EN MEMORIA DE CESAR VALLEJO

Un escritor español

Pausado autor de la melancolía, su rabia tan eterna como Dios le hizo español y peruano simultáneamente. Escritor de los mediodías y de la nada, solidario narrador de la soledad, César Vallejo cumple cien años como si nunca se hubiera muerto. Español de Perú, y sin embargo tan latinoamericano como la palabra Vallejo, es hoy la parte interior de Valente, la corteza sin plomo de José Hierro, el verbo esencial de Hortelano, el esqueleto de Caballero Bonald, la memoria de Barral, la musculatura nocturna de Jaime Gil de Biedma, el regreso a Cautín del mejor Pablo Neruda. Un poeta español, un latino...

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Pausado autor de la melancolía, su rabia tan eterna como Dios le hizo español y peruano simultáneamente. Escritor de los mediodías y de la nada, solidario narrador de la soledad, César Vallejo cumple cien años como si nunca se hubiera muerto. Español de Perú, y sin embargo tan latinoamericano como la palabra Vallejo, es hoy la parte interior de Valente, la corteza sin plomo de José Hierro, el verbo esencial de Hortelano, el esqueleto de Caballero Bonald, la memoria de Barral, la musculatura nocturna de Jaime Gil de Biedma, el regreso a Cautín del mejor Pablo Neruda. Un poeta español, un latinoamericano.Leerle hoy es leer al mismo tiempo el drama de su tierra y la pasión siniestra que tuvo este país al destruirse. Es difícil disociar, cuando se lee a César Vallejo, que fue el muerto español y el superviviente peruano, un asistente mudo y solitario al almuerzo veloz de las palomas de una tierra que no se entendió a sí misma y le puso caliz a la voz para cercenar el futuro. Apártalo de mí, César Vallejo. Un compendio latinoamericano, un siglo hasta el 16 de marzo de 1992. Lo predijo todo, e incluso predijo su propio fallecimiento, como un obrero de la poesía que hubiera escrito su epitafio mientras crecía en su interior la sequedad perpleja de Miguel de Unamuno, pero no predijo su nacimiento.

Fue peruano de raíz, y un día en que todo en la casa se le hizo desierto dijo que era mejor, sin madre, correr nómada, y así, entre tantas invenciones, inventó la palabra que define lo que sintió desde dentro, como un extranjero.

Habitante del siglo, sin embargo, se preocupó de las cosas contingentes, y como tenía que ser de alguna parte fue también César Vallejo de Perú. Pero no era de allí, ni de ningún sitio, y fue peruano al fin como un océano que no tuviera territorio. Por eso le reclamaba a los heraldos negros de la vida que le pusieran subrayado a sus poemas: no necesitaba escribir. Su soledad era tan profunda que decir hoy que existió para ser poeta es tan mezquino como decir que fue de algún sitio, y esto que decimos -fue español también, tan bien- es una mentira que ponemos como si fuera una lápida. En realidad, César Vallejo de Perú era un chiquillo que perdió a sus hermanos en el siglo y en el aire y se fue diluyendo como un obrero que regresara sin pan de las aguas del diluvio. De pronto a sí mismo se vio con entereza y dijo que era mejor desaparecer con aguacero. Como fue mudo, excepto cuando hablaba, sólo imaginó el día de su muerte.

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