48º FESTIVAL DE CANNES

Angelopoulos, Guerra y Harvey Keitel rozan la perfección en "La mirada de Ulises"

Jornada de lujo con dos filmes que podrían optar a la categoría de obras maestras

ENVIADO ESPECIALTres famosos cineastas -el actor neoyorquino Harvey Keitel, el guionista italiano Tonino Guerra y el director griego Theo Angelopoulos- de enorme estatura artística han trenzado sus oficios y sus talentos para elevar La mirada de Ulises al borde de la perfección. En cambio, Shanghai triad, última colaboración -pues cuentan que el matrimonio se ha roto -del célebre dúo chino Zhang Yimou-Gong Li, pese a tener una media hora final digna de sus mejores obras, llegan a ella después de una hora y cuarto de altibajos.

Fuera de concurso se exhibieron dos thrillers estadou...

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ENVIADO ESPECIALTres famosos cineastas -el actor neoyorquino Harvey Keitel, el guionista italiano Tonino Guerra y el director griego Theo Angelopoulos- de enorme estatura artística han trenzado sus oficios y sus talentos para elevar La mirada de Ulises al borde de la perfección. En cambio, Shanghai triad, última colaboración -pues cuentan que el matrimonio se ha roto -del célebre dúo chino Zhang Yimou-Gong Li, pese a tener una media hora final digna de sus mejores obras, llegan a ella después de una hora y cuarto de altibajos.

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Fuera de concurso se exhibieron dos thrillers estadounidenses. Uno es El beso de la muerte, recreación de Barbet Schroeder y el actor neoyorquino Nicolas Cage de una de las más célebres obras de la edad dorada del género negro de Hollywood. El otro se titula Desperado, que protagoniza Antonio Banderas y que supone la entrada en la gran producción del cineasta chicano Robert Rodríguez, que se ganó a pulso un lugar en este escaparate tras El mariachi.Dentro del concurso, ayer casi conseguimos asistir de una tacada al nacimiento de dos obras maestras. Lo es La mirada de Ulises; pero, aunque por poco, no llega a serlo Shanghai triad. Zhang Yimou aceptó con demasiada ligereza rodar un guión sólo hilvanado y la armazón de la película resultante se resiente de esta suicida prisa del cincasta chino, que necesitaba rodar con urgencia pues encuentra dificultades para franquear las barreras burocráticas de la censura de su país.

La película arranca bien. Engancha, trepida, embauca, pero no tarda en embarullarse, en jugar de manera fácil al enigma y a mezclar sin precisión diferentes ritmos y claves genéricas, sin decantarse por ninguna hasta la zona de desenlace, en la que ocurren dos cosas que benefician al espectador: Gong Li comienza a creerse un personaje que hasta entonces ha interpretado sin convicción; y Zhang Yimou deja de dirigir la película a la manera de otros e inclina la secuencia hacia esa asombrosa y personalísima cadencia que le ha convertido en uno de los más jóvenes, y renombrados cineastas contemporáneos. Pero ya es tarde.

En cambio, en el guión de La mirada de Ulises el nombre de Theo Angelopoulos, que escribe dramas argumentales y diálogos algo farragosos, espesos y herméticos, está acompañado por el de Tonino Guerra y esto se percibe en la pantalla. Para entender de que va la cosa, basta una pista: de Tonino Guerra es la rigurosísima escritura que sostiene los grandes filmes de Antonioni; y también el verdadero creador, y no Federico Fellini, de la explosión de inventiva de Amarcord. La escritura de Guerra da a la matemática, volcánica, pero a veces embarullada mirada de Angelopoulos, el cauce de agilidad, de claridad formal y de grandeza verbal que el cineasta griego necesitaba para encontrar la plenitud, que aquí alcanza.

La mirada de Ulises es un relato de incomparable intensidad y hermosura, mucho mejor graduado y por tanto superior a Viaje a Citera, Días del 36, El viaje de los comediantes y Paisaje en la niebla, los filmes más redondos de Angelopoulos.

Es impensable por ello que la mágica escritura de Guerra no esté detrás de la apasionante combinación entre el rigor de la construcción y la grandeza y la libertad de la palabra de La mirada de Ulises; en la transparente y audaz incorporación de la forma trágica antigua a la secuencia de un relato itinerante moderno; en el perfecto acoplamiento entre el golpe de un trallazo épico y la caricia de una pincelada de miniaturista, que son los rasgos más distintivos de la escritura cinematográfica de Guerra, probablemente el más completo guionista en activo del mundo.

Si a esto añadirnos que Harvey Keitel se escapa de sus malas calles neoyorquinas, desembarca en Grecia, atraviesa los Balcanes y remonta el Danubio y un afluente, desde Constanza a Sarajevo con el mismo dominio y la misma compostura con que calla la boca a un chulo de acera en Brooklyn, queda casi todo dicho: tres horas de cine perfecto.

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