Tribuna:

Titilación

La publicidad es la vanguardia de lo superficial. Por eso nunca nos decepciona; y por eso, como la comida japonesa, al poco rato de disfrutarla se disipa. Pero algún sabor queda en la memoria del paladar, algún picante indisoluble. En materias sexuales, por ejemplo, en las que todo lo que uno sepa siempre es poco, reconozco mi enganche a los anuncios. Drogadicción estética: me empapo de la forma y desoigo el fondo, si es que estas cosas lo tienen. Recuerdo un spot que se vio hace años en los cines y la televisión, con una explosiva mulata subiendo a un taxi dentro de unos jeans m...

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La publicidad es la vanguardia de lo superficial. Por eso nunca nos decepciona; y por eso, como la comida japonesa, al poco rato de disfrutarla se disipa. Pero algún sabor queda en la memoria del paladar, algún picante indisoluble. En materias sexuales, por ejemplo, en las que todo lo que uno sepa siempre es poco, reconozco mi enganche a los anuncios. Drogadicción estética: me empapo de la forma y desoigo el fondo, si es que estas cosas lo tienen. Recuerdo un spot que se vio hace años en los cines y la televisión, con una explosiva mulata subiendo a un taxi dentro de unos jeans muy ceñidos. No sabría decirles ahora si la propaganda era del coche o de los vaqueros, pero jamás olvidaré el desenlace: la mulata tan sexy resultaba ser un travestido.Estos días me fijo mucho, aunque no fumo, en los cigarrillos Nobel, tal vez la marca favorita de los escritores ambiciosos. Lo que la campaña publicitaria de este tabaco quiere vender es su condición de "bajo en nicotina". (Qué raro se me hace, por cierto, desde mi inopia infumante, que los fumadores paguen lo mismo por un paquete con y sin; en mis vicios, el cine, el libro, alguna droga que otra, me sentiría estafado pagando el precio de mercado por una película que durase 30 minutos, un libro caro de 60 páginas o un estimulante preparado para estimular menos). Y como paliativo del bajo índice nicotínico, Nobel, en el mejor de los cartelones de su campaña, nos quiere poner altos en titilación.

Hasta hace pocos meses yo ignoraba que en español existe ese sustantivo y su verbo correspondiente, titilar,tan estupendo y tan usado en inglés: to titillate. Haciendo un día una averiguación (insisto: en el sexo se entra y nunca se sale) lo descubrí, y me decepcioné un tanto. "Titilar", según el venerable Diccionario de Casares, es "agitarse con ligero temblor alguna parte del organismo animal", siendo por tanto titilación la "acción y efecto de titilar". El inglés titillation llega más lejos en explicitud; el Diccionario Oxford lo define como "cosquilleo o excitación placentera", recogiendo así el término en su temblor una agitación que no es meramente orgánica.

Se mueva más o se mueva menos el órgano titilante, quede en el diccionario insinuado o dicho, creo que me entienden. La publicidad y sus hermanas mayores, las bellas artes, fomentan sus encantos con el uso del titilo (esta palabra me la invento), y quizá no sea otro el origen del desnudo en la escultura griega y la pintura. Ahora bien, volviendo a los cigarrillos, lo curioso es que, para titilarnos, los de Nobel no enseñan nada de carne. "La vida es dura", dice el cartel que usted ha podido ver a todo color en una marquesina de su barrio o en el periódico; debajo, una hermosa muchacha se aburre ante una copa a medio beber y pone cara de resignación porque a su lado, en la barra de lo que parece un bar, cuatro varones, atractivos también, se besan entre sí sin hacerle caso. La moraleja es menos brillante que la imagen: la vida es a veces un trago duro, pero "tu tabaco no tiene por qué serlo".

Cada día que pasa, los heterosexuales titilan más con el estilo o el instinto homosexual, que muchos homosexuales del universo (y ésta es la paradoja, la tragedia) tienen que esconder o desarrollar en cotos privados de algunas grandes ciudades donde la caza al marica ha caído en desuso. ¿Condenar yo a Nobel por esta ingeniosa utilización del morbo gay? Para nada. Dijimos al principio que la publicidad es la espuma del mundo real, y a algo tan burbujeante no conviene darle una importancia sagrada. La duda está en saber si los correctos fumadores que bajan sus raciones de alquitrán y se excitan complacidos por la osadía del anunciante se pondrán a temblar cuando a su lado los hombres besen en público a los hombres, las mujeres a las mujeres, y no sea un anuncio.

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