Editorial:

Rápido Chávez

HUGO CHÁVEZ no pierde el tiempo. El mismo día de su toma de posesión como presidente de Venezuela ha anunciado la convocatoria de un referéndum constituyente, en un plazo máximo de dos meses, y la petición al Congreso de poderes especiales para gobernar por decreto en temas económicos, porque "Venezuela es una bomba de tiempo (...), y un país con un 80% de pobres es una vergüenza". El ex teniente coronel paracaidista convertido en político, que ha jurado el cargo "sobre esta Constitución moribunda" casi siete años después de protagonizar un golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, que le va...

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HUGO CHÁVEZ no pierde el tiempo. El mismo día de su toma de posesión como presidente de Venezuela ha anunciado la convocatoria de un referéndum constituyente, en un plazo máximo de dos meses, y la petición al Congreso de poderes especiales para gobernar por decreto en temas económicos, porque "Venezuela es una bomba de tiempo (...), y un país con un 80% de pobres es una vergüenza". El ex teniente coronel paracaidista convertido en político, que ha jurado el cargo "sobre esta Constitución moribunda" casi siete años después de protagonizar un golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, que le valió la cárcel y la notoriedad, hereda en la presidencia una economía en ruinas, la cuarta de Latinoamérica, sacudida por la peor crisis petrolífera en una década. Venezuela es el segundo exportador mundial de crudo, y su presupuesto, basado inicialmente en un precio del barril por encima de los 11 dólares, va a ser rehecho ahora sobre la base de nueve dólares. El tono de la jura de Chávez, que sucede al octogenario Rafael Caldera, no ha desdicho del carácter mercurial y caudillista de la campaña electoral que le llevó al espectacular triunfo del 6 de diciembre pasado. Prometió entonces, en medio del entusiasmo de la mayoría de sus conciudadanos, poner patas arriba el desacreditado sistema político venezolano, dominado históricamente por las componendas de dos partidos, y combatir la enquistada corrupción del país latinoamericano. Aquellas soflamas populistas se mezclan ya, a las pocas horas de empuñar el timón, con una indisimulada ansia de poder, que pone un gran interrogante sobre el destino inmediato de Venezuela. La Asamblea Constituyente que salga de un sí a las propuestas presidenciales podrá disolver el Parlamento instalado hace unos días, en el que Chávez no tiene mayoría; reescribir la Carta Magna de 1961, y alargar el mandato del jefe del Estado, ahora de cinco años. El ex teniente coronel golpista ya ha dicho que necesita más tiempo para desarrollar la que considera su misión histórica de redención. Chávez, 44 años, tiene acreditadas dotes de actor. Tampoco en este sentido su espectacular toma de posesión ha defraudado las expectativas de sus seguidores. Pero desde su triunfo electoral, el nuevo presidente venezolano se ha apresurado a poner los pies sobre la tierra. Ha recorrido decenas de miles de kilómetros, en América y Europa, tranquilizando a todos aquellos poderes a los que asustó como candidato; asegurándoles que, a la postre, es un hombre con quien se pueden hacer tratos. Desde Argentina a Francia, desde Madrid a Brasilia, pasando por Canadá, Bonn y, la semana pasada, Washington, ha trasladado el mismo mensaje: que es un pragmático y que una cosa es lo que se dice o se dice que se dice y otra lo que se hace cuando uno tiene en las manos el destino inmediato de 23 millones de personas. Tampoco tiene mucho margen de maniobra. El déficit fiscal venezolano puede alcanzar este año el 8% del PIB y Caracas necesita imperativamente reestructurar sus 35.000 millones de deuda externa. Ante la magnitud del desafío, el enigma Chávez dejará de serlo muy pronto.

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