Columna

Deudas insaldables

El ejemplo inicial es muy modesto y carece de importancia: en su último número de 2004, el suplemento Babelia hacía balance de los mejores libros aparecidos durante el año, pero los encargados de votarlos o seleccionarlos -una deferencia de este diario- eran los suplementos literarios de sendos periódicos de la Argentina, Chile, Colombia, México y el Perú. Me llamó la atención que, en ninguno de los tres apartados dedicados a lo escrito en castellano (narrativa, poesía y ensayo), figurara un solo título de autor español. Con una cicatería rayana en la paletería, los responsables de esas public...

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El ejemplo inicial es muy modesto y carece de importancia: en su último número de 2004, el suplemento Babelia hacía balance de los mejores libros aparecidos durante el año, pero los encargados de votarlos o seleccionarlos -una deferencia de este diario- eran los suplementos literarios de sendos periódicos de la Argentina, Chile, Colombia, México y el Perú. Me llamó la atención que, en ninguno de los tres apartados dedicados a lo escrito en castellano (narrativa, poesía y ensayo), figurara un solo título de autor español. Con una cicatería rayana en la paletería, los responsables de esas publicaciones sólo habían visto obras de mérito en sus países americanos y de sus autores americanos. En el fondo no es de extrañar. Cualquier español que haya viajado por la América de su habla se ha encontrado antes o después con alguien que lo mira mal por su mero origen o que incluso le lanza el reproche abierto: "Porque ustedes, los españoles, vinieron acá a saquear y a matar…", o cosas por el estilo. Como alguna vez han comentado Fernando Savater y otros, quienes se permiten estas acusaciones suelen apellidarse González, Ruiz o Chávez, o si no Bianco o Zanetta, cuyos antepasados llegaron al Nuevo Mundo mucho después que los españoles.

Hay una respuesta lógica e inmediata, ya empleada por muchos compatriotas míos: "Mire, enfádese con usted mismo y no conmigo, porque fueron sus antepasados quienes vinieron a saquear y matar, además de a alguna cosa positiva, y no precisamente los míos, que no se movieron de España". Pero, eso aparte, habría que preguntarse por qué hay en el mundo tantas "deudas" que parecen "insaldables", y, sobre todo, por qué diablos la factura se sigue presentando, generación tras generación, a los remotos descendientes de quienes cometieron las tropelías (a veces ciertas, a veces imaginarias y falsas), siglos atrás. Hay que apresurarse a decir que son los propios "deudores vicarios" quienes en buena medida las hacen insaldables, y más aún en esta época en que, por demagogia y pusilanimidad, todos andan pidiendo perdón por lo que no les toca. Los alemanes actuales, por el nazismo; los españoles, por el descubrimiento y la colonización de América; los americanos anglosajones, por el exterminio de los indios y la esclavización de los africanos; los japoneses, por las atrocidades de su Ejército en la China; los hombres, por el secular sojuzgamiento de las mujeres; los heterosexuales, por la larga persecución de los homosexuales; los blancos en general, por su maltrato a los miembros de las demás razas; y hasta la Iglesia Católica, tan poco dada, se descuelga de tarde en tarde con algún mea culpa absurdo, como haber condenado a Galileo en su día (más le valiera a esa Iglesia dejar de ofender a tantos como aún ofende en la actualidad).

Es curioso que, así como todos estamos más o menos de acuerdo en que uno sólo es responsable de sus propios actos (y hasta hay la preceptiva cita bíblica al respecto: "Yo no soy el guardián de mi hermano"), se extienda en el mundo la funesta noción de la culpa contagiosa y mancilladora. No sólo es culpable de un atropello quien lo cometió hace mucho, sino todos sus descendientes aproximados, y los de su misma raza, o su mismo sexo, o su misma ideología, o su misma religión, por los siglos de los siglos, al parecer. En España, sin ir más lejos, Castilla antes y ahora Madrid están en permanente falta ante Cataluña, el País Vasco y Galicia, y en menor grado ante todas las demás regiones. Esa inacabable extensión de la culpa lleva fácilmente a grandísimos disparates y tergiversaciones: ciertos vascos y catalanes han tenido la cara dura de "exigir" a los Gobiernos democráticos de hoy que pidan perdón a sus comunidades… ¡por la Guerra Civil!, a la que, en el colmo de las falsificaciones, tratan de presentar como un avasallamiento de los "españoles" a Euskadi y Cataluña, cuando es sabido que los antepasados políticos de Arzallus e Ibarretxe pactaron su rápida y ventajosa rendición con los fascistas italianos que apoyaban a Franco (el pacto de Santoña, así se conoce su felonía de 1937 que el PNV oculta ahora); que hubo muchísimos catalanes franquistas y que Madrid fue la última ciudad en claudicar y la más represaliada durante y después de la Guerra.

No sé. Hay un malsano interés en perpetuar las afrentas lejanas, y a menudo, si no las hubo, en inventarlas. En lo que a mí respecta, a lo largo de mi vida me he encontrado con que reúno casi todos los elementos para que se me mire mal: soy varón, heterosexual, blanco, europeo, español, y encima madrileño (quizá sólo un londinense lo tendría peor). Y así, con frecuencia se me considera culpable de doscientas cosas con las que no he tenido nada que ver, desde las matanzas de aztecas hasta la quema de los llamados finocchi en la Italia renacentista. Lo único es que, a diferencia de tantos, que se dan golpes de pecho por lo que ellos jamás hicieron, no tengo empacho en responder a mis ocasionales reprochadores: "Oiga, ¿y a mí qué me cuenta? Las quejas a quien corresponda, allí en el Juicio Final".

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