Tribuna:

La fidelidad creadora

Durante algunos años, el pintor Manolo Rivera y el autor de estas líneas junto con otros amigos tratamos de animar en lo posible la penosa enfermedad de Eusebio Sempere, a quien la vida se le escapaba morosamente de una visita a otra. Yo creo que Manolo tenía especial mérito porque guardaba la prevención ante el espectáculo de la enfermedad de todo buen andaluz. Su temprana muerte ha sido una doble tragedia cruel, porque le alcanza en la plenitud de su creación y porque no se le ha escatimado una enfermedad larga y dolorosa de la que no debe haber sido consciente de lo fatal del desenlace.En l...

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Durante algunos años, el pintor Manolo Rivera y el autor de estas líneas junto con otros amigos tratamos de animar en lo posible la penosa enfermedad de Eusebio Sempere, a quien la vida se le escapaba morosamente de una visita a otra. Yo creo que Manolo tenía especial mérito porque guardaba la prevención ante el espectáculo de la enfermedad de todo buen andaluz. Su temprana muerte ha sido una doble tragedia cruel, porque le alcanza en la plenitud de su creación y porque no se le ha escatimado una enfermedad larga y dolorosa de la que no debe haber sido consciente de lo fatal del desenlace.En la historia del arte español, Rivera ocupa ya un puesto clave en el grupo El Paso, el primero de carácter rupturista en la posguerra española. Sin embargo, toda su trayectoria artística está llena de fidelidades al medio geográfico que le vio nacer. En el fondo su voluntad de aprehender una sensación de espacio, su uso de la luz, la vibración que espejea, de forma sutil y poderosa a la vez, en cada uno de sus cuadros no puede comprenderse sin la gozosa experiencia de tantos días con su retina frente a su Granada natal. Por descontado eso se podía traducir mediante fórmulas plásticas muy distintas. Manolo eligió la más n6vedosa -una materia en apariencia deleznable como la tela metálica-, pero le supo arrancar la expresividad del grito que solemos identificar con El Paso. Hay, en efecto, una vertiente de su obra qué resulta muy inquietante y trágica, apegada a la tradición castizamente española y llena de presagios oscuros. Pero, en realidad, hay otro Manolo Rivera que no tiene mucho que ver con lo que habitualmente denominamos como expresionismo abstracto. Se trata de un Rivera cuyo patrón es la sutileza lírica y el matiz en un cromatismo que extrae lo máximo a partir (le un mínimo' empleo del color. En este terreno reaparecía con mucha frecuencia su memoria granadina y también su fidelidad a la materia elegida, no tanto por ella misma como por los resultados que con ella lograba. Si Manolo Rivera ha estado muy por encima de los artistas españoles de su tiempo, era por esta pluralidad de registros y por esa esencial fidelidad a una experiencia irreversiblemente suya. Pero ninguna de las dos cosas las podría haber logrado de no estar la creatividad animada por el trabajo.

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