Reportaje:

El jardinero Monet

El pintor impresionista Claude Monet creó en su casa de Giverny, en Francia, un jardín espectacular con centenares de flores, nenúfares y árboles que reflejó en sus cuadros. Visitamos los jardines del artista, protagonistas de una de las mayores exposiciones sobre el pintor que se inaugura en el Kunsthaus de Zúrich (Suiza).

Los iris despliegan sus tonos amarillos, las petunias y anémonas se mezclan en una cascada de rosas intensos; gencianas, narcisos y margaritas puntean con su colorido los arriates verdes. Dalias, capuchinas y glicinas azules crecen en un recinto espectacular por el que se pierden los visitantes en un otoño todavía caluroso. El jardín de la casa de Giverny, en Francia, donde el pintor Claude Monet (1840-1926) vivió más de cuarenta años, es su cuadro más bello y el mejor conservado, que cambia de colorido con las estaciones, como él deseaba. "No hago más que mirar lo que me enseña el universo y ...

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Los iris despliegan sus tonos amarillos, las petunias y anémonas se mezclan en una cascada de rosas intensos; gencianas, narcisos y margaritas puntean con su colorido los arriates verdes. Dalias, capuchinas y glicinas azules crecen en un recinto espectacular por el que se pierden los visitantes en un otoño todavía caluroso. El jardín de la casa de Giverny, en Francia, donde el pintor Claude Monet (1840-1926) vivió más de cuarenta años, es su cuadro más bello y el mejor conservado, que cambia de colorido con las estaciones, como él deseaba. "No hago más que mirar lo que me enseña el universo y mostrarlo a través de mi pincel", decía a quien le señalaba su desmedida afición a la jardinería.

El "poeta de la naturaleza", el más famoso de los pintores impresionistas, dedicó la mayor parte de su vida artística a reflejar los mil matices de una flor, de un nenúfar, o la composición colorista de un campo sembrado de amapolas. Los jardines son los protagonistas de la mayoría de sus cuadros. En 1860, los de su casa en Sèvres; en 1870, los de los pequeños pueblos al lado del Sena, Argenteuil y Vétheuil, donde residió, y ya en 1890, en los últimos años de su vida, los de su casa de Giverny, su paraíso encontrado.

Giverny, en Normandía, a orillas del río Epte. Un pueblo que no alcanzaba los trescientos habitantes, reunía lo que Monet buscaba: agua y campo. La finca, de 9.600 metros cuadrados, poseía una casa de dos pisos lo suficientemente grande para albergar a toda su extensa familia. "Una vivienda de pequeños burgueses", dice hoy mientras la muestra a un reducido grupo de visitantes una de sus descendientes, Claire Toulgouat. Una casa pensada para así "alejarse del ruido", y muy moderna en cuanto al colorido que Monet eligió para pintar las paredes: azul, malva, verde lima y amarillo, tonos pensados a fin de que la luz se reflejara a todas horas del día en el interior. Las ventanas, verdes y siempre abiertas a la naturaleza, "su segundo salón". Hoy, dos grandes árboles, unos tejos centenarios, flanquean la salida hacia el jardín en un arco de verdor que cambia con las estaciones.

Por la casa de Giverny, abierta por la Fundación Monet al público de abril a octubre, pasan al año una media de 450.000 visitantes. El pueblo se conserva tal y como el pintor lo conoció, y allí, en el pequeño cementerio contiguo a la iglesia del pueblo, reposan sus restos y los de su familia.

La amistad de un adolescente Monet con el pintor Eugène Boudin fue clave para su dedicación posterior a la pintura y a los jardines. Boudin pintaba siempre al aire libre, en una época en que todos los artistas plasmaban en sus estudios lo que habían visto antes en el exterior. "Poco a poco", escribió Monet, "se fueron abriendo mis ojos, comprendía realmente la naturaleza y, al mismo tiempo, empecé a amarla". En 1866 pinta el jardín de la casa familiar en Sainte-Adresse, en Normandía. Los jardines en flor le atraen por su colorido, el estallido de las plantas y su iluminación. Pinta sombras en color y reproduce las flores con absoluta libertad.

Con sus amigos pintores Sisley, Berthe Morisot, Renoir, Pissarro, o músicos como Bizet, Monet acude los domingos desde París hasta la cercana isla de los impresionistas, un brazo del Sena a pocos kilómetros de la capital francesa, donde Renoir pintó alguno de sus cuadros más célebres (como Le déjeuner des canotiers, en 1881). Las orillas del río eran una fiesta exuberante de verdor y un espacio de libertad donde los bohemios pintores se encontraban a sus anchas entre los canotiers, los barqueros del Sena, lo más opuesto a los burgueses parisienses. Monet fue el primero en utilizar una de estas típicas barcas como taller flotante. Plantaba en la cubierta su caballete y así pintaba en medio del agua todo lo que veía: las acacias combadas sobre el agua, los espléndidos castaños, los cerezos, las higueras…

La Maison Fournaise, una modesta casa de comidas en la isla de Francia, cerca del pueblo de Chatou, se convirtió en el lugar de moda para los pintores donde Renoir y Monet acudían habitualmente y donde un día decidieron echar un pulso pictórico.

En el verano de 1869, ambos eligen pintar el mismo paisaje, la Grenouillère, una pequeña isla en el centro del río Sena. Monet compone su cuadro con pinceladas claras, horizontales, enérgicas, con abundante blanco en los bordes. Las figuras que pinta empiezan a ser ya manchas en forma de coma. Renoir, en cambio, mezcla tonos rojos y difumina las pinceladas.

El color es sólo un añadido, afirmaban los pintores clásicos, pero para los impresionistas, el color es el rey del cuadro. Cuando Monet pinta en 1873 el amanecer en el puerto de El Havre, con un sol rojo que se eleva provocando reflejos rojizos en el agua, lo titula Impresión, salida de sol. El cuadro, hoy en el Museo Marmottan de París, es un estandarte, un símbolo del nuevo movimiento artístico que entronizaba la impresión al percibir un paisaje, un motivo, durante breves instantes. "Era solamente un ojo, pero qué ojo", decía Cézanne de Monet. Un ojo que supo reproducir lo instantáneo.

Cuando Monet pinta el Sena, intenta reflejar los contrastes de su superficie. La luz le obsesiona. Es el inicio de su paso a la pintura abstracta que años más tarde, en sus series de los Nenúfares, será la apoteosis de la radical disolución de los objetos. Luz, flores y agua son los temas de todos sus óleos. En 1890 pinta durante dos años la catedral de Rouen, al norte de Francia, en diferentes condiciones de luz ("Los efectos no duraban más de dos minutos"). Es el comienzo de sus series, repeticiones de motivos, algo que también hará con sus nenúfares. Aplica el color de forma pastosa, granulada, con gruesas capas de pintura que se extienden unas sobre otras. Monet es el primero en pintar cuadros blancos, casi monocromáticos, gracias al empleo de carbonato de plomo, una masa de color blanco que da luminosidad a su pintura. En su paleta predominan además los tonos verdes, rojos y negros.

El curso del Sena es vital en la obra de Monet. Su vida gira en torno al agua. Busca sus reflejos, sus paisajes. En Argenteuil, un pequeño pueblo agrícola que fue célebre por sus vinos y sus espárragos, a tan sólo diez kilómetros al noroeste de París, florece su primer jardín. Hoy, Argenteuil es una poderosa villa industrial, y de los impresionistas no queda más que el recuerdo de la segunda casa donde vivió Monet, en el bulevar Karl Marx.

Siguiendo el Sena, Monet se traslada a Vétheuil, donde se instaló en 1878 con su familia en una casa excepcional para la época, con dos cuartos de baño, calefacción y, por supuesto, jardín, en el que Monet delimitó dos zonas bien diferenciadas: en la más cercana a la casa cultivaba legumbres para consumo propio; en la otra parcela, gladiolos, una de sus flores preferidas, girasoles, rosas. "He asentado mi campamento", escribe Monet, "a la orilla del Sena, cerca de Vétheuil, una zona encantadora". En esta casa murió su primera esposa, Camille (en 1879), y Monet la dibuja plácida, serena, con grandes pinceladas blancas que la envuelven como un sudario. Aquel invierno fue duro. Monet, triste, deprimido, pinta por primera y única vez la nieve, el frío, los campos sin flores.

Ernest Hoschedé, un comerciante adinerado, entra por aquellos años en la vida de Monet como protector. Le compra sus cuadros y cuando se arruina se traslada a vivir a Vétheuil con Monet, acompañado de su mujer, Alice, y sus seis hijos. Poco tiempo después, Alice se convertiría en su amante, con la que se casaría años más tarde.

Y por fin Giverny. Su lugar mágico. El territorio que encontró el pintor por azar en 1883. Aquí pasó Monet la segunda mitad de su vida, sus cuarenta y tres años más productivos artísticamente. "Estoy encantado. Giverny es un paisaje espléndido", le dijo Monet a su amigo el crítico Théodore Duret. "La casa es extraordinaria. Es magnífica, pero no hay nada que pintar", escribió el pintor a Alice Hoschedé. Él se encargó de transformarla. Con ayuda del jardinero Félix Breuil puso manos a la obra. Monet inventó un paraíso de plantas, concibió un espacio pictórico. Distribuyó plantas en colorido monocromo, yuxtapuestas según la tonalidad. Su criterio no era otro que plantar por armonías, con el ojo puesto de antemano en el lienzo. Según la floración, en unas épocas su jardín era azul; en otras, malva; en otras, rosa. Logró un jardín en desnivel, con las plantas trabajadas en diferentes alturas. Era tal su pasión por su jardín que cuando se iba de viaje solía escribir a sus hijos para preguntar cómo estaban sus flores. El jardín de Giverny cambia poco a poco y la fachada de la casa se cubre de plantas trepadoras y rosas.

Giverny conserva todavía hoy la biblioteca tal y como la dejó el pintor, llena de libros de botánica. En las paredes, las láminas japonesas que tanto le sedujeron. En su taller, la mesa, el caballete, el sofá y la chaise-longue. Jamás echaba las cortinas de las ventanas, y la colina que se divisa enfrente de la casa era su barómetro particular para adivinar el tiempo "como un auténtico campesino", señala madame Toulgouat. Observaba a lo lejos la columna de humo de los trenes a Vernon, la población más cercana a Giverny, que le permitía viajar todas las semanas a París, donde acudía al teatro, visitaba exposiciones y comía en los mejores restaurantes. Monet era un excelente gourmet, y muchas de sus recetas son ya platos clásicos de la cocina francesa, como la tarta Tatin -bautizada así en honor de sus amigas las hermanas Tatin-, que el pintor reelaboró añadiendo a las manzanas reinetas el toque de la crema pastelera.

Con los años va fundiéndose con su jardín. Forma parte de su vida, de su pintura. Pero Monet no es un pintor de flores. Es un pintor de impresiones, de efectos. "Sus jardines son reflectores de luz", señala Christopher Becker, director del Kunsthaus de Zúrich y comisario de la exposición Los jardines de Monet, con la que pretende profundizar en las diferentes interpretaciones de los paisajes pintados por Monet. "Con ellos", añade, "Monet inventa los signos del arte moderno". Una metamorfosis del color, de la luminosidad.

Finalizado el jardín, el Clos Normand de la casa, Monet idea su "jardín de agua", con un primer estanque modificando con esclusas el curso del río Epte. Añadió después dos estanques más y planta los nenúfares, cuidando los reflejos de estas flores tan delicadas sobre el agua. Una fotografía que tomó su hijo Michel y que se conserva todavía en la casa le descubre cómo situarlos para conseguir así sus característicos juegos de luces y sombras.

En 1895, Monet mandó construir sobre el estanque un pequeño puente de madera de estilo japonés, enmarcado por bambúes. Un primo de su mujer Alice le envió desde Indochina los primeros que se vieron en Europa. Hoy, el puente aparece cubierto de glicinas, juncos, sauces llorones y lirios.

El final del siglo XIX es la etapa en la que Monet inicia sus paisajes reflejo y las repeticiones de nenúfares en medio de islas de hojas. Acerca los motivos en primeros planos y descompone el color en miles de matices, un color aplicado como velo o en motas, rayas, manchas… Monet elabora ya fantasías pictóricas. El impresionista se convierte en simbolista. Pronto su visión se ve alterada por las cataratas. Su pintura se deforma. Pintores como Pollock, Rothko y la escuela norteamericana del impresionismo abstracto se inspirarán muchos años después en los últimos cuadros de nenúfares de Monet. Sus cuadros más amados.

En 1914 muere su hijo Jean, y Clemenceau, el que fuera primer ministro francés, se convierte en un visitante asiduo de Giverny y en el amigo que proporciona a Monet la posibilidad de pintar sus últimas series, los cuadros de nenúfares de 24 por 12 metros, "las decoraciones" para las que Clemenceau manda habilitar un pequeño palacio, L'Orangerie, cerca del Museo del Louvre, en París. "La capilla sixtina del arte moderno" se adorna con estos espectaculares paneles circulares. Los últimos años de su vida, un Monet casi ciego pinta una y otra vez las formas mágicas de unos nenúfares que su jardinero cuida con devoción. Cerca de 250 telas, paisajes de agua y de reflejos que se han convertido en una obsesión. El 5 de diciembre de 1926, Claude Monet muere en su amada casa de Giverny. Años atrás había expresado el deseo de que a su muerte su cuerpo fuera arrojado al mar. No se cumplió. El cementerio de Giverny guarda sus restos junto a los de Alice Hoschedé y sus hijos.

El cuadro, 'Nenúfares y puente japonés' lo pintó Monet en 1899 . Es uno de los 70 cuadros exclusivos que podrán verse en la exposición de Zúrich.

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