Editorial:

Una mirada nueva sobre Iberoamérica

La XV Cumbre Iberoamericana debería constituir un nuevo punto de partida en un proyecto que sigue sin cuajar satisfactoriamente después de 15 años. Iberoamérica no es un espacio natural, ni geográficamente contiguo, sino esencialmente histórico y cultural, pero de gran envergadura. Y como todas las empresas ambiciosas, requiere de cuidado y constante reelaboración. El jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, lo calificó ayer de "nueva andadura".

La reunión cerrada en Salamanca -así se ha planteado- tiene que ser la del cambio hacia un modelo operativo alejado de la retór...

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La XV Cumbre Iberoamericana debería constituir un nuevo punto de partida en un proyecto que sigue sin cuajar satisfactoriamente después de 15 años. Iberoamérica no es un espacio natural, ni geográficamente contiguo, sino esencialmente histórico y cultural, pero de gran envergadura. Y como todas las empresas ambiciosas, requiere de cuidado y constante reelaboración. El jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, lo calificó ayer de "nueva andadura".

La reunión cerrada en Salamanca -así se ha planteado- tiene que ser la del cambio hacia un modelo operativo alejado de la retórica y la grandilocuencia y centrado en temas concretos y acuciantes para la mayoría de los países del arco iberoamericano: desigualdad, pobreza, exclusión, emigración. Es relevante en este sentido que las cumbres -a las que una periodicidad bianual cargaría de mayor contenido- se hayan dotado por fin de manera efectiva de un órgano permanente, la Secretaría General, en las prometedoras manos de Enrique Iglesias, para canalizar la agenda de encuentros y hablar con una sola voz. Y que se haya reducido la amplitud de sus discusiones en aras de la eficacia.

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Está por verse en qué medida fructificará el encuentro de Salamanca entre la política y el sector privado, con los foros empresarial y cívico que lo han precedido. Pero al menos parece imponerse, frente a excesos declarativos anteriores, la lógica de lo concreto, como recordando en su cincuentenario lo que Ortega les dijera a los argentinos: "¡Iberoamericanos, a las cosas!". Si la comunidad concebida "al servicio de nuestros países y ciudadanos", como señaló ayer el Rey, busca la proyección internacional que reclaman sus dirigentes, tiene que labrarse una identidad en acciones específicas. La petición de los empresarios de mayor seguridad jurídica y más firmeza en la lucha contra la corrupción es en este sentido crucial. La credibilidad de los entramados básicos político-económicos y el imperio de la ley contribuyen decisivamente a afianzar la vida colectiva de los países y a combatir lacras como pobreza y desigualdad. La anunciada próxima integración de Venezuela en Mercosur es, en este ámbito, una buena noticia para el conjunto del subcontinente.

La declaración final de Salamanca ha sido más corta de lo habitual, aunque se ha visto acompañada de una larga lista de anexos. El que más ha chirriado esta vez condena el "bloqueo" estadounidense a Cuba. Las reuniones iberoamericanas censuran regularmente, y con razón, el acoso y las injustas represalias de Washington hacia La Habana. En ésta se ha apoyado, además, que EE UU entregue a Venezuela, o juzgue, al ex agente de la CIA acusado del atentado contra un avión cubano en 1976 que costó la vida a 73 personas. Pero la introducción del término "bloqueo" no se corresponde estrictamente a la realidad, y en la redacción final se matizó con los calificativos de "económico, comercial y financiero". Esta pequeña corrección y el balsámico comunicado posterior de la Embajada estadounidense aliviaron la tensión entre el Gobierno español y el de EE UU. Quizá uno de los elementos característicos de estas cumbres más necesitado de desguace es el inmerecido protagonismo que la dictadura castrista adquiere en ellas. Un protagonismo manejado con gran soltura por el eterno ausente, Fidel Castro, y que convierte sistemáticamente en categoría lo que no debería pasar de anécdota.

La credibilidad de las reuniones tiene mucho que ver con el realismo con que sus protagonistas afrontan los hechos, pero también con la justeza de las palabras empleadas para designarlos. Por eso sorprende que en Salamanca, y en el ámbito del compromiso común para combatir el terrorismo y el apoyo al proceso de paz en Colombia, se haya preferido omitir una oportuna mención específica a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) antes que calificarlas como lo que efectivamente son ahora, una neta organización terrorista.

Más allá de la semántica y más cerca del deseable e imperativo aterrizaje en realidades lacerantes, hay que felicitarse por el encargo al secretario general iberoamericano de estudiar un fondo de ayuda y establecer un mecanismo de coordinación ante las frecuentes catástrofes naturales en la región, como la que acaba de abatirse sobre México y Centroamérica. En este ámbito de lo inaplazable, el tema dominante ha sido el de las migraciones, para las que Zapatero pide un modelo de gestión que ordene los flujos masivos hacia Europa de latinoamericanos que abandonan sus países para sacudirse la pobreza.

Precisamente uno de los mayores peligros que se ciernen sobre Latinoamérica, especialmente relevante ante las elecciones que el año próximo renovarán a una docena de sus dirigentes, es el cansancio con la democracia que reflejan las actitudes populares en algunos países. Este desencanto, especialmente visible en la zona andina y Centroamérica, deriva en buena medida de una falta de voluntad gubernamental para atender demandas elementales de los ciudadanos. Un quinquenio de escaso o nulo crecimiento económico ha agudizado uno de los problemas cruciales de la región, cual es la incapacidad de algunas de sus democracias formales para alumbrar un progreso social tangible. De Salamanca debería haber emergido nítida la idea de que la mejor forma de recuperar el entusiasmo colectivo es luchar sin tregua contra la desigualdad social, hoy como ayer el mayor lastre americano.

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