49º FESTIVAL DE BERLÍN

El público berlinés entra al trapo cómico de "La niña de tus ojos"

Harvey Keitel produce e interpreta una bellísima película vietnamita

ENVIADO ESPECIALLa niña de tus ojos se respiró bien aquí. El público berlinés entró en su juego cómico, lo celebró con buenas risas, y recibió aplausos calurosos, aunque no entusiasmados. Horas antes se estrenó Tres estaciones, una humilde y hermosa película vietnamita producida e interpretada por el célebre actor norteamericano Harvey Keitel. En los gélidos madrugones de la primera sesión, destinada a la pequeña producción, se está viendo cine grande.

Había curiosidad por ver la respuesta del muy avezado público cinéfilo berlinés ante la película "berlinesa" de Fernando Trueba ...

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ENVIADO ESPECIALLa niña de tus ojos se respiró bien aquí. El público berlinés entró en su juego cómico, lo celebró con buenas risas, y recibió aplausos calurosos, aunque no entusiasmados. Horas antes se estrenó Tres estaciones, una humilde y hermosa película vietnamita producida e interpretada por el célebre actor norteamericano Harvey Keitel. En los gélidos madrugones de la primera sesión, destinada a la pequeña producción, se está viendo cine grande.

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Había curiosidad por ver la respuesta del muy avezado público cinéfilo berlinés ante la película "berlinesa" de Fernando Trueba La niña de tus ojos. A la singularidad del suceso verídico en que se inspira y la de sus personajes alemanes, encabezados nada menos que por el matrimonio Goebbels, se añadía el misterio de si los berlineses reconocerían y respirarían el aire de su vieja ciudad en la meticulosa reconstrucción que de ella hace la película, que fue, no obstante, rodada en Praga.La solvencia y solidez de la producción decidió el juego a favor de la película española, que fue ayer respirada, como dicen en la jerga, por la repleta sala del Zoo Palast. Las buenas risas comenzaron con los primeros chistes idiomáticos, que son los más fáciles y obvios, pero cuando éstos agotaron sus gracias, la risa siguió saltando ante las más afortunadas situaciones y réplicas de La niña de tus ojos, que fueron pronta y sabiamente detectadas por el público.

Ante la presencia y el trabajo de Penélope Cruz no hubo carcajadas, sino silencios fascinados. De un grupo de italianos que había detrás de este cronista al comienzo de la proyección escapó en susurro un nítido "esa chica es una bomba" que se pone él solo las admiraciones. Había auténtica atención y captura. El público entró en la película, indicio de que ésta puede funcionar fuera de las complicidades caseras españolas.

La ovación unánime se mascaba, y de haberse mantenido hasta el final el intenso hilo de participación, es presumible que se hubiera producido. Pero las magníficas bondades de La niña de tus ojos fueron víctimas de sus contrapesos defectuosos, las imprecisiones del guión y los fallos en la construcción de algunos personajes, errores que afloraron en la segunda mitad del metraje, sobre todo a partir de la escena de la escapada del prisionero judío ruso, que está mal construida y fuera de ritmo. Desde aquí, precisamente cuando más debiera echarse hacia arriba, la secuencia de La niña de tus ojos comienza a deslizarse cuesta abajo, y, aunque siguieron celebrándose por el público sus ocurrencias, la gran ovación esperada se quedó en un pequeño, amistoso y no unánime aplauso.

Con anterioridad concursó también Tres estaciones, película dirigida por el joven debutante vietnamita Tony Bui, que la rodó en las calles de Saigón con un largo y maravilloso reparto de intérpretes compatriotas suyos, entre cuyos prodigiosos bordados incrustó el personaje de un viejo marine estadounidense, que acude al país que su Ejército aplastó sin lograr vencerlo en busca de una expiación íntima y del rastro de una hija que abandonó allí con su madre cuando era un bebé, en los tumultuosos días en que el Ejército expedicionario invasor evacuó la ciudad. El personaje del viejo soldado está escrito a la medida exacta de Harvey Keitel, que, además de interpretarlo con su gran talento a flor de piel, ha financiado el humilde y bellísimo filme, una elegía que derrocha ternura y amargura al mismo tiempo, y que está tocado o atravesado por una delicada y casi inaprensible elegancia.

Es una película hecha en secuencia de adagio, con una suavidad acariciadora que vibra por debajo de la placidez y que recuerda el intenso sosiego de algunas obras mayores de Jean Renoir. Sobre todo, en el hecho de que no se percibe ni un instante o signo de blandura dentro de ese sosiego, sino una recia, pacífica y equilibrada dureza de concepto, incluso algún despunte de amistosa radicalidad. Es una hermosa tragedia optimista, con personajes exactos, que al conocerlos los reconocemos; casi los recordamos, porque los hemos rozado o tal vez soñado, como ocurrió anteayer con los despojos humanos berlineses de Encuentros nocturnos; y el sábado, con los puñetazos de vitalidad de los daneses de Mifune. Tres pequeñas películas que son cine grande y, con La delgada línea roja, lo único imprescindible de la primera mitad de esta Berlinale.

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