Crítica:

Vanguardia histórica alemana

La coincidencia en Madrid de dos muestras representativas de la vanguardia histórica alemana, conteniendo, además, dos periodos sucesivos, que abarcan cronológicamente desde comienzos de siglo hasta la caída de la República de Weimar en 1933, es una excelente oportunidad para volver sobre un tema apasionante. He empleado, en todo caso, el término "volver" porque, durante los últimos 15 años, con la puesta en funcionamiento del sistema de exposiciones temporales, que aquí siguen supliendo los agujeros museísticos, nuestro público ha podido contemplar varias muestras en relación con los temas ah...

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La coincidencia en Madrid de dos muestras representativas de la vanguardia histórica alemana, conteniendo, además, dos periodos sucesivos, que abarcan cronológicamente desde comienzos de siglo hasta la caída de la República de Weimar en 1933, es una excelente oportunidad para volver sobre un tema apasionante. He empleado, en todo caso, el término "volver" porque, durante los últimos 15 años, con la puesta en funcionamiento del sistema de exposiciones temporales, que aquí siguen supliendo los agujeros museísticos, nuestro público ha podido contemplar varias muestras en relación con los temas ahora propuestos, entre las que cabe destacar como auténticas efemérides la de Expresionistas alemanes de la Colección Buchheim (1983), en relación con la actual del Puente, y la de Berlín punto de encuentro (1989), respecto a la de la República de Weimar.De todas formas, insistir sobre lo que habitualmente no se puede contemplar, aunque sea en proporciones más modestas que antaño, como ahora ocurre, es bueno y, sobre todo, necesario. Por otra parte, al coincidir estas dos convocatorias completándose oportunamente entre sí en la secuencia histórica y habría que decir asimismo hasta en la espacial, pues el teatro fundamental de operaciones donde tuvieron su centro ambos episodios fue la ciudad de Berlín -aunque el Brücke se formara en Dresde-, el interés se acrecienta. Finalmente, tampoco se puede desdeñar el enlace antropológico-político que subterráneamente las articula, que no es otro que el de la agónica conflictividad con que emerge el Estado alemán, trágico epicentro de todas las más terribles y cruentas convulsiones seculares que moldearon y siguen hoy moldeando, si bien ahora de forma comparativamente más razonable, Europa. Todo lo cual es importante tenerlo en cuenta porque tras las imágenes de este periodo hay algo más que arte, sin por ello desdeñar ni mucho menos lo que de éste como tal hay.

Arte expresionista alemán del 'Brücke'

Fundación Juan March (Castelló, 77, Madrid). Hasta el 22 de diciembre. Gráfica crítica en la época de Weimar (1918-1933). Instituto Alemán. (Zurbarán, 21, Madrid). Hasta el 19 de noviembre.

Dicho lo cual, se puede proceder al comentario por separado. En primer lugar, informando que la exposición presentada por la March reúne una selección de 77 obras, entre óleos, acuarelas, dibujos y grabados, de siete diferentes artistas, procedentes en su totalidad del Museo de Brücke de Berlín, que, como su nombre indica, está monográficamente dedicado a los miembros que formaron parte de este movimiento expresionista alemán fundado en Dresde el año 1905. Esta especialización museológica ha hecho posible que la exposición contenga obra de los representantes más significativos del grupo: Kirchner, Schrnidt Rottluff, Heckel, Mueller, Nolde, Pechstein, Amiet y, en algunos casos, a través de piezas verdaderamente relevantes. Distribuida a través de compartimentos individuales, salvo en las salas finales, donde se imponen ciertas mezclas de artistas, resultan particularmente notables las dedicadas a Kirchrier, Heckel y Schmidt-Rottluff, así como se puede comprobar, una vez más, cómo estos artistas brillan con mayor esplendor a través de la gráfica y, en especial, en esa técnica en la que los alemanes han sido de siempre maestros insuperados como es la xilografía.

Son 146 obras de 24 artistas diferentes lo que, por su parte, nos ofrece la muestra titulada Gráfica crítica en la época de Weimar, cuya calidad, después de lo que acabo de señalar respecto a la excelencia del grabado o del dibujo alemán, no es preciso ponderar. En todo caso, como en esta exposición el objetivo es más explícitamente transartístico, la selección bordea lo documental, si bien, cuando el documento es registrado notarialmente por el buril, la caña, la pluma o el lápiz de un Grosz, un Dix, un Beckmann, un Hubbuch, una Kollwitz, un Schad, un Schlichter, por citar algunos de los nombres más merecidamente sonoros, entonces, aun sin apelar a Durero o a Grünewald, el escalofrío está garantizado, y garantizado en lo que éste tiene de más penetrante hondura, que es cuando hace vibrar, con las del placer estético, nuestras íntimas cuerdas morales.

Así, de viñeta en viñeta, cada vez más atrapados por el sortilegio de estas líneas aceradas que enredan nuestros nervios, esta gráfica nos hace ver cuán próximo, temporal e íntimamente, es el espectáculo de la catástrofe, incluso mucho antes de que ésta tenga lugar. Sí; verlas venir a costa de no retirar la mirada ante lo que nos rodea puede ser la lección imperecedera del arte y, desde luego, de esta pequeña gran muestra de la gráfica de Weimar.

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