Tribuna:

El patriarca de El Lerele

El Lerele, nombre famoso de una casa de artistas, está nuevamente de luto. Un nefasto mes de mayo de 1995 fallecieron, con pocos días de diferencia, Lola Flores y su hijo Antonio. A primera hora de la mañana de ayer murió el patriarca, Antonio González Batista, El Pescaílla, cuando había cumplido los 73 años.Gitano catalán, guitarrista y cantaor, Antonio González fue el verdadero artífice de la rumba catalana. Antes incluso que Peret, aunque éste la llevara a la máxima popularidad y la mayoría de las gentes identificaran el género con él.

Una rumba de raíces afrocubanas, que en C...

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El Lerele, nombre famoso de una casa de artistas, está nuevamente de luto. Un nefasto mes de mayo de 1995 fallecieron, con pocos días de diferencia, Lola Flores y su hijo Antonio. A primera hora de la mañana de ayer murió el patriarca, Antonio González Batista, El Pescaílla, cuando había cumplido los 73 años.Gitano catalán, guitarrista y cantaor, Antonio González fue el verdadero artífice de la rumba catalana. Antes incluso que Peret, aunque éste la llevara a la máxima popularidad y la mayoría de las gentes identificaran el género con él.

Una rumba de raíces afrocubanas, que en Cádiz y Sevilla se cantaba y bailaba ya aflamencada desde el siglo pasado, pero que en Cataluña tuvo un especial punto de asimilación y desarrollo a partir de las exploraciones que en el estilo hizo El Pescaílla, de tal manera que cristalizó en formas propias de acusada personalidad.

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Este hombre tuvo un singular destino artístico al lado de Lola Flores, a quien conociera cuando le contrataron para trabajar en una de las compañías que ella encabezó formando una pareja irrepetible con Manolo Caracol.

Buen guitarrista, cantaor con una gracia especial para los estilos festeros, a los que dotó de una inusual versatilidad al incorporar a los mismos temas ajenos al flamenco e incluso en sus idiomas de origen, como ocurrió, por ejemplo, con La chica de Ipanema, que conservamos en una grabación impagable en que la canta en brasileiro.

Pero a raíz de su matrimonio con Lola, en la década de los cincuenta, Antonio González se mantuvo en un discreto segundo plano. Una personalidad tan tremenda como la de ella tenía que dominar siempre la escena, en el espectáculo, en la vida privada o en cualquier otro ámbito.

Él, que amó verdaderamente a Lola, aceptó de buen grado esta situación y la llevó con dignidad. Aunque indudablemente en la actividad artística de los suyos mantuvo un papel rector que trascendía sobre todo en las esporádicas actuaciones conjuntas de toda la familia, pues era un hombre con un profundo conocimiento del espectáculo y una especial intuición para poner en su valor justo a cada elemento. Y en su casa fue siempre el patriarca, el hombre que merecía todas las atenciones y deferencias del resto de la familia.

Hoy, de aquella excepcional familia sólo quedan unas desoladas Lolita y Rosario. Artistas de ley, como sus mayores. El Pescaílla, desde la muerte de Lola, estaba y, a veces, no estaba, sumido en depresiones devastadoras, con un estado de salud siempre precario y probablemente deseando morir, como expresó en alguna ocasión.

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