Tribuna:Elecciones 2000

El aprendiz de brujo

Hace ya bastantes años pasó por la Facultad de Ciencias Políticas un estudiante andaluz perteneciente a una adinerada familia cuyo patriarca, si no recuerdo mal, recibía el apodo de El Pantera. Era un muchacho simpático, pero poco dado a la teoría. Así que cuando le fue formulada una pregunta muy de la época, la revolución en Marx, cortó por lo sano contando en dos palabras que la revolución llegaría cuando el capital se concentrase hasta el punto de haber sólo un capitalista poseedor de toda la riqueza; todos se lanzarían entonces sobre él, expropiándole fácilmente. Le suspendimos, sin darnos...

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Hace ya bastantes años pasó por la Facultad de Ciencias Políticas un estudiante andaluz perteneciente a una adinerada familia cuyo patriarca, si no recuerdo mal, recibía el apodo de El Pantera. Era un muchacho simpático, pero poco dado a la teoría. Así que cuando le fue formulada una pregunta muy de la época, la revolución en Marx, cortó por lo sano contando en dos palabras que la revolución llegaría cuando el capital se concentrase hasta el punto de haber sólo un capitalista poseedor de toda la riqueza; todos se lanzarían entonces sobre él, expropiándole fácilmente. Le suspendimos, sin darnos cuenta, a la vista de lo que ahora tiene lugar en el capitalismo español, de que por la primera parte de su explicación nos encontrábamos ante un vidente.La tendencia a la concentración de las grandes empresas constituye uno de los rasgos del capitalismo finisecular, sometido a los retos de la globalización. Ello no impide que necesariamente deba contemplarse el fenómeno en España con un alto grado de preocupación, ante la intensidad que el mismo va asumiendo, configurando leviatanes cada vez más gigantescos en cuanto a poder económico y también ante las amplias conexiones que esos núcleos de poder vienen mostrando con el Gobierno y con el entramado de medios de comunicación. No es, pues, únicamente una cuestión de dimensiones o de racionalización de las estrategias económicas; está en juego el contenido de nuestra democracia.

Es, además, un proceso que ha cobrado forma en los cuatro años de Gobierno popular, tanto desde el punto de vista de definición estratégica, impulso mediante la privatización por el Estado de la formación de grandes corporaciones que en principio siguen bajo el control del Gobierno -cuyos recursos éste utiliza para consolidar su control sobre la sociedad-, como por el grado de ajuste entre los intereses de las grandes empresas y la acción del Gobierno. Para bien y para mal, el PP ha hecho efectiva la fórmula acuñada por Marx del Gobierno de un país como consejo de administración de sus principales intereses capitalistas. No debe extrañar que prohombres de la derecha, caso de Berlusconi, citen la experiencia Aznar como ejemplo que hay que seguir a escala europea.

El consejo de administración político se sirve a fondo de los recursos que el poder económico subyacente pone a su disposición. Claro que al mismo tiempo ha de subordinarse a sus demandas. La más que penosa gestión de Abel Matutes en el Ministerio de Asuntos Exteriores no se debe únicamente a torpeza personal; es que una y otra vez, en los más variados sentidos, su política puede verse obligada a contradecirse a sí misma en cuanto entran en juego los grupos de interés. Así, a Aznar le cae evidentemente mal la dictadura de Castro, pero al mismo tiempo los intereses hoteleros del tipo Meliá dictan la exigencia de extremar las consideraciones hacia el régimen y las reservas ante los disidentes, con una rigidez desconocida en tiempos del PSOE. Lo de Pinochet ha sido todavía más grotesco, hasta el punto de renunciar en muchos momentos no sólo a la idea de justicia, sino al propio sentido de la dignidad nacional. Inversiones mandan.

El último golpe de efecto, con la gran fusión en ciernes, muestra, sin embargo, que en ese juego Aznar corre el peligro de terminar en la posición de aprendiz de brujo. El sentido de lealtad no constituye la característica más saliente del capital y, una vez configurado el nuevo Leviatán, se encuentra en condiciones de romper los anteriores vínculos, e incluso de cambiar las alianzas. Lo que no se va a alterar es la capacidad de incidir negativamente sobre los medios de comunicación, tanto en televisión como en radio y prensa, cuyos contenidos, como esos telediarios de las cadenas sincronizadas, irán modificándose a voluntad conforme cuadre a unos intereses casi siempre situados fuera de campo. La independencia en la expresión se convertirá en un sueño imposible. La izquierda recupera así, involuntariamente, su viejo papel de crítica del capitalismo y de defensa de la libertad.

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