La mosca se come al olivo

Si la mosca del olivo no hubiera tenido un año 1997 tan proclive a la coyunda, los productores de aceituna no habrían llegado a fin de año al borde mismo de la ruina. Ésa es una de las conclusiones más sorprendentes del informe que ha elaborado la dirección general de Agricultura y Alimentación de la Comunidad para descubrir las causas por las que el 97,8% de las aceitunas madrileñas se picaron en esa temporada aciaga. Los malditos dípteros, por lo que revela el estudio, incrementaron su actividad sexual "de forma determinante" y terminaron por anular la acción de los insecticidas. Esta desafo...

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Si la mosca del olivo no hubiera tenido un año 1997 tan proclive a la coyunda, los productores de aceituna no habrían llegado a fin de año al borde mismo de la ruina. Ésa es una de las conclusiones más sorprendentes del informe que ha elaborado la dirección general de Agricultura y Alimentación de la Comunidad para descubrir las causas por las que el 97,8% de las aceitunas madrileñas se picaron en esa temporada aciaga. Los malditos dípteros, por lo que revela el estudio, incrementaron su actividad sexual "de forma determinante" y terminaron por anular la acción de los insecticidas. Esta desaforada procreación ha salido cara: unida a otros factores climáticos, se tradujo en unas pérdidas para el sector de 703 millones de pesetas, que la administración intentará enjuagar a lo largo de las cinco próximas temporadas.A fuerza de tanta fornicación, la mosca del olivo dejó una huella devastadora en las 22.000 hectáreas madrileñas de este cultivo. Los científicos han constatado que la media de "formas vivas" (moscas) existentes por aceituna era superior a 2,5. Y casi no daban crédito a tanta virulencia. "Se han encontrado aceitunas con cinco formas vivas y nueve picadas. En la bibliografía sobre esta plaga se considera extraño que exista más de una forma viva por aceituna, lo que sirve para evaluar la intensidad del ataque", describen los investigadores del Instituto Tecnológico de Desarrollo Agrario.

El ataque de estos insectos casi insaciables se fraguó en tres etapas, según se desprende de la reconstrucción de los hechos que ahora han trazado los expertos agrícolas. El primer factor fue el ya apuntado de la reproducción fulgurante. Las capturas de estas moscas en unas placas cebadas con feromona sexual aumentaron un 492% respecto a la cosecha de 1996. Por si fuera poco, la meteorología del pasado mes de julio fue demasiado benigna: la actividad de la mosca cesa a partir de los 35 grados centígrados, pero no hubo un solo día, a lo largo de 1997, que mantuviera esa temperatura media.

Para colmo de calamidades, los insectos se encontraron en septiembre con facilidades máximas para dejar una prole numerosa. Fueron 171 horas con una temperatura idónea (entre 23 y 29 grados), frente a las 76 horas del año anterior. "Las condiciones de oviposición fueron inmejorables", zanjan los estudiosos de la plaga.

El estudio termina reconociendo que las tres desinsectaciones, todas por vía aérea, no sirvieron para casi nada. Este año se aplicarán insecticidas terrestres, que deben dar mejor resultado. Los 6.000 olivareros de la región cruzan ahora los dedos para que la ciencia logre aplacar el apetito -en su más amplia acepción- de estos dípteros voraces.

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