Reportaje:

En las entrañas de tres ciudades

Enrique Vila-Matas, Héctor Abad Faciolince y Juan Villoro hablan de Barcelona, Medellín y México

Para dar cuenta de Barcelona, Enrique Vila-Matas tuvo que bajar de las azoteas de la ficción, coger un autobús y empezar a tomar notas. La hipótesis de partida fue la de perderse, seguir itinerarios caprichosos, afinar la mirada, 'ser realista dentro de lo posible'. Así lo contó el miércoles por la noche en Casa de América. Había dos razones por las que estaba allí. La primera, que visitaba Madrid como jurado del premio de narrativa que cada año concede la editorial Lengua de Trapo. La segunda, que iba a hablar de Barcelona. De hecho, Desde la ciudad nerviosa (Alfaguara), el libro que r...

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Para dar cuenta de Barcelona, Enrique Vila-Matas tuvo que bajar de las azoteas de la ficción, coger un autobús y empezar a tomar notas. La hipótesis de partida fue la de perderse, seguir itinerarios caprichosos, afinar la mirada, 'ser realista dentro de lo posible'. Así lo contó el miércoles por la noche en Casa de América. Había dos razones por las que estaba allí. La primera, que visitaba Madrid como jurado del premio de narrativa que cada año concede la editorial Lengua de Trapo. La segunda, que iba a hablar de Barcelona. De hecho, Desde la ciudad nerviosa (Alfaguara), el libro que recoge, entre otros textos, las crónicas que Vila-Matas publicó en la edición catalana de EL PAÍS, sirvió de inspiración a los organizadores de la convocatoria, que aprovecharon la presencia de otros dos escritores que visitaban Madrid por la misma (primera) razón que lo hacía el escritor catalán, para reunirlos y que tocaran ellos las nervaduras secretas de sus ciudades respectivas.

Tras las presentaciones del profesor Eduardo Becerra, abrió fuego Vila-Matas, y dijo lo de ser realista dentro de lo posible. Contó que él anda todo el día metido en casa y que aquello de las crónicas sobre su propia ciudad lo dejó al principio fuera de juego. Así que se metió en un autobús para investigar no la Barcelona que podía ver tras los cristales, sino lo que leían los viajeros. Leen más las mujeres, observó, por ejemplo, y así, semana tras semana, sin dirección definida ni objeto preciso, siguió con sus meticulosas excursiones a ninguna parte. Trató de la plaza de Cataluña, del misterio de la Diagonal, de la mujer negra que leía Lejos de África en un tren que iba a Blanes o de cuánta gente entra al metro y cuánta sale ('salen menos', dijo). Vila-Matas contó de Barcelona como quien hilvana fragmentos inconexos, como quien araña misterios anodinos o fascinantes, acaso intranscendentes, quién sabe si decisivos. Así, el día que observó una agitada conversación entre dos jóvenes que iban en autobús (no podía ser de otra manera) y a los que se acercó para averiguar de qué trataban con tanta vehemencia. Y apuntó la drástica conclusión de uno de ellos: 'Que sea la última vez que te lo repito, tu madre es tu madre y mi madre es mi madre'.

El misterio o lo anodino de las ciudades, de las gentes, de las piedras, de los monumentos, de las calles. El colombiano Héctor Abad Faciolince dijo que Medellín es una ciudad de tres pisos. Habitas en la tierra de en medio. Cuando subes a la tierra fría resulta que está ocupada por los guerrilleros, e igual te secuestran. Si bajas a la tierra caliente, allí están los paramilitares, e igual no vuelves. Ante semejante panorama, Abad decidió emular a los antiguos y hablar de algunos hombres ilustres de Medellín. Desde el Lazarillo, contó, la literatura moderna se precia de retratar a los personajes de los márgenes. Pero Abad no quería hablar de los sicarios, y por eso contó de Gaviria y de Aguirre, dos caballeros que todavía abren boquetes de esperanza en el corazón del infierno. El primero, en batallas como las de conseguir que la eutanasia fuera legal en Colombia o que no se penalizara el consumo de marihuana o cocaína. Pequeños espacios de libertad. El segundo, divulgando la literatura y las palabras, ya fuera a través de su librería, por sus escritos o por sus singulares movimientos poéticos: el nadaísmo. Al hilo de las cosas que iba contando de Aguirre, Abad recordó a un poeta colombiano del siglo pasado, otro hombre ilustre; y contó que Aguirre recitaba los versos de León de Greiff hablando solo por las calles de Madrid: '... tumulto tumultuario, dejadme solo'.

Con la elegancia que le caracteriza, el mexicano Juan Villoro no quiso extenderse para no aburrir al personal, pero tenía tantas cosas que contar que pisó el acelerador a fondo. De pura velocidad, al cronista se le salía el bolígrafo disparado por las orillas del cuaderno de notas. La ciudad de México es un despelote, he ahí en una palabra un resumen drástico de cuanto contó. Primer dato: nadie sabe a ciencia cierta cuántos habitantes tiene. Hablan de que la cosa está entre 17 y 19 millones, pero no reparan en que el margen de error (dos millones) equivale a una ciudad europea de tamaño considerable. Es tan desaforada la expansión de la ciudad que, si uno se queda quieto, cuando se mueve ya habita en un mundo distinto. Sin brújula, caótica, llena de vida, México es para cada mexicano como la mujer barbuda: fascinante y repelente. Una ciudad donde culturas distintas se mezclan atropellándose. Una ciudad a la que le han robado el cielo, nunca celeste ya, siempre plomizo, marrón. Una ciudad que es una ciudad que ya se usó para representar la ciudad del futuro, porque transmite la imagen de tener el porvenir ya usado. México, dijo Villoro, es una ciudad donde se tiene la impresión de que 'lo peor ya pasó', una suerte de ciudad posapocalíptica, una ciudad superviviente.

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