CLÁSICOS DEL SIGLO XX (2)

La antorcha

Entre los libros que pugnábamos por conseguir clandestinamente en los años sesenta, ninguno era tan gratificador como La función del orgasmo, de Wilhelm Reich, y por las razones que el mismo título da a entender. Ser marxista fue en muchos casos una prolongación de ser religioso y militar en un movimiento comunista que poseía concomitancias con la actitud de cristianos enfervorizados en la búsqueda de un mundo mejor. De hecho, cristianos y marxistas firmaron frecuentes pactos en la teoría y en la práctica, en las células y en las parroquias más obreras.

Wilhelm Reich era otra cos...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Entre los libros que pugnábamos por conseguir clandestinamente en los años sesenta, ninguno era tan gratificador como La función del orgasmo, de Wilhelm Reich, y por las razones que el mismo título da a entender. Ser marxista fue en muchos casos una prolongación de ser religioso y militar en un movimiento comunista que poseía concomitancias con la actitud de cristianos enfervorizados en la búsqueda de un mundo mejor. De hecho, cristianos y marxistas firmaron frecuentes pactos en la teoría y en la práctica, en las células y en las parroquias más obreras.

Wilhelm Reich era otra cosa. Marx no hablaba de sexo, se había conformado apenas con un modesto adulterio con su criada, era demasiado aficionado a la penumbra de las bibliotecas y poco a las luminarias de la carne. Wilhelm Reich era otra cosa: procedía de la misma diáspora judía que Marx pero compartía con Freud, de quien fue discípulo activo, la máxima ilusión por el valor del sexo. El sexo como pilar de la vida y astuto motor de la humanidad.

Más información

Si Freud obtuvo del sexo la máxima productividad observándolo como conflicto, Reich procuró rescatarlo como solución primordial. Para Freud la sexualidad era la fuente de las obsesiones y culpas de los sujetos mientras para Reich ese sexo tan importante llegaba a ser no sólo una molécula crucial del individuo sino de la misma Naturaleza y la sociedad. El orgón, término acuñado por Reich, evidentemente asociado al orgasmo, sería, por redundancia, la potencia germinal del mundo: "La energía que precede a la materia y la genera", declaraba él.

Dicho esto, ¿qué otra cosa podía esperarse sino el clamor juvenil?

Las milicias de jóvenes que se habían encuadrado en el marxismo con un espíritu heroico y altruista se tropezaban de pronto con la oportunidad comunista (Reich se afilió al PC en 1929) de ser todavía más heroicos y eficaces disfrutando sin cesar. A mayor generación de placer carnal mayor cantidad de vida; a mayor cantidad de sustancia "orgónica" más réditos para el soñado mundo mejor. Si el catolicismo pedía la castidad a cambio del cielo, el "orgonismo" de Reich fundía el cielo con el goce sexual. Y con una dimensión revolucionaria incluida: gracias a defender el orgasmo a troche y moche se desafiaban los controles de la vida burguesa y se amenazaba la estructura familiar que sería sustituida. La revolución era así, probablemente, una orgía. ¿Quién podía sustraerse a esta proposición?

Sin embargo, ¿no parecía demasiado frívola?

Wilhelm Reich, que debió exiliarse para sortear la persecución nazi, se esforzó durante años en dar categoría objetiva a su tesis y en 1940, residiendo en Estados Unidos, construyó el primer "acumulador de orgón", un artefacto donde podía medirse térmicamente una sustancia azulada que titilaba a los ojos del observador. Este acumulador absorbería del cosmos infinito su máxima esencia y la haría materialmente disponible para curar enfermos, devolver dinamismo al deprimido o, acaso, para crear ciertos ejemplares de superdotados.

Un organismo cargado de orgón no sufriría gripes, ni jaquecas, tumores o eczemas, de manera que el citado acumulador podría convertirse en una suerte de bálsamo de fierabrás si era administrado en dosis continuas. Las autoridades norteamericanas que acabaron viendo en todo este enredo la mano de un iluminado o un farsante acabaron condenándolo a dos años de cárcel, entre cuyas paredes murió en 1957. Para nosotros, sin embargo, jóvenes marxistas de los sesenta, La función del orgasmo no debía perecer nunca sino, por el contrario, difundirse como una bendición. A escala personal veíamos claro que la demanda de libertad sexual se registraba por las autoridades como una demanda fuertemente revolucionaria. El sexo, cosa aparentemente individual, era capaz de producir política. Una micropolítica del deseo que seguiría después analizando Foucault y haciéndola estallar en el archipiélago de los micropoderes por donde se filtra el sistema.

¿Wilhelm Reich hoy? El sexo se ha trivializado tanto que, por contraste, su libro promueve la melancolía del luminoso orgón. Por entonces, hace medio siglo, todavía la sexualidad aparecía como una potencia transgresora y la revolución sexual se asociaba al advenimiento de todas las revoluciones juntas. Ahora, hasta los espectáculos supuestamente provocadores basados en el sexo más duro fracasan en su intento de escandalizar. La fuerza del orgasmo ha perdido carácter subversivo y no por desgaste revolucionario sino por la difusión de su oferta recreativa y suprema comercialización. A su lado, sin embargo, Wilhelm Reich permanece en sus delirios como una antorcha enardecida de aquellos momentos antiguos, policiales y de máxima erección.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En