SEGURIDAD ALIMENTARIA

Las cementeras se encargarán de incinerar las 400.000 toneladas de harinas animales

La Administración pagará a las empresas 12 pesetas por cada kilo destruido en sus hornos

Los priones, agentes transmisores del mal de las vacas locas, se destruyen a 800 grados. Las cementeras utilizan en sus hornos temperaturas de 2.000 grados, lo que las convierte en una opción obvia para destruir las harinas animales. Francia, Suiza y Bélgica ya utilizan este procedimiento, que además sustituye parte del fuel por un combustible alternativo, una línea de actuación en la que España va muy atrasada.

Juan Carlos López-Agudín, director general del Instituto Español del Cemento y sus Aplicaciones -IECA, la pata técnica de la patronal Oficemen, que agrupa a...

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Los priones, agentes transmisores del mal de las vacas locas, se destruyen a 800 grados. Las cementeras utilizan en sus hornos temperaturas de 2.000 grados, lo que las convierte en una opción obvia para destruir las harinas animales. Francia, Suiza y Bélgica ya utilizan este procedimiento, que además sustituye parte del fuel por un combustible alternativo, una línea de actuación en la que España va muy atrasada.

Juan Carlos López-Agudín, director general del Instituto Español del Cemento y sus Aplicaciones -IECA, la pata técnica de la patronal Oficemen, que agrupa a la totalidad del sector-, explica que las cementeras tienen una capacidad sobrada para destruir todas las harinas cárnicas españolas, pero que necesitan hacer algunas inversiones iniciales para adaptar los hornos al nuevo combustible, acondicionar sus laboratorios, contratar técnicos y compensar la moderada pérdida de rendimiento que supone la sustitución del fuel por las harinas.

Las cementeras, desde luego, no van a asumir ninguno de esos costes, pero sí van a financiar las inversiones necesarias. Luego recuperarán la inversión mediante el cobro a la Administración de 12 pesetas por kilo de harina destruida. Con la producción anual total, eso significa unos 5.000 millones de pesetas anuales, pero la cifra será probablemente algo menor, ya que algunas comunidades autónomas -como Madrid, Asturias y, desde ayer, Galicia- tienen o proyectan hornos propios para el mismo fin.

En realidad, el pago de 5.000 millones supone para la Administración un ahorro inicial bastante considerable, aunque imposible de precisar, puesto que evita tener que construir varias decenas de incineradoras nuevas para la destrucción de las harinas. En el Reino Unido, cada planta de este tipo cuesta unos 2.000 millones de pesetas.

En España hay 39 fábricas de cemento. Bastará utilizar 20 o 25 para incinerar todas las harinas. Algunas plantas son más fáciles de adaptar que otras a su nuevo combustible. Las plantas más rápidas pueden empezar a quemar harinas en un plazo de tres meses, y el resto en seis meses. Pero antes de iniciar las obras de adaptación será necesario que las comunidades autónomas emitan las autorizaciones precisas.

Debido al proceso de producción, las harinas no sólo funcionarán como combustible, sino que sus residuos -totalmente inertes e inorgánicos tras el calentamiento a 2.000 grados- entran a formar parte del propio cemento como compuestos de calcio, fósforo, cloro y nitrógeno. La materia que antes alimentaba a un cerdo puede muy bien acabar formando parte del cuarto de baño del lector.

Casi ultimado

Mientras las cementeras adaptan sus instalaciones -entre tres y seis meses, según la fábrica concreta-, habrá que resolver el problema del almacenamiemto provisional de las harinas que se produzcan durante ese lapso. La intención de Agricultura es que se depositen en dependencias especiales de las propias plantas transformadoras de despojos (las mismas que producen las harinas) y en las instalaciones que las comunidades autónomas habiliten para ello.

El acuerdo afecta a las harinas animales que hasta ahora se usaban para piensos, y que proceden de la transformación de los 1,4 millones de toneladas de despojos de vacuno, cerdo y pollo que produce España anualmente. Los materiales especificados de riesgo (MER: encéfalo, ojos, intestinos, médula y amígdalas de rumiantes), que suponen otras 70.000 toneladas, seguirán destruyéndose en las cinco plantas autorizadas para ello.

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