Tribuna:

Que no se caigan

La degeneración de la fiesta ha llegado a tal extremo que la mayoría de los aficionados se darían por satisfechos simplemente con que no se cayeran los toros en la presente edición de la feria.La invalidez de los toros es el mal de la época, que muchos atribuyen al descastamiento de la ganadería de bravo. Pero la argumentación dista mucho de resultar convincente. La falta de casta explicaría que los toros no embistieran, que huyeran de los lidiadores pegando coces, que saltaran al callejón. Y ninguna de estas circunstancias se suele dar, mientras lo habitual en los toros es que rueden por la a...

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La degeneración de la fiesta ha llegado a tal extremo que la mayoría de los aficionados se darían por satisfechos simplemente con que no se cayeran los toros en la presente edición de la feria.La invalidez de los toros es el mal de la época, que muchos atribuyen al descastamiento de la ganadería de bravo. Pero la argumentación dista mucho de resultar convincente. La falta de casta explicaría que los toros no embistieran, que huyeran de los lidiadores pegando coces, que saltaran al callejón. Y ninguna de estas circunstancias se suele dar, mientras lo habitual en los toros es que rueden por la arena poco después de aparecer por los chiqueros.

En la feria de Sevilla, donde se cayó la inmensa mayoría de los toros, varios tuvieron que ser apuntillados pues se desplomaban al tornar la muleta y eran incapaces de incorporarse, ni aún con ayuda de las cuadrillas. En la feria de las Fallas se cayeron todos los toros, con apenas un par de excepciones. En la anterior feria de San Isidro numerosas corridas transcurrieron en medio de fenomenal escándalo, precisamente por la invalidez del ganado. Gran parte de estos toros inútiles se quedaban tumbados en el ruedo, como si les hubiera sobrevenido un ataque de sueño. El peonaje hacía entonces esfuerzos por levantarlos y era muy significativo que los toros no, manifestaran reacción alguna al sentir que les tiraban de los cuernos y del rabo.

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La autoridad es directamente responsable de que esta situación se haya hecho crónica, pues no ha tomado ninguna medida ni para erradicarla ni para averiguar las causas.

La degeneración del espectáculo, la comisión solapada de múltiples atropellos contra su naturaleza, la sucesión de corruptelas que se perpetran desde la impunidad y consecuentemente la estafa al público, se acentuaron hace tres años con la aprobación del reglamento Corcuera, que dio franquía al fraude mientras cerraba a los veterinarios la posibilidad de atajarlo. El Senado requirió al Gobierno el pasado mes de octubre para que suprimiera las más demenciales normas de aquel reglamento nefasto, y el Ministro de Justicia e Interior, Juan Alberto Belloch, anunció que se iba a realizar urgentemente la reforma. Pero siete meses después aún no hay nada y el reglamento Corcuera sigue sirviendo de patente de corso a cuantos taurinos sin escrúpulos mangonean la fiesta. Que son muchos.

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