Reportaje:

Catorce horas en Egipto

Recorrido por Oriente Proximo cuando se cumplen 900 años de la convocatoria de las cruzadas

Una música extraña lanzada por instrumentos casi primitivos marca el desembarco de Alejandría. Es la hora de la verdad para 300 turistas europeos que, ilusionados y asustados, se disponen a cruzar el norte de Egipto para visitar las pirámides y El Cairo.Atrás quedan las lánguidas melodías de los sesenta que desde la salida de Génova, tres días antes, han ambientado las primeras jornadas de un crucero que, con principio y final en la católica y romana Italia, tiene en su ruta lugares emblemáticos de la civilización asentados en el Mediterráneo más oriental. Tierras donde sigue viva la memoria d...

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Una música extraña lanzada por instrumentos casi primitivos marca el desembarco de Alejandría. Es la hora de la verdad para 300 turistas europeos que, ilusionados y asustados, se disponen a cruzar el norte de Egipto para visitar las pirámides y El Cairo.Atrás quedan las lánguidas melodías de los sesenta que desde la salida de Génova, tres días antes, han ambientado las primeras jornadas de un crucero que, con principio y final en la católica y romana Italia, tiene en su ruta lugares emblemáticos de la civilización asentados en el Mediterráneo más oriental. Tierras donde sigue viva la memoria de Solimán el Magníficó y de Saladino cuando precisamente dentro de unas semanas van a cumplirse 900 años desde que el papa Urbano II convocó la primera cruzada para reconquistar Jerusalén.

Alejandría es la primera etapa de esta peregrinación cultural minuciosamente organizada por la naviera napolitana Grimaldi. Junto al grupo folclórico que recibe con cálida algarabía a los visitantes está la policía que va a proteger a los seis autobuses de intrépidos infieles de una hipotética operación de grupos integristas. Las precauciones son notables porque Egipto se esfuerza para recuperar el turismo internacional, imprescindible para la maltrecha economía del país.

La comitiva parte a las ocho de la mañana del puerto de esta mítica ciudad que fundó Alejandro Magno en el año 325 y que inspiró páginas memorables a grandes nombres de las letras de este siglo: Kavafis, Forster y Lawrence Durrel. Hoy apenas queda nada de aquellos lugares que motivaron obras de misteriosa y palpitante belleza.

Los autobuses llegan a las pirámides a las 11.30. Apenas hay visitantes. Un grupo de niños que trata de vender a los turistas escarabajos de la suerte, postales y turbantes sufre el acoso de la policía, que quiere alejarlos de allí a toda costa. Los camelleros tampoco consiguen fácilmente que la gente se suba a sus cabalgaduras para hacerse la foto típica previo pago de unas libras. La vigilancia es evidente, pero no excesiva.

La esfinge sigue majestuosa pese al deterioro que presenta su cara y que ha determinado a las autoridades egipcias a desmantelar los chiringuitos situados en su entorno para que envejezca con más sosiego.

A las 12.30, los coches se adentran en El Cairo. Los aficionados al mercadeo tienen que conformarse con una breve incursión en uno de esos bazares acondicionados para los extranjeros, donde amables vendedores aseguran que sus papiros son los más auténticos. Deambular por el zoco de Khan el Kalili tendrá que quedar para mejor ocasión.

Comida en el Hilton, situado al lado del Museo de El Cairo. Para acceder al hotel hay que pasar bajo un arco de seguridad que pita sin nigún titubeo ante el más insignificante metal. Tras el almuerzo llega el momento de entrar en este museo, que guarda infinidad de valiosas piezas arqueológicas pertenecientes al esplendoroso pasado de este país. Los tesoros recogidos en la tumba de Tutankamón provocan el mayor entusiasmo. Apenas hay gente en las restantes salas y los vigilantes de la policía turística ofrecen sonrisas amistosas y un efusivo You are welcome.

En los 250 kilómetros de trayecto entre El Cairo y Port Said, la escolta policial se releva cada 45 minutos. Las instalaciones militares son frecuentes, aunque en menor número que los vendedores de melones. Entre los excursionistas se observan gestos de cansancio, pero también se oyen palabras de satisfacción por haber estado ante las colosales pirámides. No han sido defraudadas las expectativas creadas por destacados especialistas en Historia - los profesores Stazio, Godart y Archi-, que durante los dos días previos han explicado el valor de los puntos previstos en la ruta.

La llegada a Port Said permite descubrir uno de los principales zocos de Oriente. La ciudad es una colmena de tiendas con avispados comerciantes que chapurrean todas las lenguas para impedir que se vayan de vacío quienes hacen escala para atravesar el canal de Suez o para deambular por los confines del Mediterráneo. A las diez de la noche la expedición llega al barco, que ya ha cubierto el trayecto desde Alejandría y espera puntual para soltar amarras hacia nuevo destino.

Es jueves y Chipre se divisa en el horizonte. Desembarco en Limasol a las dos de la tarde. Un sol implacable acompaña en la visita a las antigüedades romanas de Curium, donde resalta un pequeño teatro construido en el siglo II antes de Cristo y unos mosaicos bellísimos. La magnífica vista sobre el mar obliga a comprender por qué Homero se embelesó con esta "isla alargada" que sirvió de base a Ricardo Corazón de León y otros cruzados en sus contiendas contra el islam. Precisamente junto a Limasol se conserva el castillo donde aquel rey legendario se casó con la princesa Berenguela de Navarra.

Cinco horas más tarde, la nave va ya hacia Tartus (Siria). Mientras llega la noche, el profesor Stazio ensalza con vehemencia las ruinas de Palmira y relata la leyenda de Zenobia, la reina que defendió con pasión aquella ciudad enfrentándose al todopoderoso Imperio Romano.

A las seis de la mañana del viernes, el barco amarra en Tartus. Ninguna inquietud al entrar en Siria, país que se autodefine como cuna de las civilizaciones. Una carretera infame con una sinuosa ascensión que se hace interminable lleva a los autobuses hasta el Krak de los Caballeros. Esta impresionante fortaleza construida por los cruzados en 1170, con doble muralla y muros de cinco metros de espesor, es uno de los principales atractivos de Siria. Situada sobre una colina a pocos kilómetros del norte de Líbano, era un enclave privilegiado para controlar un territorio de alto valor estratégico.

La llegada a Damasco un viernes permite contemplar la convivencia entre cristianos y musulmanes en una de las ciudades santas del islam y en el país que dirige con mano firme el omnipresente Hafez el Assad. La mezquita de los omeyas ofrece una imagen imponente, que justifica su presencia entre las grandes obras de la arquitectura islámica. A su lado se encuentra la tumba del terrible Saladino, un mausoleo que parece modesto para un personaje de tanto renombre.

Regreso al barco para pernoctar y dirigirse al puerto sirio más importante: Latakia. Situada 350 kilómetros al norte de Damasco, la ciudad está en continuo crecimiento ante la creciente demanda turística. Es sábado y los pasajeros de la nave Ausonia se dirigen en autobús hacia Alepo, la segunda población del país, célebre por sus pistachos y antiguamente punto de partida para las caravanas que comerciaban con la India. Tiene un zoco cubierto, al estilo del Gran Bazar de Estambul que concentra centenares de comercios de telas, joyería y especies. La mezquita, también de la época de los omeyas, y la ciudadela son los monumentos más destacados de este lugar, que ha sobrevivido a invasiones de sarracenos, persas, romanos y mongoles, entre otros.

A 55 kilómetros de Alepo se encuentra Mardikh. En las afueras de este pequeño pueblo están las ruinas de Ebla, la ciudad descubierta por arqueólogos italianos en 1964 y que los especialistas consideran uno de los grandes hallazgos de la historia de este siglo.

Turquía es el próximo destino. Dos jornadas, domingo y lunes, para la costa de Anatolia. Los mayores tesoros de esta zona se encuentran probablemente en las inmediaciones de Antalia, hoy importante núcleo turístico en el que los alemanes son los nuevos invasores. Anteriormente griegos y romanos dejaron su huella. Su paso ha quedado reflejado en la antigua ciudad de Perge, donde se funden las dos culturas. Pero sin duda el impacto más espectacular lo recibe el visitante al entrar en el teatro romano de Aspendos,« prácticamente intacto desde su construcción, en el siglo II; sus 96 metros de diámetro y las 39 filas de asientos para acoger a 20.000 espectadores resultan impresionantes.

Rodas, como otras islas del Egeo, mantiene su belleza a pesar de haber vivido mil invasiones. Todavía los lugareños recuerdan la ocupación nazi en la II Guerra mundial. Los árabes, según dicen, se llevaron el célebre coloso, pero nadie ha podido derruir las sólidas murallas de su capital. Lindos es cita obligada. Un pueblo limpio y encalado. Parece un decorado listo para rodar la película más lírica y sensiblera.

Otro día, otra isla. Es miércoles y la expedición desembarca en Creta, donde la mitología asegura que nació Zeus. Un recorrido por el palacio de Knosos evoca un pasado suntuoso. Hay que desplazarse luego hasta el museo de Heraklion para ver muestras magníficas de la cultura minoica: cerámicas, sarcófagos y joyas que nada tienen que envidiar a los diseños actuales. Su paisaje es distinto al de Rodas. Kazantzakis, el autor de Zorba, lo definió así: "Es como la buena prosa, que ha de ser bien construida, económica, trasquilada de adornos excesivos, poderosa y controlada".

Ya de vuelta en Italia, Grecia sigue presente. Si la primera excursión de los cruceristas había sido una breve visita a las ruinas de la romana Pompeya, la última tiene como destino Páestum. A pocos kilómetros al sur de Salerno se conservan tres templos que, constituyen el conjunto griego mejor conservado de la Italia peninsular. Destaca el dedicado a Neptuno. Construido 500 años antes de Cristo es ejemplo magnífico de la arquitectura del periodo clásico. Su presencia en una planicie cerca del mar, rodeado de vigorosas adelfas, es un hermoso broche para cerrar el periplo.

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