Tribuna:

Las consecuencias económicas de la guerra

1. En La saga de los Marx, de Juan Goytisolo, Karl Marx, asombrado, observa por televisión la llegada de un transbordador al puerto de Bari cargado de albaneses que desertan del paraíso socialista y pretenden entrar en el paraíso capitalista. No los dejan. Los devuelven a su espanto. Son cientos de personas hacinadas, la mayoría a medio vestir, que se preguntan ante el rechazo: "¿Por qué nos tratan así? ¿No somos seres como los demás? ¡He visto en la televisión que dan de comer a sus gatos con cucharillas de plata!". Las imágenes reales de miles de albaneses intentando desembarcar e...

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1. En La saga de los Marx, de Juan Goytisolo, Karl Marx, asombrado, observa por televisión la llegada de un transbordador al puerto de Bari cargado de albaneses que desertan del paraíso socialista y pretenden entrar en el paraíso capitalista. No los dejan. Los devuelven a su espanto. Son cientos de personas hacinadas, la mayoría a medio vestir, que se preguntan ante el rechazo: "¿Por qué nos tratan así? ¿No somos seres como los demás? ¡He visto en la televisión que dan de comer a sus gatos con cucharillas de plata!". Las imágenes reales de miles de albaneses intentando desembarcar en Brindisi o en Bari para vivir en la Europa occidental forman parte de la historia de la transición del socialismo real al capitalismo, una vez derrumbado el muro de Berlín.Se dice que Albania es el país más pobre de Europa, estadística harto difícil de confirmar. Siempre hay alguien más pobre (o más rico) respecto a los demás. Algunos de aquellos miserables que querían entrar en Italia para quedarse luego en Europa o volar a Estados Unidos (a Dallas, dice Goytisolo) son los que hoy reciben a centenares de miles de albanokosovares, más paupérrimos aún, que huyen de la limpieza étnica de Milosevic. Ocurre como en España: centenares de miles de españoles emigraron en el franquismo, encontrando el exilio político o económico; los que sobrevivieron y volvieron a este país observan ahora a miles de emigrantes procedentes del norte de África, Europa del Este o América Latina. Y seguramente, en el futuro próximo, a los refugiados kosovares.

No hay imágenes de la batalla en las ciudades yugoslavas, pero sí muchas de los que abandonan obligatoriamente su tierra, en caravanas, en alpargatas, con mantas. De nuevo el triste recuerdo de la España del 39. Hay una superposición en las retinas de lo que nos muestra la televisión y de las fotografías de Robert Capa sobre la guerra civil española, que se exponen en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, de Madrid. En enero de 1939, Capa vuelve a España, acude a Barcelona y fotografía a los refugiados que habían esperado hasta el último minuto para abandonar Tarragona. Algunos habían apilado tantas posesiones en sus carros que tenían que ayudar a las demacradas mulas empujando desde atrás. De repente, los aviones franquistas comenzaron a ametrallar a los indefensos refugiados. Las fotografías más desgarradoras que Capa tomó aquel día pertenecen a una serie que muestra a una anciana que milagrosamente salió ilesa de un ataque que acabó con el resto de su grupo, así como con su perro y sus dos mulas. Capa la encontró dando vueltas sin descanso alrededor de su carro en estado de conmoción y desconcierto.

Para acompañar su reportaje fotográfico, Capa escribió de modo premonitorio: "He visto a cientos de miles de personas huir así en dos países, España y China. Y me aterroriza pensar que cientos de miles de otros que aún viven en paz en otros países, algún día encontrarán el mismo destino. Porque durante estos últimos tres años el mundo en el que queríamos vivir ha tomado esta dirección".

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2. Los analistas más estratégicos empiezan a pensar en el día después, aunque se saltan los pasos intermedios. En los conflictos pasa como en los mercados, que son dados a la inestabilidad, y, si una secuencia expansión-depresión avanza hasta más allá de cierto punto, nunca se vuelve al lugar de origen. En vez de actuar como un péndulo, las guerras trabajan como bolas de demolición, golpeando en un lugar tras otro.

Por ejemplo, en Rusia. El primer ministro ruso, Primakov, volaba hacia Washington con el objetivo de acabar las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para acceder a un megacrédito, pagar la deuda externa y que Rusia no suspendiese pagos, lo que sería una catástrofe económica. El avión de Primakov giró en redondo y volvió a Moscú, al coincidir el viaje con los primeros bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia. Fue el director gerente del FMI, Michel Camdessus, el que tuvo que ir a la capital rusa para cerrar el acuerdo. Aunque el dinero del FMI y el apoyo de Rusia a Milosevic son cosas distintas, Primakov se encuentra ante una analogía del célebre dilema del prisionero: dos pillos han sido capturados y están siendo interrogados. Si uno proporciona pruebas contra el otro, puede obtener la reducción de la condena, pero es más seguro que el otro sea condenado. Les iría mejor a los dos unidos si se mantienen leales, pero uno de ellos por separado puede obtener beneficios a costa del otro. En caso de una transacción individual, puede ser racional traicionar; en una relación duradera, reporta beneficios ser leal. El análisis muestra cómo el comportamiento cooperativo, de aliados, puede desarrollarse con el paso del tiempo, pero también puede utilizarse para mostrar que la cooperación y la lealtad pueden ser socavadas al sustituirse las relaciones por transacciones. ¿Tendrá Rusia que elegir entre el dinero del FMI y su tradicional amistad con los serbios?

3. En diciembre de 1919 se publicó uno de los libros más influyentes del mundo, Las consecuencias económicas de la paz, de John Maynard Keynes. El texto criticaba los criterios económicos del Tratado de Versalles, firmado pocos meses antes, que había dictado unas reparaciones de guerra para Alemania que, según el autor, conducirían a otra conflagración, más temprano que tarde. Keynes escribió contra la forma en que el tratado, lejos de corregir los daños causados por la guerra en el delicado mecanismo económico con el que los pueblos europeos habían vivido hasta 1914, había consumado la destrucción.

Keynes, que dedicó el texto "a la formación de la opinión pública del futuro", dice que "una guerra ostensiblemente declarada para defender la santidad de los acuerdos internacionales concluye con la decidida violación de uno de los más sagrados de tales acuerdos por parte de los campeones victoriosos de esos ideales". En 1919, Rusia ya era bolchevique, la revolución había estallado en Alemania y Hungría y buena parte de Europa padecía hambre. Sin embargo, los negociadores de la paz sólo parecían pensar en "fronteras y soberanía". Con una redacción airada, despectiva, apasionada -sin duda fue su mejor libro-, Keynes denunció el desatino de los negociadores de la paz para tratar de extraer de Alemania una indemnización que no podía pagar; los intentos de hacerle pagar destruirían los mecanismos económicos sobre los que se había basado la prosperidad de la Europa continental de la preguerra.

Muchas veces, las intervenciones tienen consecuencias no deseadas, sean o no necesarias.

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