Cartas al director

Exilio del planeta

Soy una chica de 21 años que, a las puertas de esa aldea global que preconizan, compraría una plaza en una nave espacial para exiliarme del planeta, visto que la idea de arreglarlo no se lleva (desatinos de estrellas y lunáticos). Me iría a cualquier parte en donde no tuviera que oír una más de las atrocidades descritas por las víctimas de la dictadura chilena: violaciones sirviéndose de animales entrenados al efecto. He llorado de rabia. No tengo palabras para expresar el dolor. Pero sí para reflexionar sobre un mundo que hace posible que estas cosas sucedan.Leo por estos días que los de la O...

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Soy una chica de 21 años que, a las puertas de esa aldea global que preconizan, compraría una plaza en una nave espacial para exiliarme del planeta, visto que la idea de arreglarlo no se lleva (desatinos de estrellas y lunáticos). Me iría a cualquier parte en donde no tuviera que oír una más de las atrocidades descritas por las víctimas de la dictadura chilena: violaciones sirviéndose de animales entrenados al efecto. He llorado de rabia. No tengo palabras para expresar el dolor. Pero sí para reflexionar sobre un mundo que hace posible que estas cosas sucedan.Leo por estos días que los de la OCDE, los 28 países más ricos, salvo Francia, pretendemos presionar al resto del mundo para que firme el acuerdo multilateral de inversión para abolir toda frontera al tráfico de capitales, a costa de toda ¡soberanía nacional!, y garantizar los intereses de las multinacionales mediante ¡tribunales internacionales especiales! Mientras, la creación de un Tribunal Penal Internacional parece una utopía, sin ir más lejos, porque Estados Unidos se opone.

Los poderosos no distinguen entre legitimidad y justicia. Pinochet será inmune por los siglos de los siglos (¿existirá también la inmunidad en ese cielo en el que supongo que cree este dictador católico?). Puestos a ser legítimos, este fallo no importa hasta qué punto esté cogido por los pelos, puede serlo perfectamente en virtud de una interpretación de unas leyes que en los asuntos más calientes tienen la extraña virtud de convertirse en papel mojado, tan mojado como los cadáveres de los desaparecidos que devuelven los mares de cuando en cuando. El concepto de legitimidad en la que se amparan ciertas interpretaciones primará sobre el de justicia. La universalidad y la igualdad que implica la justicia se sacrificarán en aras de-

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un derecho tan cuestionable como el de la inmunidad diplomática para este individuo. Pero no cabe esperar otro desenlace en un mundo en el que nadie tira piedras sobre su propio tejado: ni nuestros Gobiernos, que le han vendido armas, ni, mucho menos, los Estados Unidos, que han entrenado a sus secuaces en los métodos de represión y tortura, ni un país en donde la señora Thatcher se honra con su compañía para tomar el té de las cinco.-

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