Última lección en El Elephant

Un concurso de ensayo con vocación universal como el ganado ayer por la rusa de 20 años Iveta Gerasimchuk es algo insólito hoy, pero no lo fue en el pasado.Las grandes universidades europeas convocaban en los siglos XVIII y XIX concursos filosóficos que tenían notable éxito, ya que muchos escritores y pensadores se volcaban en ellos esperando mejorar sus siempre maltrechas finanzas.

Es sabido que Schopenhauer ganó algo de dinero y cierta fama gracias a un concurso de este tipo en la Universidad finlandesa de Tartu. También Rousseau; Herder, con su trabajo sobre El origen de las lenguas,...

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Un concurso de ensayo con vocación universal como el ganado ayer por la rusa de 20 años Iveta Gerasimchuk es algo insólito hoy, pero no lo fue en el pasado.Las grandes universidades europeas convocaban en los siglos XVIII y XIX concursos filosóficos que tenían notable éxito, ya que muchos escritores y pensadores se volcaban en ellos esperando mejorar sus siempre maltrechas finanzas.

Es sabido que Schopenhauer ganó algo de dinero y cierta fama gracias a un concurso de este tipo en la Universidad finlandesa de Tartu. También Rousseau; Herder, con su trabajo sobre El origen de las lenguas, y tantos otros, que acudían a estos concursos para intentar ser más conocidos y reconocidos.

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Hoy la universalidad en la que se basaban aquellas "carreras del pensamiento" ya no es la patria de unos pocos ilustrados y académicos, sino del mundo entero, sin linguas francas, como eran entonces el latín, el francés y el alemán.

Las dificultades para celebrar un concurso semejante con mínimas garantías de ecuanimidad y solvencia son, por ello, ingentes. Ante todo, por las cuestiones presupuestarias.

La ciudad de Weimar -que concluye ahora su capitalidad europea de la cultura-, la revista Lettre International y el Instituto Goethe se han atrevido a retomar la tradición, y el experimento mundial ha tenido éxito a la vista de los fascinantes textos que han sido premiados.

Se trataba de buscar claves de la imbricación entre pasado y futuro por medio de la reflexión, la forma literaria, la cultura y también la emoción y -¿por qué no?- el humor. Todo ello lo hay en abundancia en la prosa premiada.

Weimar, en Turingia. Difícilmente hay mejor sitio para reflexionar sobre el peso que el pasado ejerce sobre el presente y el futuro que esta bonita ciudad, en la que muchos tienden a acordarse de Goethe y Schiller, pero muy pocos de ese extraño poblado de extrarradio que se llama Buchenwald y que forma parte de la topografía del terror de este siglo en Europa.

Excelsos poetas y guardianes criminales de aquel campo de concentración se dan la mano en el pasado de Weimar e invitan a reflexionar sobre la influencia que ejercen, para bien o para mal, sobre nuestras vidas presentes o futuras. Hitler, otro de nuestros peores fantasmas, gustaba de alojarse en el hotel Elephant.

Ayer fue allí precisamente donde una jovencísima rusa recibía el Premio Internacional de Ensayo por un texto lleno de poesía, sensibilidad y erudición.

Puede considerarse una buena venganza. En todo caso, es una maravillosa lección.

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