Editorial:

Europa de la discordia

Las opiniones contrapuestas entre el Gobierno y la oposición -no sólo la socialista- sobre el Consejo Europeo de Estocolmo han venido a confirmar que la construcción europea ya no es objeto de consenso. No hay que desolarse por ello. Al contrario, es normal. Como quedó claro ayer, la UE toca casi todo: las finanzas, el empleo y las relaciones laborales, las pensiones, la inmigración, la política de I+D, las patentes, las liberalizaciones del sector energético, el espacio aéreo, el medio ambiente, la ganadería o la pesca, por citar algunos de los temas suscitados en la sesión informativa en el ...

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Las opiniones contrapuestas entre el Gobierno y la oposición -no sólo la socialista- sobre el Consejo Europeo de Estocolmo han venido a confirmar que la construcción europea ya no es objeto de consenso. No hay que desolarse por ello. Al contrario, es normal. Como quedó claro ayer, la UE toca casi todo: las finanzas, el empleo y las relaciones laborales, las pensiones, la inmigración, la política de I+D, las patentes, las liberalizaciones del sector energético, el espacio aéreo, el medio ambiente, la ganadería o la pesca, por citar algunos de los temas suscitados en la sesión informativa en el Congreso. ¿Tiene que haber consenso en todo? Evidentemente, no, aunque el abanico tienda a estrecharse, como es propio de una democracia. Europa ya no es algo exterior, sino muy interior.

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Aznar hizo un discurso plano sobre lo que ha sido una cumbre plana, de escasos resultados, en especial en lo que más interesaba a España: la política de cielo único, sin menoscabar su posición respecto a Gibraltar, y la liberalización energética, que debería facilitarnos suministros futuros del resto de Europa, más allá de los limitados ahora a Francia.

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El presidente del Grupo Socialista, Rodríguez Zapatero, puso el dedo en la llaga al señalar que, pese a los delirios de grandeza, cada vez más frecuentes y más sorprendentes en el presidente, la política exterior no resuelve temas importantes que tiene abiertos, como las diversas derivaciones del secular conflicto sobre Gibraltar o las relaciones con Marruecos. El líder socialista recordó a Aznar sus encendidas críticas a González por las dificultades que tuvo para renovar el acuerdo pesquero de 1995. Aunque de entonces a hoy la pesca ha pasado a ser una competencia estrictamente comunitaria, no es de recibo que el Gobierno de Aznar asista impávido al cierre del banco pesquero marroquí, que condena al desguace a cientos de barcos y abre una grave crisis en varios puertos españoles. Aparte de la pesca, las siempre delicadas relaciones con Marruecos registran un progresivo y peligroso deterioro que pone a prueba el valor real de nuestra política exterior.

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