Crítica:TEATRO

Monólogos desesperados

La televisión conyugal: el hombre, se acuesta materialmente con el aparato; "lo hace", como se dice ahora, con él: es su religión, su pasión, vive con él y para él, se nutre de sus imágenes, aplaude o ríe cuando se lo indica. Parece que este monólogo, segundo del conjunto que recibe el título Sin maldita esperanza (título que a mí me parece optimista: se vive mejor sin ninguna esperanza, con los medios mentales de a bordo, perderla es un bien que pocos elegidos reciben), es otro alegato contra la televisión, y el público lo recibe con regocijo.No creo que Alfonso Armada, que en este mis...

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La televisión conyugal: el hombre, se acuesta materialmente con el aparato; "lo hace", como se dice ahora, con él: es su religión, su pasión, vive con él y para él, se nutre de sus imágenes, aplaude o ríe cuando se lo indica. Parece que este monólogo, segundo del conjunto que recibe el título Sin maldita esperanza (título que a mí me parece optimista: se vive mejor sin ninguna esperanza, con los medios mentales de a bordo, perderla es un bien que pocos elegidos reciben), es otro alegato contra la televisión, y el público lo recibe con regocijo.No creo que Alfonso Armada, que en este mismo periódico deja señales diarias de su inteligencia, caiga tanto: yo lo tomo como una acusación contra algunas personas que puedan vivir sin otra luz humana ni divina que la de su receptor, y en ese sentido (en el de la casuística: el personaje es uno, y no una colectividad) alcanza su mayor valor crítico, o de distancia metafísica.

Sin maldita esperanza

Autor: Alfonso Armada. Intérpretes: Anne Serrano y Julián L. Montero. Escenografía: Marta Armada. Vestuario: Begoña Veiga. Compañía Koyaaffisqatsi. Dirección: Alfonso Armada. Sala Cuarta Pared. Madrid. Viernes, sábado y domingo, a las 22.00, hasta el 27 de febrero.

El primero de los dos monólogos tiene más valor literario y dramático. Una mujer sola, en la noche, y esa mujer puede ser todo: virgen (también con mayúscula en algún momento), puta, novia, niña, orgásmica o anorgásmica, violada, esperanzada, trágica, hundida, muerta. Todo en función del hombre. Puedo repetir un poco lo que dije más arriba: no todas las mujeres viven ya en función del hombre pero sí muchas, y sí es una idea ahora abundante en este tiempo; esta dependencia, terrible o histérica en el caso escénico, está presentada con una gran dureza, en una larga masturbación; durísimo trabajo también para la actriz, incómodo para algunos espectadores.

Valores positivos

Pero Alfonso Armada nunca se ha distinguido por hacer un teatro, cómodo, sino algo con más intención de fuerza y de envergadura. Ni la compañía que ha elegido un nombre en hopi (tribu de Arizona) para que nunca la pueda nombrar nadie ni hacerse popular: Koyaanisqatsi, que se traduce por "vida fuera de equilibrio". Son valores positivos en la lucha, contra la necedad ambiente (no sólo en el teatro; desde luego, no sólo en la televisión, que lo que son es resultantes), aunque el desarrollo de esta obra de Armada pueda hacer temer que trabaje sólo sobre ideas recibidas, o que forman parte del ambiente: un feminismo de base, un rechazo también básico a la televisión. Por "básico" entiendo, en este caso, sin segundo pensamiento o segunda reflexión.El conjunto de la obra, tomados los dos monólogos y ensamblados con un prólogo y un epílogo donde la pareja se junta, depende más bien de la dramaturgia -como artificio- que de la realidad. Puede que esta pareja señale la esperanza de antes de la unión, y que el centro del monólogo femenino sea el de la espera de la novia y el epílogo el de la pérdida de las esperanzas y el añadido de unas claves narrativas (el relato de la violación múltiple y continuada), pero, con mi derecho de espectador, prefiero encontrar dos monólogos desesperados, críticos, duros, llenos de resortes teatrales en la palabra y en los objetos, que hacen su unidad más bien por el contacto en el escenario que por una idea anterior o posterior de que formen "una obra".

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