Crítica:

La abstracción de Teixidor

Son más de cien obras las que componen la muestra retrospectiva (1975-1991) organizada por Artur Heras con motivo de la concesión del X Premio Alfons Roig, de la Diputación de Valencia, a Jordi Teixidor. Un centenar de piezas como testimonio de una trayectoria caracterizada sobre todo por su coherencia, por su inconmovible persistencia en una posición bien cimentada entre la abstracción americana y la evocación poética, entre la reclamación de la pura mirada y la constante reflexión sobre el poder y los límites de todo lenguaje humano, y por tanto, también de la pintura.No descubrimos nada nue...

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Son más de cien obras las que componen la muestra retrospectiva (1975-1991) organizada por Artur Heras con motivo de la concesión del X Premio Alfons Roig, de la Diputación de Valencia, a Jordi Teixidor. Un centenar de piezas como testimonio de una trayectoria caracterizada sobre todo por su coherencia, por su inconmovible persistencia en una posición bien cimentada entre la abstracción americana y la evocación poética, entre la reclamación de la pura mirada y la constante reflexión sobre el poder y los límites de todo lenguaje humano, y por tanto, también de la pintura.No descubrimos nada nuevo si decimos que los problemas de la abstracción forman parte fundamental del conjunto de problemas del formalismo. De hecho, los intereses de Jordi Teixidor han girado siempre en torno a la posibilidad de construir todavía una experiencia auténtica con los medios de la pura forma pictórica.

Jordi Teixidor

Palau dels Seala. Plaza de Manises, 4. Valencia. Mes de abril.

La estrategia de Jordi Teixidor ha girado desde hace tiempo en torno a unos pocos motivos esenciales: la huella del pincel sobre la tela, la presencia hipnótica del color y la determinación de los confines en los que se hace posible la compleja experiencia que nace de todo ello. Su tendencia a la monocromía no hace sino subrayar el vacío en que se abisma todo esfuerzo serio de concentración. Él ha tratado de eludir ese abismo jugando con los límites y los formatos. Los campos de color generan espacios abiertos que han de ser cerrados para hacerse valer como espacios efectivos de contemplación. Esos límites aparecen como marcos internos al propio cuadro o es el propio cuadro el que parece jugar con su formato para impedir que la mirada se pierda.

Pero Teixidor ha luchado contra ese vacío confiriendo a cada una de sus pinceladas todo el peso de la materialidad, de la singularidad en virtud de la cual se hacen visibles, patentes como objetos de contemplación. No es extraño que sus cuadros remitan con frecuencia a los poetas, o que ellos mismos parezcan poemas, puesto que es justamente en la poesía donde los elementos mínimos se revelan como piezas insustituibles y donde el conjunto se articula con tanta precisión como el nombre propio de una experiencia única.

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