FERIA DE SAN ISIDRO

Cartagena arenga a las masas

Albarrán/ Cuatro rejoneadoresToros desmochados para rejoneo de Luis Albarrán, que dieron juego. Curro Bedoya: rejonazo en los riñones y rueda de peones (pitos y algunas palmas cuando saluda por su cuenta). Luis Miguel Arranz: rejonazo traserísimo descordándo (aplausos y algunos pitos, y saluda). Ginés Cartagena: rejonazo escandalosamente bajo y rueda de peone (dos orejas protestadas); salió a hombros. Pablo Hermoso de Mendoza: rejón contrario descaradamente bajo (oreja). Por colleras: Bedoya-Hermoso: rejón bajísimo, dos pinchazos, rejón, rueda de p...

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Albarrán/ Cuatro rejoneadoresToros desmochados para rejoneo de Luis Albarrán, que dieron juego. Curro Bedoya: rejonazo en los riñones y rueda de peones (pitos y algunas palmas cuando saluda por su cuenta). Luis Miguel Arranz: rejonazo traserísimo descordándo (aplausos y algunos pitos, y saluda). Ginés Cartagena: rejonazo escandalosamente bajo y rueda de peone (dos orejas protestadas); salió a hombros. Pablo Hermoso de Mendoza: rejón contrario descaradamente bajo (oreja). Por colleras: Bedoya-Hermoso: rejón bajísimo, dos pinchazos, rejón, rueda de peones y Hermoso, pie a t¡erra, dos descabellos (silencio). Arranz-Cartagena: rejón bajo, ruedas de peones -aviso- y Arranz, pie a tierra, dos descabellos barrenando (aplausos). Plaza de Las Ventas, 20 de mayo. 8ª corrida de feria. Lleno.

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JOAQUÍN VIDAL

Ginés Cartagena le metió al tercer toro un infamante rejonazo de la tripa para abajo, de ésos que si lo perpetraba hace años cualquier torero no se atrevía a salir de casa en un mes; y cometida la agresión, saltó del caballo, corrió al toro pegando gritos, volvió a brincar sobre el equino, se puso a pegar caballazos y agitó los brazos en gesto triunfal, arengando a las masas.

Las masas se debían sentir harto arengadas, porque también la emprendieron a gritos, y cada vez que Cartagena levantaba de manos el caballo o aspeaba los brazos o crispaba los, puños, exclamaban "¡Biééén!". La arenga ganaba adeptos a ritmo vertiginoso. Entre ellos sé encontraba el presidente que, aherrojado por la dignidad de su cargo, no podía manifestar el entusiasmo que le había producido aquella cuchillada tripeta, unida a las cabriolas de Ginés Cartagena con lo que tenía debajo, pero se desquitó, y fue, y regaló las dos orejas.

"¡Biééén!", aclamaron las masas al ver airearse el pañuelo orejista y se produjo entonces una explosión de entusiasmo, una indescriptible algarabía, sólo empañada por la oposición de unas cuantas palmas de tango, silbidos agudos, voces de protesta que decían "A dónde vamos a llegar", "No hay derecho". Por la desolación que se advertía en aquellos sectores, pareció que se estaba volviendo a producir la caída del Imperio Romano.

En realidad tampoco hubo para tanto y era lo menos que cabía esperar. La mal llamada corrida de rejones requiere orejas a espuertas, triunfalismo desbocado. Eso, o no son. Tal es el motivo de que a los espectadores les dé igual dónde metan los rejoneadores sus rejonazos. El caso es que los metan. Y si no los meten -que van al aire-, con decir a coro "¡huy!", queda condonado el fallo. Una corrida de rejones -como la llaman sin ninguna propiedad: los rejones no se corren- alcanza su punto de ebullición en cuanto aparece el rejoneador pegando saltos y dando sombrerazos. Curro Bedoya, en la actuación más desafortunada que se le recuerda, acarició el éxito con sólo quitarse el sombrero y saludar a la afición, que correspondía ovacionándole y gritando "¡Biééén". Lo acarició, sin alcanzarlo, pues todo tiene un límite: clavó en cualquier parte o no clavó, el toro le tropezó tres caballos y si aquello era rejonear, servidor es el obispo de Tegucigalpa.

Luis Miguel Arranz rejoneó decoroso un manso que se entableraba y después lo descordó; Cartagena prendió banderillas del violín, hizo el teléfono desde la montura, tiró el palo de un rejón al aire, luego el sombrero y acabó siendo líder de multitudes, acaso también compadre del señor presidente. Pablo Hermoso de Mendoza, toreó.

Curiosa novedad en la tarde: uno que toreaba. Caballero Pablo Hermoso de uno de los caballos más bonitos y toreros que haya parido yegua, templó de costado las embestidas, unas veces en la suerte natural, otras en la contraria, y por el mismo precio quebró rejones banderillas con la facilidad y el salero de quien inventó el arte del quiebro, El Gordito se llamaba, sólo que.éste tenía la bondad -y los arrestos- de ejecutarlo a pie enjuto y jugándose la barriga propia, no la del caballo.

El triunfo de Pablo Hermoso de Mendoza no fue superior al de sus compañeros. A fin de cuentas, venteó menos veces el sombrero, y estas desatenciones se pagan. El turno siguiente fue la intolerable modalidad ecuestre y carnicera que llaman colleras, y los pares de caballeros las perpetraron sin dar a las ya entusiasmadas masas mayores motivos de júbilo.

Entre las entusiasmadas masas se encontraban la infanta Doña Elena y su esposo. Habían ido a los toros tan al margen del protocolo, que poca gente se apercibió de su presencia. Ocuparon un balconcillo en la fila siete del tendido 10, acompañados por el Jefe de la. Casa del Rey, Fernando Almansa, la hija del ganadero Samuel Flores y otros amigos. Y aguardaron hasta el final, para aplaudir la salida a hombros por la puerta grande de Ginés Cartagena, que, seguía en plena arenga. Cuando se retire de rejoneador, se lo van a disputar lo! partidos políticos. Este hombre, para los mítines, no tiene precio.

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