Entrevista:

"Con la literatura se protesta del absurdo de la vida"

Cuando a Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) le pidieron hace años que contara, en un instituto de su ciudad, por qué escribía novelas, él, en realidad, sólo había publicado una, Luz no usada (1986), que ya no va a reeditar más, y estaba metido en otra, muy complicada, con la que no finalmente pudo. Después publicaría otras, pero Martín Garzo, entonces como ahora, sí tiene claro por qué escribe, y hay una imagen que le acompaña desde su infancia: su padre leyendo a la familia unas cuartillas..Pregunta. Es ése su primer recuerdo literario, y usted, un niño entonces, no acababa...

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Cuando a Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) le pidieron hace años que contara, en un instituto de su ciudad, por qué escribía novelas, él, en realidad, sólo había publicado una, Luz no usada (1986), que ya no va a reeditar más, y estaba metido en otra, muy complicada, con la que no finalmente pudo. Después publicaría otras, pero Martín Garzo, entonces como ahora, sí tiene claro por qué escribe, y hay una imagen que le acompaña desde su infancia: su padre leyendo a la familia unas cuartillas..Pregunta. Es ése su primer recuerdo literario, y usted, un niño entonces, no acababa de entenderle; sin embargo, aquel hecho le causó perplejidad.

Respuesta. Recuerdo ese círculo de asombro que se producía, en torno a él, esa atención, cómo todo se detenía para escuchar ese poema, la palabra literaria. Mi primer deseo, pues, de escribir surge con el deseo de conseguir lo mismo. Se empieza a escribir tratando de embelesar o de seducir a los demás: que se detengan y que te escuchen con ojos de asombro,

P. ¿Y la perplejidad tiene que ver de algún modo con que la literatura es un espacio brumoso que se va clareando según uno va adentrándose en ella?

R. Puede ser, aunque nunca acaba de clarearse del todo. No se acaba de entender por qué se escribe, ni siquiera lo que persigues al hacerlo. Cuando uno se pone a escribir no sabe muy bien qué libro está escribiendo, ni siquiera por qué esa historia empieza a tirar de. ti. Hay un ensayo muy breve, precioso, de Fernando Savater, en el que trataba de hablar del alma. Y contraponía dos visiones de la realidad: una ligada a lo que llamaba el espíritu y otra ligada a lo que llamaba el alma. El espíritu sería un poco como el reino de la razón, de lo previsible; mientras que el del alma sería, por el contrario, el reino de lo indefinible, de lo impreciso, de aquello que constantemente nos elude, que se escapa. Creo, como Savater, que el mundo de la literatura tiene que ver con esos tratos con el alma, con recibir sus confidencias. Pero el alma nos está eludiendo constantemente, y eso hace que la situación del escritor sea incierta, no sabe si queda en lo que escribe alguna señal del paso del alma. Y es el lector quien nos confirma si esa confidencia del alma fue cierta, o no.

P. El lector, además, sería el objeto del deseo del escritor, éste escribe para ser querido.

R. En parte sí. Fue Lorca, creo, quien lo dijo por primera vez; después la idea la retomó García Márquez. Una de las cosas más dichosas es que alguien, después de haber leido tus libros, te mira con ojos diferentes. Esa sorpresa que causas en el lector es algo que tiene mucho que ver con la sorpresa amorosa.

P. ¿Y eso lleva a la vanidad?, ¿el escritor es distinto por poder contar cosas, cualidad que no posee el lector?

R. En todo artista hay un fondo de vanidad, un fondo narcisista muy, fuerte. No buscas tanto la admiración dirigida hacia ti como el hecho de que, a través de ti, algo ha tenido lugar, que el alma te ha utilizado para aparecer.

P. ¿Qué es un acto superior, leer a los demás o escribir para los demás?.

R. Con la lectura se disfruta de verdad de la literatura. El hecho de escribir está lleno de incertidumbres; siempre late ese temor de conseguir o no algo. Y, en cambio, leer es el mayor don que uno puede recibir en esta vida.

P. Leer, en principio, puede hacerlo cualquiera, ¿pero saber contar cosas está al alcance de todo el mundo?

R. Todo el mundo, al tiempo de vivir, se está contando su propia vida. Eso está claro. Pero no siempre se consigue elevar esa vida al nivel de una historia, organizarla. Eso es fuente de desdicha, pues es más dificil sobrellevar el dolor cuando todo resulta fragmentario, roto, cuando sientes el peso del absurdo de la vida que cuando, por el contrario, te parece que el dolor responde a algo, que tiene un sentido que tal vez se revele en algún momento.

Hay una frase que me gusta mucho de Faulkner en Las palmeras salvajes: "Entre la nada y la pena, elijo la pena". Ésa es una elección fundamentalmente literaria. El que elige la pena elige hablar de lo que le pasa.

P. Empezó, supongo, como poeta.

R. Sí, claro. Empecé en la adolescencia escribiendo poesía, hasta que comprendí que aquello no estaba hecho para mí.

P. ¿A la poesía hay que saber abandonarla o es ella la que deja colgado?

R. Es ella, es ella. Me encantaría escribir buenos poemas. Creo que la expresión máxima de lo literario es la palabra poética y, de hecho, sigo siendo un gran lector de poemas, y los leo, con envidia; cómo son capaces de decir tal cantidad de cosas con tan pocas palabras, cosas que a un novelista, a mí al menos, le lleva folios y folios.

P. Usted ha escrito que el poeta se encuentra con las palabras; el novelista debe salir a buscarlas, pelear por ellas. ¿No es más digno pelear por ellas?

R. Pero es más gratificante encontrárselas. Tengo la fortuna de vivir en un entorno de poetas, mis amigos lo son, mi mujer lo es. Y veo que trabajan mucho, que cada poema les cuesta un sufrimiento inmenso, pero un poema surge de una especie de soplo, de encuentro con unas palabras. Luego hay que completar ese encuentro, claro. El novelista, en cambio, debe ser un artesano, que está con sus instrumentos despierto para no dejar escapar ese momento cuando el alma te toca. En la creación siempre hay algo que viene al exterior, algo misterioso, que no sé cómo nombrar, pero que está ahí.

P. Poeta o novelista, ¿se escribe por un sentimiento de carencia, por conseguir el retorno de lo perdido?

R. Se escribe porque no se está contento con la vida que tienes, y porque tienes el sentimiento de que siempre hay una vida detrás, algo que en ésta no termina de realizarse. Y en este sentido, sí, el escritor es un poco como el amante, es el ladrón que siente que le falta algo, aunque a veces no sepa qué, e intenta obtenerlo al precio que sea.

P. ¿Se paga un precio por vivir en Valladolid, o la periferia le protege?

R. La periferia tiene su ventaja: el escritor necesita un rincón, un refugio, debe estar escondido mientras escribe. Y este retiro tiene un componente ascético: te retiras al objeto de dar lugar a que aparezca aquello que las circunstancias, las palabras y los pensamientos habituales no dejan aparecer. Hay un aforismo de Kafka que decía algo así como "retírate, escóndete, métete en tu cuarto, haz que tu mesa esté vacía, recuéstate sobre ella y espera, porque en esa oscuridad, antes o después, el mundo volverá a ti".

P. Por eso escribir, en usted, tiene el propósito de salvar su vida y la del mundo entero.

R. Creo en esa función salvadora de la literatura. ¿De qué? Pues de todo lo que le amenaza, le degrada; salvarle, en último término, del daño, del sufrimiento. La literatura es una protesta contra la verdad.

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