VIOLENCIA EN EL PAÍS VASCO

Estaba escrito en la pared

Estanislao Amuchástegui sabía que le iban a quemar el coche. No era un secreto. Lo sabía todo el pueblo, también su mujer y sus dos hijas. Hace dos años que los terroristas de fin de semana lo habían escrito en la pared: "La próxima vez no nos equivocaremos". La amenaza llegó después de que le metieran fuego, por error, al vehículo de un vecino, la misma marca, el mismo color. Lo que no sabía Estanislao era cuándo, a qué hora de la noche, ni cuántas botellas incendiarias -la mezcla habitual de odio, gasolina y ácido sulfúrico- serían necesarias para convertir en chatarra negra el utilitario de...

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Estanislao Amuchástegui sabía que le iban a quemar el coche. No era un secreto. Lo sabía todo el pueblo, también su mujer y sus dos hijas. Hace dos años que los terroristas de fin de semana lo habían escrito en la pared: "La próxima vez no nos equivocaremos". La amenaza llegó después de que le metieran fuego, por error, al vehículo de un vecino, la misma marca, el mismo color. Lo que no sabía Estanislao era cuándo, a qué hora de la noche, ni cuántas botellas incendiarias -la mezcla habitual de odio, gasolina y ácido sulfúrico- serían necesarias para convertir en chatarra negra el utilitario de un electricista de 47 años, vasco vasco, ahora del PSOE pero antes de Euskadiko Ezkerra, y antes, mucho antes, desde 1969, del Partido de los Trabajadores.Ya lo sabe. Fue anoche. Ya conoce la hora -cinco de la madrugada- y el combustible -dos cócteles mólotov-. Sabe además que no sólo buscaban su Renault 21, también a él, a su mujer, a sus hijas. Cuatro botellas incendiarias quisieron entrar en su casa de Andoain (Guipúzcoa), pero se quedaron ardiendo en el portal. "Tengo la sensación", explicó ayer, "de llevar 30 años luchando contra los mismos; antes contra Franco, ahora contra estos fascistas...". Estanislao seguirá viviendo en su pueblo, ya sin su coche en el portal. El 13 de junio, su nombre será el sexto de la papeleta del PSOE en Andoain, sin apenas posibilidad de salir, un nombre de relleno, militante de base, un blanco perfecto. "Es muy difícil", confesó ayer, "convencer a los militantes y a sus familias para que figuren en las listas".

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Hay un deje de satisfacción en su voz. Cuenta que nadie le ha dado la espalda, le ha hecho ver lo peligroso que es ya vivir cerca de un militante del PSOE o del PP en el País Vasco. Hace años que se sentía amenazado. Y, sin embargo, cada noche observaba desde el balcón el gesto anónimo de un vecino que aparcaba el coche junto al suyo: "A eso, con Franco y con estos, se le llama de la misma forma: resistencia".

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