Crítica:Danza

El violonchelo asesino

Con la musa Louise Lecavalier ausente, este grupo canadiense vuelve a Madrid. Internacionalmente se le reconoce su fuerte impronta y lo novedoso de sus primeros montajes (dos de ellos ya habían sido vistos en España). Ahora Edouard Lock vive de rentas y se ha convertido en un manierista de sí mismo, poco atractivo en su propuesta, sin piedad con el público e intentando pontificar por sendas más que trilladas. ¿Es fiel el artista a sí mismo? Vale. Pero eso no basta ni justifica una obra que no tiene ni pies ni cabeza. Es un espectáculo autista, a pesar del ruido, y el vocabulario empleado, estr...

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Con la musa Louise Lecavalier ausente, este grupo canadiense vuelve a Madrid. Internacionalmente se le reconoce su fuerte impronta y lo novedoso de sus primeros montajes (dos de ellos ya habían sido vistos en España). Ahora Edouard Lock vive de rentas y se ha convertido en un manierista de sí mismo, poco atractivo en su propuesta, sin piedad con el público e intentando pontificar por sendas más que trilladas. ¿Es fiel el artista a sí mismo? Vale. Pero eso no basta ni justifica una obra que no tiene ni pies ni cabeza. Es un espectáculo autista, a pesar del ruido, y el vocabulario empleado, estrecho, limitado.La exploración y deconstrucción del lenguaje académico no puede erigirse en decálogo excluyente. Y no se puede obviar a Fabre, De Groat, Cesleanu, Armitage o Forsythe, con quienes aparecen coincidencias infantiles. Lock declaró una vez que cuando empezó en "esto" ni siquiera conocía los pasos de ballet. Y se nota. Ahora es sobre todo un imitador subvencionado del genio creativo de William Forsythe en luces, vestuario, aforamiento de bailarines y cierta agresividad, en resumen, de su estética y estilo.

La La La Human Steps

Salt. Coreografía y dirección artística: Edouard Lock. Música: David Lang y Kevin Shields; escenografía: Stéphane Roy; vestuario: Vandal y Gérard Mayeu. Dirección musical y piano: Kong Kie Njo; violonchelo: Anne-Marie Cassidy; guitarra eléctrica: Jan-Claude Patry. Festival de Otoño. Teatro de Madrid. 16 de noviembre.

Hay que decir que estos bailarines son excelentes, a los que se puede exigir. Pero a los 15 minutos ya lo hemos visto todo, lo que nunca sucede con, por ejemplo, Forsythe. La estética seudominimalista sigue haciendo estragos, y aquí conspira contra cualquier paciencia, como la falta de afinación del violonchelo o el excesivo volumen amplificado de la guitarra.

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