Crítica:ROCK

Sin óxido ni moho

Con las últimas luces del día filtrándose por las cristaleras del Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, Andrés Calamaro aparece como el Bob Dylan de 1965: ese peinado, esa chaqueta, ¡esa armónica! El formato desenchufado -Andrés está respaldado por las guitarras de Candi Abelló y Guillermo Martín- permite un bello ejercicio de camaleonismo.Sus recientes canciones de amor y recriminación se mezclan con un viejo éxito de Los Rodríguez (Canal 69), una pintoresca versión de Can't help falling in love, su Me arde incorpora el perverso Dead flowers, de los Rollin...

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Con las últimas luces del día filtrándose por las cristaleras del Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, Andrés Calamaro aparece como el Bob Dylan de 1965: ese peinado, esa chaqueta, ¡esa armónica! El formato desenchufado -Andrés está respaldado por las guitarras de Candi Abelló y Guillermo Martín- permite un bello ejercicio de camaleonismo.Sus recientes canciones de amor y recriminación se mezclan con un viejo éxito de Los Rodríguez (Canal 69), una pintoresca versión de Can't help falling in love, su Me arde incorpora el perverso Dead flowers, de los Rolling Stones, y se atreve nada más y nada menos que con Seven days, la clásica dylaniana que el propio autor suele ignorar.

Bob Dylan

Bob Dylan (voz, guitarra, armónica), Tony Garnier (bajo), Larry Campbell (guitarra), William Baxter (slide guitar), David Kemper (batería). Palacio de los Deportes, 14 de abril. Madrid.

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Curiosamente, tras el primer concierto de la gira, alguien del entorno de Bob Dylan censuró al hispano-argentino que se atreviera a interpretarla siendo su telonero. Posteriores encuentros de los artistas sirvieron para que se desvaneciera el malentendido. Para Calamaro, la participación en la Never Ending Tour es un gesto de amor y de reconocimiento hacia su maestro.

El público está tan ansioso de Dylan que aplaude hasta la mención de su nombre en una de las piezas de Calamaro, Elvis está vivo. La dylanofilia está en marea alta, con abundancia de personal dispuesto a jurar que el hombre canta mejor que nunca, que Time out of mind supera a sus discos santificados y que hasta sus trajes son únicos.

Repertorio

No hay discusión posible respecto a la categoría de su banda y su asimilación del actual repertorio. En el tema de apertura del concierto de anoche, Friend of the devil, los músicos se aproximan a la elegancia de la versión country de The Grateful Dead, pero hay demonios más cercanos: un doliente Masters of war, especialmente pertinente en estos días bélicos y, desdichadamente, tan ineficaz como cualquier otra canción a la hora de parar una guerra.Profundiza en el repertorio amoroso con Love minus zero y Tangle dup in blue, donde incluso parece un ventrílocuo. El emotivo Forever young mantiene su aire de plegaria. Una lozana Don't think twice, it's alright eleva la temperatura con un Dylan que exhibe una pizquita de chulería masculina.

Un minuto de oscuridad y brota el Bod Dylan eléctrico. Guitarras que se pelean y convergen en un rock prodigiosamente ágil. Se echa el freno con Señor, de majestuoso desarrollo. Las canciones-letanías como A simple twist of fate se desgranan con equilibrada intensidad. Highway 61 revisited acelera el pulso con fieras guitarras que llevan el peso de esos versos torrenciales.

Reconforta enormemente reencontrarse con un Bob Dylan que parece disfrutar en el escenario: se marca graciosos pasos de baile, emite energía y no derrota. También hay química en la relación con los músicos, con pasajes que caminan por el filo de la navaja y finales insospechados.

Para la tanda de bises se cambia la iluminación y se acentúa el dramatismo de una música que respira, sin óxido ni moho. Canciones que en otra visita sonaron como hechas con desgana, ahora se benefician de los riesgos. Así, Like a rolling stone pierde veneno y rezuma con pasión por la persona antaño vituperada.

No hay desenlace brutal ni margen para que el público se sume al estribillo. Fuego contenido. Blowin' in the wind es ahora una queja digna, con mínimos ecos de su pasado como himno de acampada.

Finalmente, como cualquier grupo de corazón decente, cierran con un homenaje a los antecesores. Es Not fade away. Imaginen a Bo Diddley y Buddy Holly en un escenario de Nashville en estado de gracia.

Gira

La Gira Interminable sigue su recorrido por España. Las próximas paradas son: Valencia (hoy), Málaga (día 17), Granada (18), Murcia (19), Zaragoza (21) y Barcelona (22). Dado que Bob Dylan mantiene la sana costumbre de variar su repertorio de concierto en concierto, cada una de esas actuaciones puede revelar sorpresas maravillosas.La organización del concierto, con una parte acústica seguida por el segmento eléctrico y un bloque de cuatro bises, está permitiendo la revisión de buena parte de la mejor obra de Bob Dylan. No tiene sentido quejarse de que no haya mucho material reciente: pocas veces se tiene la oportunidad de encontrar a Dylan con ganas, con una banda excepcional y un público cómplice.

Emocionados

El presente y el recuerdo

No es que estén contenidos ni que permanezcan indiferentes, sólo están emocionados. Todo contribuye a amansar los corazones inquietos. Una luz sentimental baña un sector del público como la luna sobre un lago tranquilo.La superficie parece fría, pero dentro late un deseo. Una o dos palabras (señor, Spain) despiertan leves reclamos de complicidad, de cercanía y de afecto por parte del ídolo. Pero Dylan ha venido sólo a regar el líquido saliente de su música, y por eso es capaz de dar los cuatro bises de rigor y dejar los pataleos y aplausos de su público esperanzado, que queda atrás en la oscuridad, mientras él se esfuma definitivamente, para dejar lo de siempre, su imborrable recuerdo.

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