Madrugada de sones

No eran buenos tiempos para él son los años setenta. La juventud de Cuba estaba entusiasmada con sus nuevos trovadores cuando estos estudiantes universitarios decidieron recuperar el repertorio cubano más brillante de los treinta y los cuarenta.Tomaron el nombre de las montañas del este de la isla, donde se dice nació esa simbiosis única entre lo español y lo africano, y, con alguna que otra variante instrumental, se dispusieron a rememorar a los sextetos y septetos de antaño. Lo explicaba el tresero al principio de la actuación: "Esto no es salsa". Aún más claro quedaría después.
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No eran buenos tiempos para él son los años setenta. La juventud de Cuba estaba entusiasmada con sus nuevos trovadores cuando estos estudiantes universitarios decidieron recuperar el repertorio cubano más brillante de los treinta y los cuarenta.Tomaron el nombre de las montañas del este de la isla, donde se dice nació esa simbiosis única entre lo español y lo africano, y, con alguna que otra variante instrumental, se dispusieron a rememorar a los sextetos y septetos de antaño. Lo explicaba el tresero al principio de la actuación: "Esto no es salsa". Aún más claro quedaría después.

Sorprende la vitalidad de Sierra Maestra. De discos como Dundunbanza se conocía la finura de sus arreglos; el directo de este grupo de nueve elementos permitió descubrir la energía de sus interpretaciones. Tocaron algunos clásicos de los legendarios Arsenio Rodríguez e Ignacio Piñeiro, y Elena, la Cumbanchera fue la excusa para un ramillete de sones de siempre. Letras de doble sentido, voces corales, el rayado de la guitarra y el punteo del tres, claves, una trompeta de frases cortas y un tumbao de lo más sabroso: las virtudes de la mejor tradición musical cubana. Terminaron con un guagancó de huellas más negroides. Faltaban minutos para las cuatro.