Francisco Ayala reafirma su amor por la literatura al ser doctorado por la Carlos III

El académico recuerda sus inicios como escritor y lector en un discurso breve y evocador

La moderna y funcional Universidad Carlos III de Madrid, una de las últimas creadas en España, se llenó ayer de togas y birretes, de música solemne y de canciones en latín para acoger al lúcido nonagenario Francisco Ayala, que iba a ser investido honoris causa por el rector, Gregorio Peces-Barba.

Era el Día de la Universidad pero casi no había estudiantes, pues se trasladó a ayer la fiesta de Santo Tomás de Aquino, que fue el domingo. Así que fueron los profesores quienes llenaron la mitad del aula magna.

La sesión se hizo larga, pues antes de investir a Ayala la comitiva ...

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La moderna y funcional Universidad Carlos III de Madrid, una de las últimas creadas en España, se llenó ayer de togas y birretes, de música solemne y de canciones en latín para acoger al lúcido nonagenario Francisco Ayala, que iba a ser investido honoris causa por el rector, Gregorio Peces-Barba.

Era el Día de la Universidad pero casi no había estudiantes, pues se trasladó a ayer la fiesta de Santo Tomás de Aquino, que fue el domingo. Así que fueron los profesores quienes llenaron la mitad del aula magna.

La sesión se hizo larga, pues antes de investir a Ayala la comitiva hizo el paseíllo por el patio, y luego se entregaron numerosos doctorados y premios extraordinarios, y varios funcionarios, titulares y un catedrático tomaron posesión de sus nuevas plazas.

El encargado de glosar los méritos de Francisco Ayala fue el catedrático Jorge Urrutia, humanista, amigo y experto en la obra del doctorando, además de autor de la letra del himno de la Carlos III (Homo hominis sacra res, El hombre es una cosa sagrada para el hombre).

Urrutia destacó la larga carrera de Ayala, pródiga en cambios de residencia, exilios y vaivenes. Habló de sus enseñanzas universitarias: primero en Madrid, donde además fue letrado de las Cortes en 1935; en Buenos Aires y Río de Janeiro (ya en los años cuarenta), más tarde en Puerto Rico (en los cincuenta) y finalmente en Estados Unidos (Princeton, entre otras varias) y Canadá. Recordó sus enfrentamientos con Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz por la forma de abordar el problema español (Ayala nunca se dejó llevar, dijo Urrutia, por el esencialismo romántico).

En cuanto a las disciplinas más queridas por su maestro, citó la Sociología, el Derecho, la Ciencia Política, la traducción -tanto en lo práctico como en lo teórico-, el periodismo y la reflexión sobre los medios de comunicación, la crítica literaria y 'lo que probablemente para él, en estos momentos, sea más querido, la invención narrativa'.

Para acabar, Urrutia entró en conceptos más personales; alabó la ética intelectual de Ayala, su compromiso con el lenguaje, su capacidad de inventar mundos, y concluyó: 'Muy especialmente, le agradecemos su magisterio de intelectual curioso, interesado por todo, lúcido, recto'.

Ayala pudo recibir entonces el abundante equipaje de objetos y símbolos que acarrea siempre estos ritos llenos de reminiscencias medievales. Peces-Barba le fue entregando el birrete laureado (distintivo de magisterio); el anillo de alianza con la Universidad; los guantes blancos símbolo de pureza y de categoría, y, finalmente, el Libro de la Ciencia, como recordatorio de que, por muy maestro que se sea, siempre hay que rendir veneración a la doctrina de los maestros anteriores.

Fueron momentos difíciles, porque la caja del anillo se resistía a abrirse, pero todo acabó bien y Ayala tomó la palabra.

Habló firme y claro, con esa mezcla peculiar de acento granadino y porteño. Agradeció al rector que, a la vista de la diversidad de sus aficiones intelectuales, le dejara elegir la especialidad en la que quería ser doctor, y dijo: 'Me acojo a las artes literarias porque en ellas es donde he podido expresar mi más íntima personalidad'.

'Ésa es mi vocación principal', afirmó. 'A pesar de la guerra, a pesar del exilio y a pesar de que el régimen vetó mis escritos y, no sin eficacia, suprimió, borró y excluyó mi contacto con los que deberían ser mis lectores inmediatos, jamás he dejado de escribir'.

La felicidad libresca

Ayala hizo un recorrido somero, lírico y metódico a la vez de su vida literaria. De su carrera de escritor, pero también de la de lector, 'que son inseparables'. La definió como 'muy variada de formas, estilos y temas'. Ya que, dijo: 'Uno vive en el contexto histórico del hombre y, aunque éste tenga aspectos horribles, evoluciona al compás del tiempo'. Recordó 'la felicidad libresca de los años tiernos' en Granada, cuando robaba horas al estudio para leer 'codiciosamente' a Alejandro Dumas, Bécquer, el duque de Rivas o Campoamor (estos últimos los recitaba de memoria), pero también 'tebeos, novelas y novelones traducidos, y los cuentos del editor Calleja, que siempre me sabían a poco'. Tras matizar que eso no lo convirtió en un 'niño sabihondo', porque nunca descuidó 'las escapatorias y el ejercicio físico', Ayala habló de sus etapas de escritor. Una primera de aprendizaje solitario y autor primerizo que acechaba las revistas y diarios a los que había mandado artículos; una segunda 'vanguardista', pareja a la de los poetas del 27, que acabó con la guerra; la tercera estuvo marcada por el exilio, fue 'muy fructífera y también solitaria'. Y una cuarta que empezó a fines de los sesenta, con el regreso definitivo a España.

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