparte), y pensamos que el país era mucho más saludable de lo que habitualmente parece. Sin embargo, el afrontamiento de las grandes tragedias no es un dato muy fiable, ni cuando es bueno ni cuando es malo, valeroso o cobarde, solidario ...

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A veces hay noticias nimias que dan mejor idea del estado mental y ético de una sociedad que las de mayor resonancia y trascendencia. Todos nos congratulamos, por ejemplo, de la excelente reacción de los madrileños y los españoles tras los atentados del 11-M (bueno, de la mayoría: Aznar, Acebes y unos cuantos columnistas, también de este periódico, fueron caso aparte), y pensamos que el país era mucho más saludable de lo que habitualmente parece. Sin embargo, el afrontamiento de las grandes tragedias no es un dato muy fiable, ni cuando es bueno ni cuando es malo, valeroso o cobarde, solidario o egoísta, porque ante ellas es fácil que la norma se quiebre -hacia uno u otro lado-, precisamente por lo extraordinario y grave del acontecimiento. Y en ese sentido encuentro más significativas las actitudes normales, las que se observan en circunstancias apacibles y hasta anodinas. Las que no suelen ser, por tanto, ni siquiera noticias, o lo son tan nimias como la que me llamó la atención hace mes y medio.

"Dejan de ser adultos si las cosas van mal"

Apareció en la sección de Gente de este diario, y relataba cómo la cantante Victoria Adams, mujer de David Beckham, "dejó con un palmo de narices" (obsérvense los términos de quien redactaba la nota) a "algunos de los miles de turistas que han visitado Segovia la pasada Semana Santa", al abandonar un restaurante con sus tres hijos y salir pitando en su automóvil, al parecer en dirección prohibida. Antes (véase el agravio de su comportamiento), "se mantuvo distante entre guardaespaldas, masticando chicle". Y a continuación venía lo que el redactor veía lógico y yo preocupante: "lo cual provocó la protesta airada de muchas personas que la querían fotografiar con cámaras y móviles, que la abuchearon tras la veloz huida" (los subrayados son míos). Es decir, la gente es "provocada", protesta airadamente y abuchea a una mujer -todo lo famosa que se quiera- porque se le antojaba coleccionarla al vuelo en sus estúpidas cámaras y móviles y a la mujer no le venía bien o simplemente no le apetecía. Esa gente, en consecuencia, da por sentado que lo que ella quiere está por encima de lo que quieran los otros y que sus deseos han de ser satisfechos. Y si no es así, protestan y abuchean.

¿Qué está pasando, qué ha pasado para que cada vez más individuos consideren que sus apetencias son soberanas y que deben cumplirse, aunque involucren a otros que tal vez no estén por la labor que se les pide, o más bien se les exige? Los propios periodistas del corazón -quién no los ha visto y oído- establecen unas reglas unilaterales y absurdas según las cuales quienes se han prestado con anterioridad a reportajes rosas, amarillos o verdes, sobre todo si han cobrado por ellos, no tienen luego derecho a evitar ni a quejarse del acoso de los reporteros, como si cada vez no hubiera que llegar a un mutuo acuerdo y esos asuntos no dependieran siempre de dos partes, el famoso de turno y la revista o televisión interesadas. Es como si a un escritor le dijeran: "Puesto que usted escribió una vez un artículo para tal publicación, y lo cobró, queda ya obligado a escribirlos sin cobro para cualquier otra que se los solicite". Un disparate.

En más de una ocasión he hablado de la progresiva infantilización del mundo y de la aspiración de todo quisque a carecer de responsabilidades y a ser menor de edad indefinidamente. Pero hay que matizar esto: en realidad todos quieren ser mayores de edad en principio, tomar iniciativas, no ser coartados, hacer lo que les venga en gana, disponer de su dinero como mejor les parezca, ir donde les plazca. Lo cual está muy bien y es, en efecto, lo propio de los adultos. Demasiadas personas, sin embargo, dejan de ser esto último en cuanto las cosas les salen mal o se tuercen, y entonces exigen volver a la condición de niños. Hay, así, la descarada tendencia a cambiar las reglas del juego a conveniencia, algo que nunca es aceptable pero que, extrañamente, cada día se impone más y se acepta. Los damnificados por las aparentes estafas de los sellos fueron libres de invertir sus ahorros e intentar hacer negocio con entidades mercantiles, no financieras, y por tanto no garantizadas igual que éstas. No pidieron permiso a nadie, pero ahora, cuando se descubre el timo, algunas voces están ya pidiendo el amparo del Estado, si no el adelanto parcial de lo perdido, a cargo de sus inocentes conciudadanos. Muchos turistas se van a países en los que hay guerrillas o mafias activas, y si allí los secuestran pretenden que sea el Gobierno quien los rescate. Muchos conductores se echan a la carretera cuando se anuncian nevadas, y si quedan atrapados por el temporal, se quejan a las autoridades de que no los saquen inmediatamente del atolladero. Si a unos españoles los pilla en Nueva Orleans el Katrina, se indignan con la Embajada de Washington si ésta no abandona todo en el acto para socorrerlos, pero esa Embajada no los instó ni invitó a viajar a esa zona de huracanes. Y lo peor es que, cuando antes o después las ayudas llegan, esos mayores de edad convertidos repentinamente en menores ni siquiera las agradecen, muchas veces. Me temo que la frecuencia y reiteración de estas actitudes habla, por desgracia, de una sociedad más bien caprichosa, consentida, exigente e ingrata. Como para preocuparse. Hasta por la comechicles Victoria Adams.

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