Crítica:EXPOSICIONES

El reverso poético de un ironista

Si tras su primera exposición individual en Madrid, celebrada hace un año, el alemán residente en España Uwe Troeschel (Fassberg, 1952) despertó no pocas expectativas, con la actual confirma y amplía mucho de lo bueno entonces entrevisto. Espíritu irónico y sutil, ágilmente empeñado en entremezclar y pervertir los lenguajes del arte y la realidad cotidiana, Troeschel ahora se nos revela como un ingenioso continuador de esa inquietante mujer surrealista que fue Meret Oppenheim, logrando como ella que no sólo se alumbre la sorpresa mediante la imagen confundida sino que se fondee en su sustancia...

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Si tras su primera exposición individual en Madrid, celebrada hace un año, el alemán residente en España Uwe Troeschel (Fassberg, 1952) despertó no pocas expectativas, con la actual confirma y amplía mucho de lo bueno entonces entrevisto. Espíritu irónico y sutil, ágilmente empeñado en entremezclar y pervertir los lenguajes del arte y la realidad cotidiana, Troeschel ahora se nos revela como un ingenioso continuador de esa inquietante mujer surrealista que fue Meret Oppenheim, logrando como ella que no sólo se alumbre la sorpresa mediante la imagen confundida sino que se fondee en su sustancia sensible, lo que suele provocar un desconcierto ante el que no valen las simples defensas intelectuales.Una negra puerta

Uwe Troeschel

Galería Columela. Lagasca, 3. Madrid. Desde el 18 de junio de 1992.

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Una negra puerta de terciopelo con un bodegón de hojalata o una botella emplomada sobre cuyo corcho emerge la estatua de la libertad neoyorquina como la perla que sale de una castañuela podrían ser ejemplos de ese ácido libertinaje al estilo de la Oppenheim, pero Troeschel dispone otros recursos sacados del inagotable pozo imaginativo que no ha dejado de manar desde el dadaísmo. La serie de imágenes de héroes fracturados resulta a este respecto particularmente brillante, como lo es el uso que hace de diminutas figurillas de la industria popular que se recortan y se repiten sobre suntuosos fondos vacíos.

En algunos de estos casos, como los de la serie de tres figuras mínimas de espaldas sobre aterciopelados campos monócromos, que proporcionalmente generan un efecto abismal de inmensidad, revelan la turbulencia romántica de este agudo ironista, la doblez poética de este implecable observador de los pasos en falso con los que se construye la mitología de nuestra existencia, cayendo siempre de espaldas en un vacío tintado por un solo color.

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