Reportaje:

Niños a destajo en los campos de Badajoz

La fiesta de la Virgen de Agosto es también laborable para los temporeros portugueses de Extremadura

El 15 de agosto aparece en rojo en todos los calendarios de España, pero no en el de los cerca de 400 temporeros de Badajoz. Estas familias, casi todas gitanas de origen portugués, salieron ayer a los campos de tomates como cada día desde hace un mes. Lo hacen en cuadrillas de ocho o nueve, mujeres y jóvenes sobre todo, a las órdenes de un capataz español. Cobran poco, trabajan a destajo, siempre agachados, sin agua y a temperaturas que rondan los 40 grados. También los niños. Uno de esos 200 niños temporeros que según UGT trabajan en la campaña del tomate estos días en Badajoz es Daniel Dim...

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El 15 de agosto aparece en rojo en todos los calendarios de España, pero no en el de los cerca de 400 temporeros de Badajoz. Estas familias, casi todas gitanas de origen portugués, salieron ayer a los campos de tomates como cada día desde hace un mes. Lo hacen en cuadrillas de ocho o nueve, mujeres y jóvenes sobre todo, a las órdenes de un capataz español. Cobran poco, trabajan a destajo, siempre agachados, sin agua y a temperaturas que rondan los 40 grados. También los niños. Uno de esos 200 niños temporeros que según UGT trabajan en la campaña del tomate estos días en Badajoz es Daniel Dimas. Tiene 13 años, una gorra amarilla como la de su patrón y los pantalones embarrados del tajo. Es mediodía y su jornada no ha hecho más que comenzar, pero por sus manos han pasado más de cuatro horas de trabajo. Ha vuelto al campamento que la Cruz Roja ha instalado en Montijo, junto a una iglesia abandonada, donde duermen 29 familias.

Es una pausa pequeña que el niño aprovecha para aprender a escribir su nombre con la ayuda de una voluntaria portuguesa. A su alrededor pintan, juegan y ven la tele los que son tan pequeños que no pueden salir al campo. Éste es el primer año que el Ayuntamiento de Mérida colabora con Portugal para asistir a los temporeros. En Montijo hay más de 50 niños, según la Cruz Roja, pero por la mañana apenas se quedan una veintena con los asistentes sociales.

Las madres son casi siempre las que les llevan al campo porque los padres ya están mayores para este trabajo. "La necesidad obliga", se justifica una de las tres mujeres del clan Dimas después de meter en la furgoneta a toda su prole, Daniel incluido.

Esta cuadrilla de nueve se traslada a los campos en su propio vehículo. El capataz, Enrique Lobón, sobrino de un pequeño propietario -su terreno no alcanza las seis hectáreas, como los de la mayoría de la provincia- conoce a los Dimas desde hace años.

Es normal que los agricultores recurran a familias conocidas porque se fían de ellos. Entre los temporeros portugueses hay riñas y muchos prefieren vivir fuera del campamento (hay siete asentamientos ilegales repartidos por la zona) pero "se respetan el trabajo", dice Lobón.

De hecho, en su terreno no sólo llenan cajas de tomates los Dimas. Agachados, a 50 metros de distancia y separados por dos jornaleros extremeños, hace lo mismo otra familia portuguesa. "Son medio primos, pero están enfrentados", asegura Lobón. No sólo les separan disputas familiares, sino también su forma particular de entender el campo, del que son profesionales.

Los Dimas tienen permiso de trabajo, aunque no les hace falta por ser ciudadanos de la Unión Europea; están dados de alta en la oficina del Inem de Moguer (Huelva); duermen en el campamento oficial, y tiran de sus niños para alcanzar la cuota de cajas de tomates que les impone el capataz (les pagan 60 pesetas por cada una). Un peón suele dejar en el remolque entre 60 y 70 cajas diarias de más de 20 kilos. Los niños apenas alcanzan a cargar la mitad.

Los primos de los Dimas no emplean a sus chavales. Les basta con los brazos de tres jóvenes y otras tantas mujeres. Sus niñas, de entre cuatro meses y 12 años, esperan a pocos metros dentro de la furgoneta al cuidado de una anciana. El único chico, de 11 años, está en los surcos con los mayores. Pero no trabaja. Se limita a observarles mientras permanece sentado en una caja comiendo tomates.

Ésta no es la única diferencia que mantienen con sus primos: también renuncian a la ayuda de las organizaciones humanitarias porque prefieren estar solos "a mal acompañados". Por eso acampan por libre. Pero a estas dos familias les unen más cosas de las que les separan. Todos ellos son temporeros profesionales. Dentro de un par de semanas recogerán sus bártulos y pondrán rumbo a Toledo. Allí seguirán con los tomates hasta que termine la campaña el 15 de septiembre. Luego vendrán la cebolla y la patata, "la más dura de todas". No tendrán un día de descanso hasta que llegue el invierno y regresen a Portugal.

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