Reportaje:

El escudo de la discordia

El plan de Bush para desarrollar un paraguas antimisiles pone en entredicho el equilibrio mundial de seguridad

Nadie sabe todavía qué cantidades astronómicas costará y ni siquiera si será viable tecnológicamente. Lo que sí se sabe es que el escudo antimisiles anunciado por George W. Bush pone en entredicho el actual equilibrio mundial de seguridad. El temor unánime es que ese previsto paraguas abrirá una carrera de armamento en países de los que teóricamente intenta defenderse EE UU con ese programa: Irán, Irak, Corea del Norte... Pero sobre todo en China, la única potencia contra la que, si funciona, será efectivo tal escudo. Rusia, de un lado, y la Unión Europea, de otro, parecen resignados y prefier...

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Nadie sabe todavía qué cantidades astronómicas costará y ni siquiera si será viable tecnológicamente. Lo que sí se sabe es que el escudo antimisiles anunciado por George W. Bush pone en entredicho el actual equilibrio mundial de seguridad. El temor unánime es que ese previsto paraguas abrirá una carrera de armamento en países de los que teóricamente intenta defenderse EE UU con ese programa: Irán, Irak, Corea del Norte... Pero sobre todo en China, la única potencia contra la que, si funciona, será efectivo tal escudo. Rusia, de un lado, y la Unión Europea, de otro, parecen resignados y prefieren ganar tiempo con el diálogo que les ha prometido Bush.

El programa, de entrada, incumple el tratado ABM (antimisiles balísticos) suscrito entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética en 1972. Con ese pacto, las dos grandes potencias nucleares se comprometieron a no desarrollar sistemas contra los misiles de largo alcance del contrario, lo que eliminaba la ventaja que podría tener quien lanzara un 'primer ataque'. Es decir, se consagraba el principio de la destrucción mutua asegurada, como elemento clave de disuasión a la hora de plantearse un hipotético ataque nuclear. Ya en aquel año, y en los posteriores, los políticos ultraconservadores estadounidenses criticaron el pacto.

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Pese a tal incumplimiento, la reacción en Moscú al anuncio de Bush no ha sido violenta. Por varias razones. El secretario general de la OTAN, George Robertson, asegura que el presidente ruso, Vladímir Putin, también comprende que hay que desarrollar 'una cierta respuesta militar' ante la existencia de armas de destrucción masiva en manos de pequeños Estados supuestamente 'irresponsables', como los califica Washington.

Pero, además, Washington parece estar teniendo éxito en su objetivo de convencer a Rusia de que el paraguas nunca podrá ser tan perfecto técnicamente como para anular un supuesto ataque masivo de misiles (que Moscú podría lanzar aunque se produjera la prevista reducción de su arsenal), sino en todo caso para interceptar una pequeña cantidad de esos artefactos.

No sólo eso lleva una cierta tranquilidad a Moscú. Bush ha prometido diálogo y explicaciones a Putin antes de poner en marcha todo el sistema, lo que implica que no pretende tomar medidas unilaterales. Ígor Ivanov, el ministro ruso de Exteriores, lo ha dicho claramente estos días: 'Rusia está preparada... para escuchar propuestas y consultas'. 'Tenemos algo que decir al respecto, porque lo principal es no actuar unilateralmente', añadió.

Rusia, como la Unión Europea, ya tomó nota el año pasado cuando Bush aseguró en plena campaña electoral que desarrollaría el escudo. Putin vio que era imposible parar a Washington y llegó a ofrecer incluso, como alternativa, el desarrollo conjunto de un sistema menos ambicioso que también protegería a los europeos. Hasta habló en junio pasado de crear en Moscú un centro conjunto de control mundial de lanzamiento de misiles.

Hoy, Moscú confía en negociar una salida airosa que, con gran probabilidad, concluirá con una redacción diferente del tratado ABM. Por su parte, Washington confía en convencer a los rusos de que no es su intención, pese a las lógicas sospechosas, convertirse en la única potencia mundial 'invulnerable', sobre todo frente a los misiles controlados por Putin.

Algo similar les ha ocurrido a los países de la UE, que hasta hoy han defendido el tratado ABM como base fundamental de la seguridad del continente. Con Francia a la cabeza de las críticas contra esta nueva guerra de las galaxias en los meses pasados, las posiciones se mueven hoy entre el desconcierto, la prudencia y la espera de explicaciones más concretas. El presidente francés, Jacques Chirac, llegó a decir que el proyecto era 'una invitación a la proliferación de armas'. Hoy, en cambio, las declaraciones han bajado de tono. 'El ABM ha funcionado muy bien hasta ahora, por lo que sólo queremos que, si hay otra alternativa, también funcione bien y no provoque una carrera de armamento', ha dicho el ministro alemán de Exteriores, Joschka Fischer.

Pero el desconcierto en Europa alcanza incluso al Reino Unido, el aliado europeo más fiel de Washington. Ni siquiera en Londres ha habido una declaración oficial de apoyo al plan estadounidense. 'Hablaremos cuando sepamos más detalles', ha comentado el primer minstro, Tony Blair. Tampoco ha habido rechazo explícito. Anna Lindh, la ministra de Exteriores de Suecia, país que este semestre preside la UE, ha sido la que ha ido un poco más lejos: 'Confío aún en que Bush no desarrolle el proyecto, como confío en que China, India o Pakistán no produzcan más armas de destrucción masiva'.

En lo que hoy confían y se encierran los europeos es en la promesa de Bush de que mantendrá con ellos un diálogo abierto y permanente. El martes próximo llegan a la sede de la OTAN, en Bruselas, los enviados del presidente estadounidense que darán las primeras explicaciones a los aliados. Esta 'misión del misil', como ya ha sido bautizada, la integran, entre otros, el conservador Paul Wolfowitz, adjunto al secretario de Defensa, y Stephen Hadley, asesor del Consejo Nacional de Seguridad.

'Ahora se trata de ir ganando tiempo', reconoce una fuente oficial en Bruselas. 'Después iremos sabiendo de qué amenazas concretas habla Washington, qué tecnología existe de verdad y si realmente hay dinero para el programa'. En la capital europea se preguntan incluso si, al final, el plan también costará dinero a los europeos porque quedarán bajo el paraguas. Lo cierto es que, mientras hace sólo dos años los temas prioritarios en las relaciones Estados Unidos-UE eran de ámbito comercial, hoy son los asuntos de defensa, incluida la iniciativa europea de defensa, los que han pasado al primer plano, y no precisamente para estrechar los lazos trasatlánticos.

Pero donde el escudo ha causado mayor inquietud y temor es en China. Si el paraguas llega a ser efectivo, las 400 cabezas nucleares de las que dispone Pekín quedarían inservibles, por lo que las autoridades chinas ya hablan de una 'inevitable carrera de armamento'. Y ése es el principal riesgo en una zona donde, según coinciden todos los análisis, existe un verdadero peligro de desestabilización en las dos próximas décadas. En buena parte, precisamente, por el contencioso de Taiwan.

Posibles ataques

Frente a estas temibles consecuencias del plan norteamericano, Washington insiste en la necesidad de contar con el paraguas porque hay que defenderse de posibles ataques con misiles desde Irán, Irak o Corea del Norte. Hoy, una veintena de países disponen de misiles de largo o medio alcance, aunque la mayoría no tengan cargas nucleares. El año pasado, un informe de la CIA señalaba que, en los próximos 15 años, es 'probable' un ataque con misiles a EE UU desde Irán y 'posible' desde Irak. Ambos países, además de Corea del Norte, tendrían capacidad técnica en 2005 para golpear EE UU con misiles de largo alcance.

En Europa se consideran poco creíbles tales teorías, sobre todo porque cualquier iniciativa de ese tipo supondría un verdadero suicidio de sus promotores. A la vez, los europeos temen que los países más perjudicados pongan en marcha sus propios sistemas antiescudo mientras se rearman para hacerlo más vulnerable.

Y mientras gana tiempo, la UE también analiza el peor de los escenarios posibles: que Washington rompa unilateralmente el tratado ABM, se enfrente a Rusia y China y, encima, el sistema no acabe de ser eficaz. Por eso, el ministro británico de Exteriores, Robin Cook, ha intentado encender una mínima luz de esperanza: 'Nada es inevitable'.

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