60º ANIVERSARIO DE LA LIBERACIÓN DE AUSCHWITZ

Alemania aún se pregunta cómo fue posible

A lo largo de 60 años, los alemanes han pasado por la culpa, el hartazgo y la imposibilidad de olvidar

Hace 25 años, la serie americana de televisión Holocausto conmovió Alemania. Todo un país lloró entonces ante la peripecia vital de la familia Weiss, judíos berlineses víctimas del nazismo. Un cuarto de siglo después, la misma serie, emitida ahora por la cadena europea Arte, resulta una cursilada insoportable del peor Hollywood. En medio del bombardeo informativo que estos días ha caído sobre los alemanes con motivo del 60º aniversario de Auschwitz, Holocausto ha perdido toda su carga emotiva. No obstante, la serie ofrece elementos dignos de reflexión. En el primer capítulo, la m...

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Hace 25 años, la serie americana de televisión Holocausto conmovió Alemania. Todo un país lloró entonces ante la peripecia vital de la familia Weiss, judíos berlineses víctimas del nazismo. Un cuarto de siglo después, la misma serie, emitida ahora por la cadena europea Arte, resulta una cursilada insoportable del peor Hollywood. En medio del bombardeo informativo que estos días ha caído sobre los alemanes con motivo del 60º aniversario de Auschwitz, Holocausto ha perdido toda su carga emotiva. No obstante, la serie ofrece elementos dignos de reflexión. En el primer capítulo, la madre judía se niega a abandonar Alemania porque "éste es el país de Beethoven y Goethe", donde el nazismo rampante no podía ser más que un accidente pasajero.

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En la serie televisiva, ella y su familia pagaron con la vida su confianza en el país de pensadores y poetas. Cuando se cumplen 60 años de la liberación de Auschwitz, todavía no se ha podido dar una respuesta del todo satisfactoria a la cuestión: ¿cómo fue posible que un país con los niveles de civilización y cultura de Alemania produjese la barbarie de Auschwitz?

El espectro de las respuestas a esta pregunta es muy amplio y abarca desde las que recurren a una simplona explicación biológica y racista y aseguran que el Holocausto es algo que los alemanes llevan en el ADN, a las que buscan en Adolf Hitler y la camarilla nazi los chivos expiatorios por haber seducido con su ideología asesina a todo un pueblo. En medio de ese abanico de explicaciones se pueden incluir todas las posibles: las del marxismo vulgar vigente durante décadas como doctrina oficial en la desaparecida República Democrática Alemana, que culpaba al gran capital y exculpaba al proletariado, o las que ponen su acento en el antisemitismo casi atávico de la sociedad alemana. Todas estas respuestas resultan incompletas. El capitalismo y el antisemitismo florecían en países vecinos. Otras naciones vivieron bajo regímenes totalitarismo que no alcanzaron la perfección logística y tecnológica del Holocausto con su capacidad industrial para ejecutar a seis millones de personas.

Todo esto plantea la cuestión de si existe una componente específicamente alemana capaz de producir Auschwitz. A lo largo del más de medio siglo de la Alemania democrática surgida de la catástrofe del nazismo y de la II Guerra Mundial se han sucedido reacciones de todo tipo al afrontar la culpa o la responsabilidad. Más que respuestas, surge una y otra vez la misma pregunta: ¿cómo fue posible?

En los primeros tiempos de la República Federal de Alemania, el presidente federal, el liberal Theodor Heuss, lanzó el concepto de "vergüenza colectiva". Al mismo tiempo, el canciller federal, el democristiano y opositor al nazismo Konrad Adenauer, permitió que antiguos nazis se enquistasen en la Administración y llegasen a ocupar cargos hasta las puertas de su despacho en Bonn. Fueron años de barrer debajo de la alfombra, de escamotear la historia y reprimir la memoria. Eran los tiempos en los que el filósofo de la Escuela de Francfort Theodor Adorno formuló lo de "después de Auschwitz ya no es posible escribir poesía".

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Con el milagro económico, Alemania volvió a ocupar un lugar entre las potencias europeas. El patriarca de la democracia cristiana de Baviera, Franz Josef Strauss, llegó a afirmar con prepotencia: "Un país que ha logrado semejante éxito económico tiene derecho a que no le hablen más de Auschwitz". No compartieron esta opinión los jóvenes que en 1968 se lanzaron a las calles. "¿Cómo fue posible?".

El fin de la era democristiana y la llegada al poder en 1969 de Willy Brandt, un socialdemócrata exiliado político durante el nazismo, pueden considerarse el símbolo del cambio de actitud hacia el pasado. La incapacidad de luto se transformó en una relación masoquista con la identidad nacional: la vergüenza de pertenecer a la nación que produjo Auschwitz y la consideración de que patriotismo era casi sinónimo de fascismo.

Esta pérdida de identidad se prolongó durante años, hasta fines de los noventa, cuando estalló la disputa entre los historiadores que tuvo como solemne expresión intelectual el discurso del escritor Martin Walser al recibir en octubre de 1998 el Premio de la Paz de los Libreros Alemanes. Walser encendió la polémica con sus palabras: "Ninguna persona seria niega Auschwitz, pero si cada día me confrontan con ese pasado, me doy cuenta de que algo en mí se rebela contra la constante presentación de nuestra vergüenza. En lugar de sentirme agradecido por el incesante recuerdo de nuestra vergüenza, empiezo a mirar para otra parte".

En sus años de gobierno, el canciller democristiano Helmut Kohl recurría a una expresión que mostraba su falta de convicción en lo que él mismo habría hecho bajo el nazismo: "La suerte de haber nacido tarde". Con el triunfo de la coalición entre los socialdemócratas (SPD) y Los Verdes, llegaron al poder en 1998 dos representantes de la generación del 68. Auschwitz se ha convertido en argumento legitimador de la ruptura de tabúes vigentes durante décadas.

La revista Stern aparece esta semana con una foto en la portada que presenta la vía del tren que conduce a Auschwitz y una pregunta: "60 años después. ¿Tenemos que sentirnos culpables todavía hoy?". El canciller socialdemócrata, Gerhard Schröder, ha encontrado la respuesta: "La inmensa mayoría de los alemanes que viven hoy día no tienen ninguna culpa del Holocausto, pero cargan con la responsabilidad". Para Schröder, "la tentación del olvidar y reprimir los recuerdos es grande", pero asegura: "No sucumbiremos a ella".

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