Tribuna:CRÓNICAS

'Gerva' y el cerco del Círculo

Gerva, Gervasio Sánchez, estaba el 15 de octubre de 1984 en El Salvador y vio llorar a la gente cuando se supo que terminaba la guerra; él acababa de recibir su título de periodista y ya hacía fotos de la gente en la guerra. Luego se indignó en la guerra del Golfo cuando vio que algunos de sus colegas norteamericanos simulaban, sobre todo para los telespectadores, las consecuencias del conflicto como si aquella guerra hubiera sido montada por Hollywood, pero si guió haciendo fotos de la gente de aquel drama. Su nivel de indigna ción personal, y su reto profesional más arriesgado, llegó con...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Gerva, Gervasio Sánchez, estaba el 15 de octubre de 1984 en El Salvador y vio llorar a la gente cuando se supo que terminaba la guerra; él acababa de recibir su título de periodista y ya hacía fotos de la gente en la guerra. Luego se indignó en la guerra del Golfo cuando vio que algunos de sus colegas norteamericanos simulaban, sobre todo para los telespectadores, las consecuencias del conflicto como si aquella guerra hubiera sido montada por Hollywood, pero si guió haciendo fotos de la gente de aquel drama. Su nivel de indigna ción personal, y su reto profesional más arriesgado, llegó con la guerra de Bosnia, una mezcla de racismo salvaje y paradójico, en un territorio donde no es posible distinguir a un ateo de un musulmán, a un bosnio de un croata. Hasta ahora, de esa guerra, Gervasio -sus amigos le llaman Gerva- sólo ha captado lágrimas, y todavía ninguna es de felicidad.Las lágrimas y las paradojas de esa guerra están ahora en un libro publicado por la editorial Complutense, y en una exposición en el Círculo de Bellas Artes, en Madrid. Con su voluntad de hierro -de sales de plata, "y con un corazón de oro", como dice su colega Cristina García Rodero-, Gervasio Sánchez ha mantenido fresco su objetivo ante el horror y esa distancia de milímetros que convierte la realidad en una memoria antes de que termine de pasar, nunca le ha quitado ternura, inmediatez, solidaridad, a su manera de ver. Los que pasean o huyen o se aterran en esas fotos son también sus amigos, sus semejantes, y con ellos sufrió y sufre lo que tanto en el libro como en la exposición se llama El cerco de Sarajevo. El día en que le vimos, rodeado de su editora, Beatriz Martín del Moral, del director del Círculo, Enrique Baquedano, y de sus colegas en tantas guerras Maruja Torres y Arturo Pérez Reverte, Gervasio Sánchez repetía su rabia ante la indiferencia que los intelectuales españoles -la excepción, para él, es Juan Goytisolo, que ha estado en Bosnia, que ha escrito abundantemente sobre aquella historia de horror y que ahora prologa su libro- han mantenido acerca de aquella guerra tan próxima, y su indignación ante "los. hombres de Ariel", los políticos y los diplomáticos que van y vienen de Sarajevo con iniciativas romas que jamás resuelven el conflicto y que se van de allí sin que se les manche la ropa. "Si veo a Solana le diría cuatro cosas, desde la dignidad de haberlas vivido".

El Círculo estaba abarrotado de gente escuchando a Gervasio Sánchez y a sus compañeros; gente sentada en el suelo, oyentes igualmente- indignados -indignación era la palabra de la noche- que reclamaban del mundo de la cultura una acción y una apuesta por la libertad, por la tolerancia y, por tanto, por el fin de la guerra; palabras contra la utopía -"y la mentira, la mentira total", repetía Gervasio- de la Europa unida; un espectáculo de solidaridad en tomo a unas fotografías que traen al centro de Madrid el drama de una historia paralela de guerra civil basada -como la que hubo aquí- en el escaso nivel de cultura y el exceso de memoria -como dijo Pérez Reverte- del pueblo que la protagoniza. Maruja Torres dijo que del mismo modo que ahora nos despertamos y miramos desde las ventanas la indiferencia de nuestras ciudades, el libro y la exposición de Gervasio Sánchez nos asoman a la ventana del dolor, y eso es lo que se percibía la noche del jueves en el Círculo: que asomarse al dolor aún saca a la gente de las ventanas de la indiferencia, y aquellas personas que aguantaban de pie o en el suelo un coloquio sobre la capital de la indiferencia era un dato objetivo sobre la esperanza de que estamos abordando un tiempo nuevo, en el que la solidaridad tapia para siempre la voluntad acomodaticia del olvido.

Porque, además, el acto se celebraba en una entidad sitiada, el Círculo de Bellas Artes, que es uno de los pocos foros en la capital de la indiferencia abiertos a este tipo de actos en los que la tolerancia, la libertad y la respuesta del mundo de la cultura pueden verificarse como formas de detectar la vitalidad de la sociedad española. Como si las grandes palabras de nuestra. burocracia -el ministerio, la banca, la comunidad y el Ayuntamiento- se hubieran confabulado con su indiferencia cómplice para que un día se cierre el cerco sobre el Círculo y éste se convierta, definitivamente, en el emblema de un banco, en la metáfora de un nuevo siglo en el que reine ya la indiferencia sobre el compromiso.

El presidente Leguina nos dijo antes de que escribiéramos estas palabras que hay esperanza de que el cerco no se estreche aún más; la sensación que da, de todos modos, es que en el Círculo revolotea con más pasión la palabra desesperación que la palabra esperanza. Como en todos los lugares sitiados.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Archivado En