Crítica:ÓPERA

Ventanas para la melancolía

El teatro Maestranza parece firmemente decidido a continuar el compromiso de hacer nuevas producciones de óperas ambientadas en Sevilla. Una prueba definitiva ha sido la inauguración de la actual temporada lírica con un título tan erizado de riesgos de todo tipo como es Las bodas de Fígaro, de Mozart. Era una asignatura pendiente que nacía, en cualquier caso, bajo el síndrome de El barbero de Sevilla, o más exactamente, de la sensible recreación escénica que hizo Carmen Laffón para la ópera rossiniana.A la pintora de la sutileza le ha parecido Las bodas mucha tela y no se ha enganchado al proy...

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El teatro Maestranza parece firmemente decidido a continuar el compromiso de hacer nuevas producciones de óperas ambientadas en Sevilla. Una prueba definitiva ha sido la inauguración de la actual temporada lírica con un título tan erizado de riesgos de todo tipo como es Las bodas de Fígaro, de Mozart. Era una asignatura pendiente que nacía, en cualquier caso, bajo el síndrome de El barbero de Sevilla, o más exactamente, de la sensible recreación escénica que hizo Carmen Laffón para la ópera rossiniana.A la pintora de la sutileza le ha parecido Las bodas mucha tela y no se ha enganchado al proyecto, con lo que la dirección del teatro ha optado plásticamente por la seguridad de la solicitada pareja Frigerio Squarciapino, que han hecho un hueco entre la reinauguración del Liceo de Barcelona y la próxima apertura de temporada de la Scala de Milán para dar una vuelta de tuerca más a un título que ya hicieron en los setenta y los ochenta nada menos que para Strehler.

Las Bodas de Fígaro

De Mozart. Director musical: Alain Lombard. Director de escena: José Luis Castro. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: Franca Squarciapino. Coreografía: Cristina Hoyos. Orquesta Sinfónica de Sevilla. Teatro Maestranza, 22 de octubre.

En Las bodas de Fígaro, Ezio Frigerio deja al aire la tramoya de un teatro del XVIII para subrayar el artificio de lo que se está viendo, diseña unos espacios amplios para que el director de escena se las arregle con los cantantes, y utiliza las ventanas como nexo de unión entre los diferentes actos. Son ventanas para la melancolía, para la separación de mundos exteriores e interiores (en sentido geográfico y figurado), para definir las estancias a través de la luz. Y desempeñan un papel simbólico o poético, además de dar un sello de coherencia plástica a la narración. El toque sevillano (algunos cántaros, los guitarristas) era mínimamente sugerido por la escenografía y el excelente vestuario de Franca Squarciapino, y alcanzó un sabor auténtico y elegante con Cristina Hoyos en su coreografía del final del acto III, no solamente por la finura y equilibrio con los que resolvió el fandango, sino por el añadido de unas castañuelas que le iban a Mozart a las mil maravillas en este contexto.

En realidad, el espectáculo no tuvo polémica en su conjunto, pero sí cierta desilusión porque no acabó de arrancar. Dicho de otra forma, le faltó fuelle. Una vez más en Sevilla el reparto vocal no cuajó, lo que, unido al exceso de convencionalismo operístico en la interpretación teatral, terminó desembocando en la monotonía. El director de escena José Luis Castro, curiosamente, se movió con mucha más soltura en lo accesorio -escenas paralelas, distribución de grupos- que en lo fundamental. Y en Las bodas lo fundamental es la psicología de los personajes y el ritmo teatral de determinadas situaciones.

Así, a Patrizia Pace, con su canto lleno de afectación, se le escapó la habilidad, picardía y gracia que posee el personaje de Susanna. Las dos maravillosas arias de la Condesa pasaron sin pena ni gloria con Dagmar Schellenberger. El Fígaro de Umberto Schiummo fue irrelevante y el Conde de Giorgio Surian fue cantado con extremada corrección y un punto de distancia. Sorprendió el timbre atractivo y carnal de Paula Rasmussen como Cherubino y la simpatía de María Soledad Cardoso como Barbarina. La Orquesta Sinfónica de Sevilla sonó con refinamiento, aunque la dirección de Alain Lombard fue desconcertante: a veces ligera, a veces pesante; a veces elegante, otras aburrida. Con todo ello, el clima de la representación se fue poco a poco desvaneciendo.La producción de Las bodas de Fígaro está dedicada a Alfredo Kraus, que aquí dejó para el recuerdo últimamente prodigiosas actuaciones en Werther o Lucia de Lamermoor. Se utiliza el cuadro Sevilla sobre el río, que sirvió de base para el telón de El barbero de Sevilla de Carmen Laffón. Son dos ventanas más para la melancolía. En fin, Las bodas de Fígaro, de Mozart, qué peligro. El teatro de la Maestranza de Sevilla se ha arriesgado, se ha mojado, se ha arrimado, pero no ha saltado la chispa.

Otra vez será.

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