Editorial:

Policía genética

LA PRÁCTICA del Ejército israelí de tomar a la fuerza muestras de sangre de ciudadanos palestinos para una comprobación genética de la identidad de los terroristas es, desde todo punto de vista, condenable. Es una dolorosa paradoja que tal acción la protagonice Israel, pues parece más propia de los nazis y de su obsesión genética que de un pueblo que sufrió experimentos análogos.Las investigaciones israelíes, sometidas a una férrea censura hasta su conclusión, han permitido identificar a cuatro de los cinco terroristas suicidas que causaron la hecatombe en sendos atentados en Jerusalén el 30 d...

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LA PRÁCTICA del Ejército israelí de tomar a la fuerza muestras de sangre de ciudadanos palestinos para una comprobación genética de la identidad de los terroristas es, desde todo punto de vista, condenable. Es una dolorosa paradoja que tal acción la protagonice Israel, pues parece más propia de los nazis y de su obsesión genética que de un pueblo que sufrió experimentos análogos.Las investigaciones israelíes, sometidas a una férrea censura hasta su conclusión, han permitido identificar a cuatro de los cinco terroristas suicidas que causaron la hecatombe en sendos atentados en Jerusalén el 30 de julio y el 4 de septiembre. La huella de ADN de los restos de sangre de los terroristas se ha comparado, para su identificación, con la de ciudadanos palestinos a los que previamente se había tomado una muestra de sangre contra su voluntad. Los cuatro tenían de 23 a 25 años y vivían en el pueblo de Assira Shamalya, en Cisjordania.

Las fuerzas de seguridad han presentado esta identificación como un triunfo. En realidad es un fracaso. Assira Shamalya está en una zona B de Cisjordania, bajo jurisdicción civil de la Autoridad Palestina, pero aún bajo control israelí en materia de seguridad. Los atroces atentados son claramente condenables y no se debe esconder la parte de responsabilidad que toca a los palestinos en el deterioro de la situación de seguridad. Pero la actuación israelí resulta inmoral, por lo que supone de abuso de elementos científicos para el control y la represión, en un grado que no había soñado Orwell al escribir su 1984; un abuso indigno de un Estado que se pretende democrático (al menos para los ciudadanos israelíes) y de derecho.

También es inmoral el uso que hace Israel del castigo colectivo. Ante un atentado se condena a todos los palestinos, sellando las salidas de Gaza y Cisjordania. Si se sabe que el autor del atentado proviene de un pueblo, se castiga a todo éste, bloqueándolo, como pasa desde el domingo en Assira Shamalya. Y si se conoce que el terrorista pertenece a una familia determinada, ésta se ve castigada y fichada, incluso por su carga genética. Este tipo de policía genética puede conducir a acciones peligrosas en el ámbito de la biología, y no digamos ya en el de la política.

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