Un rosado fiel a su origen

El rosado, con esa tentación fácil de vino fresquito y goloso, veraniego y desenfadado acompañante de las mil y una paellas, corre el riesgo de banalizarse en cuanto el bodeguero se empecine en ofrecer por vino una macedonia de frutas rojas, con la frambuesa como tónica y dominante. Pobreza aromática que, paradójicamente, nace de la superabundancia frutal. Pero hay rosados que, fieles a su origen de tintos elaborados en blanco, ofrecen al consumidor un perfil más sobrio, pero con mayor complejidad, garantía de que no habrá una saturación de papilas al segundo trago.

En esta línea de ros...

El rosado, con esa tentación fácil de vino fresquito y goloso, veraniego y desenfadado acompañante de las mil y una paellas, corre el riesgo de banalizarse en cuanto el bodeguero se empecine en ofrecer por vino una macedonia de frutas rojas, con la frambuesa como tónica y dominante. Pobreza aromática que, paradójicamente, nace de la superabundancia frutal. Pero hay rosados que, fieles a su origen de tintos elaborados en blanco, ofrecen al consumidor un perfil más sobrio, pero con mayor complejidad, garantía de que no habrá una saturación de papilas al segundo trago.

En esta línea de rosados de raza destaca Calderona, la pequeña maravilla de Frutos Villar que se beneficia de las más modernas técnicas de maceración en frío para arrancar a la tempranillo y la merlot aromas donde fruta y flor, hueso y hierba, crean atmósferas coloristas y apasionantes, sin perder por ello nada de su original frescura y jovialidad.

En boca deja sentir un cuerpo carnoso, sensual, y tras el impacto inicial, ligeramente goloso, la acidez cambia el paso al vino, que gana con ello agilidad, permitiendo que el regusto a regaliz del final brille sin llegar a cegar.