Columna

La realidad del tomate

Por unas cosas u otras el tomate, más que otro fruto, se ha convertido en un símbolo central. Los buenos tomates naturales, sin fertlizantes ni pesticidas, rojos, mórbidos y sabrosos, representan toda la verdad, mientras a su alrededor, atentando contra esta pureza, se congregan múltiples especies prefabricadas con metodologías muy técnicas y electrónicas donde se encarna el espíritu del mal.

A propósito de esta metáfora agropecuaria, extensible a las piñas, las fresas, los plátanos, los salmones o las doradas de ración, Jean-Pierre Coffe ha compuesto un libro (...

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Por unas cosas u otras el tomate, más que otro fruto, se ha convertido en un símbolo central. Los buenos tomates naturales, sin fertlizantes ni pesticidas, rojos, mórbidos y sabrosos, representan toda la verdad, mientras a su alrededor, atentando contra esta pureza, se congregan múltiples especies prefabricadas con metodologías muy técnicas y electrónicas donde se encarna el espíritu del mal.

A propósito de esta metáfora agropecuaria, extensible a las piñas, las fresas, los plátanos, los salmones o las doradas de ración, Jean-Pierre Coffe ha compuesto un libro (Consommateuers, révoltons nous!, Plon) donde se exponen con detalle los procedimientos de la nueva tecnoagricultura. Así, por ejemplo, en una hectárea de campo -dice Coffe-, se puede aspirar a cosechar unas 30 toneladas de tomate de julio a septiembre con un coste de casi un euro por kilo. Pero ¿cuánto puede ganar ese productor en el mercado? Prácticamente nada si pretende competir con los tomates creados en viveros y llegados de todas partes. O llegados, en realidad, de ninguna sitio significativo puesto que los tomates, como los pepinos o las truchas, pierden a menudo cualquier denominación de origen para transformarse en marcas. En Francia hay marcas de tomates Savéol, Rougeline, Marmandise, Starline, Tikangou, Coeur de Nature, Océan Atlantic..., que no se sabe de donde vienen ni tampoco importa saberlo. Se trata de tomates sin tierra, producidos en serie y sobre suelos artificiales compuestos por un substrato formado por turba, lana de vidrio, fibras celulosas y de nuez de coco, capaces de retener el agua cargada de sustancias nutricias.

La ventaja de esta modalidad de cultivo es que, obviamente, no daña el terreno. Se cultiva sin intervenir suelo, planeando sobre él y, de esta manera la Naturaleza permenece indemne, a la vez que la empresa es recompensada con una recolección de tomates diez o doce veces más alta y un beneficio proporcionalmente superior. Y con una adición más: los tomates nacidos de este modo, salvados de las imperfecciones y desprovistos de raíces no quedan expuestos a las enfermedades que provienen del suelo. Un ordenador, además, decide la ración justa de pesticidas o nutrientes necesarios, el número de gotas de agua por unidad de fruto, la temperatura y la actividad fotosintética exacta para la máxima productividad. De esta manera se llega la categoría de una "fertilización razonada" que es la señal de que la razón humana ha culminado su dominio del medio natural por completo y, en adelante, el tomate no será un artículo controlado.

¿Sabor, fragancia? El producto, de acuerdo con el paradigma de la época, es ante todo del orden de la apariencia, imagen. Tomates bellísimos, resistentes al transporte, insípidos, iguales y tersos que, atendiendo además a la inquietud médica reinante se ofrecen como calculados portadores de beneficios dietéticos. Porque habiendo asumido la comida su función farmacológica, el markéting anuncia los tomates por su contenido en proteínas, su condición hipocalórica, su riqueza en vitamina C, su aporte de potasio, magnesio, zinc, fósforo o hierro.

¿Fin pues de los tomates/tomates? Fin del tomate ignorante de sí mismo y principio del tomate cultivado y consciente, recreado instruido para cumplir una doble función: el simulacro de la oferta clínico-alimentaria y la gloria de un beneficios empresarial que agranda sus ingresos. La producción industrial de lo agrario multiplica, en fin, por diez sus beneficios, allana los daños de la naturaleza, soslaya las deficiencias del terreno y se alza, en fin, como una segunda naturaleza, una segunda realidad producida que, gradualmente sustituye no sólo un cultivo por otro sino una cultura común por el interés privado y, en general, según es norma en el vigente estilo del mundo, lo real por su reality show.

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