La galaxia de los toros-toros Jiménez / Garibay, Perlaza, Martín
Ésta sí es otra galaxia: la de los toros-toros. Lo demás, historias para no dormir.Cierto que los toros-toros pertenecían a esta galaxia, y los tenían localizados en Iberia -hoy España, también llamada Estado español- pero los tiempos cambian, la vida es mutación y los toros-toros partieron a remotos espacios siderales, de esto hace ya unos años. La consecuencia es que toros no se ven, de común. Para verlos es preciso venirse a Madrid, plaza de Las Ventas, y que además no sean toros en sentido estricto sino novillos en sentido lato y los toreen debutantes sin fama ni pedigrí.
Y eso pasó en Madrid, plaza de Las Ventas: que les soltaron a los novilleros una novillada de aquí te espero, compuesta por seis ejemplares de cuajo y trapío. Mucho más cuajo y trapío traían los novillos de Jiménez Pasquau que cualquiera de los sucedáneos de toro que les echan al torero llamado de otra galaxia; al que dicen le caben en la cabeza todos los toros del mundo. A ellos y a los de su cuerda.
Novillos de Jiménez Pasquau (uno devuelto por inválido), de irreprochable trapío, serios, fuertes, mansos y dificultosos excepto 5º, bravo
6º, sobrero de Palomo Linares, con trapío, armado y astifino, fuerte, manso, bronco, peligroso. Ignacio Garibay: pinchazo -aviso-, media y rueda de peones (palmas y también pitos cuando saluda); dos pinchazos muy bajos -aviso-, pinchazo muy bajo, estocada ladeada, rueda de peones y descabello (silencio). Paquito Perlaza, de Cali (Colombia): pinchazo, otro perdiendo la muleta y estocada (palmas y sale al tercio); pinchazo y estocada saliendo volteado (aplausos que recoge la cuadrilla); asistido en la enfermería de conmoción cerebral. Alberto Martín, de Madrid: pinchazo y bajonazo infamante (palmas y pitos); cuatro pinchazos, y media atravesada cerca de la paletilla (silencio). Los dos últimos, nuevos en esta plaza.Plaza de Las Ventas, 26 de septiembre. Algo más de media entrada.
Les sale a uno de estos una fiera corrupia como el sobrero de Palomo Linares que lidió Alberto Martín y les da un síncope. Ni siquiera hubiera hecho falta conocer su perverso comportamiento: sólo con verlo salir. Lo ven salir con aquella cornamenta astifina y se les hiela la sangre en las pestañas.
Bravuconeando irrumpió el de Palomo Linares, lo mismo con la gente de a pie que con las plazas montadas. A los de infantería se les arrancaba en busca del bulto; a los de caballería, a traición, pero al sentir el hierro, huía y buscaba liberar su frustración y su rabia en otras víctimas más propiciatorias que, naturalmente, eran el peonaje.
Al matador también le buscó las vueltas. Dio un primer pase de castigo Alberto Martínez y al iniciar el segundo el novillo ya se le estaba echando encima. Machetó Martín según pudo, de pitón a pitón y rectificando terrenos, por supuesto, hizo la suerte de matar a paso banderillas y liquidó al cornudo agresor de una puñalada trapera apuntada a la paletilla. Ni qué decir tiene que nadie en la plaza, ni los numerosos japoneses ni la escasa afición conspicua, protestó por ello. Antes bien dio un respiro de alivio y se retiró a sus hoteles y sus domicilios privados filosofando sobre los inescrutables designios de la diosa Fortuna y la triste levedad del ser. Alberto Martín, madrileño, de parvo currículo, era nuevo en la plaza. Y al novillo de su debut -que no demostró intenciones aviesas- le ensayó un toreo cargado de pinturería en algunos tramos, de solemne naturalidad en otros, destemplado a veces, suave cuando ajustaba el propósito al ritmo del toro, lo que dejó su actuación en contradictorias expectativas. Sobre todo al matar. Pues no siendo ese toro ni pregonao ni nada, lo ejecutó mediante un infamante bajonazo que en otros tiempos -los del toro-toro pastando por Iberia- llamaban de juzgado de guardia.
Una voltereta sufrió Alberto Martín. Los tres espadas sufrieron volteretas. La de Paquito Perlaza, espeluznante, pues, caído, el novillazo de otra galaxia le pisó la cabeza. Se lo llevaron a la enfermería y al cabo de un rato alguien salió de allí tranquilizando los ánimnos: "No ha debido ser na; sólo le ha pisado la cabeza". Le ocurre a un futbolista -que algún contrincante le pise la cabeza en un lance del juego- y abren con la noticia los telediarios. Pero tratándose del pisotón de un toro de 500 kilos, no debe ser na.
Verónicas abierto el compás y muletazos buenos consiguió el debutante colombiano Perlaza (que no se llama Francisco en el Registro Civil sino Wilde, como don Óscar), con mayor mérito al toro segundo pues el quinto resultó de casta noble y admitía mejores formas.
El mexicano Ignacio Garibay, que no era debutante, tuvo una actuación espesa, destemplada y tremendista con el manejable cuarto y en cambio al primero, topón e incierto, le sacó tandas de naturales, consintiendo y mandando con una valentía asombrosa. Llega a hacer la emocionante faena uno que yo me sé y dicen que es de otra galaxia. La hizo el desconocido mexicano y apenas le tocaron unas palmitas, no se lo fuera a creer. Tiempos desconcertantes vive esta fiesta. Se ven cosas que parecen el delirio de uno que la ha cogido de anís.
Babelia
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