Crítica:TEATRO

Engordar para morir

Encerrado en su pocilga -un cuadrado de cuatro metros de lado, más o menos-, el cerdo pasaba días enteros intentando dar un último saltito que le devolviese la libertad. Pero lo inútil de la empresa pronto se hizo evidente. Entonces, nuestro cerdo, moralista a la fuerza, sentenció: "Hay que saber limitar las exigencias. Si no la libertad se convierte en libertinaje y sólo Dios sabe hacia qué abismos puede arrastramos. Acabaría condenado a sufrir eternamente de melancolía...".El cerdo de Cousse acepta plenamente su destino: engordar para morir. Y lo acepta desde su misma castración: "La vida de...

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Encerrado en su pocilga -un cuadrado de cuatro metros de lado, más o menos-, el cerdo pasaba días enteros intentando dar un último saltito que le devolviese la libertad. Pero lo inútil de la empresa pronto se hizo evidente. Entonces, nuestro cerdo, moralista a la fuerza, sentenció: "Hay que saber limitar las exigencias. Si no la libertad se convierte en libertinaje y sólo Dios sabe hacia qué abismos puede arrastramos. Acabaría condenado a sufrir eternamente de melancolía...".El cerdo de Cousse acepta plenamente su destino: engordar para morir. Y lo acepta desde su misma castración: "La vida de un cerdo", dice, "comienza a definirse en el destete". Cuando le castran. Al "¡olé los cojones!" de la realeza machista, belicista y colonialista, nuestro cerdo opone un hipotético, resignado, pero a la vez orgulloso -la denominación de origen sustituyendo al espíritu de cuerpo- "¡olé los jamones!". Algo que en estas tierras podría llevarle a ser tildado de maricón -salvo que los jamones fuesen, como suelen ser, los de una esplendorosa jamona-, al tiempo que le aproxima más a un suspecto y un tanto complicado cochino de la granja de Port-Royal de esos que suelen leer a Pascal, que a un pata negra de la España no negra y castiza.

El cerdo

Monólogo teatral original: Strategie pour deux jambons, de Raymond Cousse. Adaptación de Antonio Andrés Lapeña. Intérprete: Juan Echanove. Escenografia de Antonio Saseta y José Luis Castro. Música de Paco Aguilera. Iluminación de Quico Gutiérrez. Dirección: José Luis Castro. Una coproducción de los teatros municipales de Sevilla y Fagot con La Llave Maestra Producciones Artísticas.

Nuestro cerdo intuye que todo ello -empezando por la castración, siguiendo por el engorde, sabiamente controlado, y terminando con el sacrificio- no es fruto del azar. "Tiene que haber una razón, aunque esté oculta o guardada en secreto por motivos que yo", dice el cerdo, "no alcanzo a comprender. Algo así como la razón de Estado, por ejemplo...". "Podría ser, incluso", concluye, "que mantenerme en la ignorancia fuese necesario para mi tranquílidad...". De Pascal a Voltaire, y tiro porque me toca. No cabe duda de que el cerdo de Cousse es un animal la mar de leído.

Y, en ésas, ya va siendo hora de preguntamos quién es nuestro cerdo. ¿Un cerdo de derechas?, ¿de izquierdas? ¿O un cerdo de centro, como apunta el propio interesado? Qué más da. Cuando el destino de uno es ser un cerdo, castrado, encerrado en una pocilga, para ser científicamente engordado y luego sacrificado, poco importa ser de uno u otro color. Pero la pregunta correcta no es ésa. La pregunta correcta es: ¿se trata de un cerdo, de un cerdo-hombre, de un hombre-cerdo o de un hombre? En el caso de Cousse, al que yo vi interpretar la adaptación teatral que él mismo hizo de su relato, Strategie pour deux jambons, en Aviñón, hará unos diez años, se trataba de un hombre-cerdo, aunque, por momentos, parecía un cerdo-hombre, todo lo leído que ustedes quieran, pero con un rictus de desesperanza en el rostro: no tardaría mucho en suicidarse. En cuanto al caso, a la interpretación de Juan Echanove, creo que se trata de un hombre. Un hombre que utiliza al cerdo como metáfora para hablar de otra castración de otra pocilga, de otro engorde, de otro sacrificio.

Habitualmente, cuando un actor con un cierto cartel se monta un monólogo para alternarlo entre la grabación de una serie televisiva, la filmación de un filme o un estreno de campanillas, se busca un monólogo agradecido, donde el interesado pueda lucir su talento y, sobre todo, sus gracias.

Echanove juega y gana

No es éste, por suerte, el caso de Juan Echanove. Juan no se ha buscado ningún monólogo: se ha encontrado con él. Un monólogo amargo, sumamente difícil, por la sencilla razón de que en el trabajo de Echanove, y en el de Castro, no se hace la más mínima concesión a la caricatura rijosa de un gorrino. Antes del estreno, Echanove confesaba en los papeles que con El cerdo se jugaba el premio de San Sebastián a doble o nada. Indudablemente, ha ganado.Y yo diría que en este caso le ha ayudado la suerte. Porque anteayer, en el Lope de Vega, costó lo suyo entrar en la historia; la escenografía, hermosa, imponente, encuadraba, en un gran espacio, un cerdo entrañable que se movía en diagonal en un supuesto espacio de 16 metros cuadrados. Las luces dibujaban espléndidamene el espacio carcelario, trágicamente carcelario, pero la música no pasa ba de ser un chiste que vagamente servía para ilustrar, y es un decir, ese camino hacia el matadero. Dado el escenario -¿no sería mejor renunciar a la escena a la italiana para rodear al cerdo de otros cerdos, de otros porqueros, de otros porqueros castrados: à la merde comme à la merde?-, la música debía ser cuando menos de auténtica castrati.

Un cerdo entrañable. Un cerdo amargo y entrañable. Ése es el cerdo de Juan Echanove. El tío suda, y da, se da hasta el final, hasta la última loncha, sin concesiones. Se entrega, se la juega y gana.

Y gana. Resignado a la vez que orgulloso: la matanza se desarrolló según los cánones; se lo comieron a aplausos, a besos, a bravos, a silbidos, como a un rockero. Sólo faltó que le llamasen torero. Yo vi en él un actor de los que comen aparte, que había encontrado en El cerdo algo más que un monólogo; en el Lope de Vega, algo más que un teatro; en Castro, algo más que un director. Alguien capaz de devolver a los escenarios algo que siempre les perteneció: la vida misma. Ojalá que no se ahogue en la estética -la hay, no sé si en exceso, en el escenario que ha creado en el teatro Lope de Vega sevillano-, y confiemos en que este su cerdo, una vez pasados los nervios del estreno, adquiera algo de la mala leche celtibérica que siempre fue patrimonio de ciegos, tullidos, mancos, tuertos... y castrados.

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